Todavía hay colombianos que formados en la rigidez, en el duro trajinar, formaron a sus hijos para asumir actitudes de tal honradez, de tal afán de patria, de tal sentido de discurso de vida, como no han logrado generaciones mismas de las últimas décadas.
Las generaciones de los año 80, de los 90 y de estas dos décadas que ya llevamos de los comienzos del siglo XXI, serán quizá las de manos vacías frente a la Colombia de los últimos 50 años. La proliferación de carreras universitarias, el considerable número de profesionales con maestrías, con doctorados y aun altas especializaciones en prestigiosas universidades del mundo, no alcanza a ser la señal de una época cuyos hombres de academia y de visibles dominios en la tecnología, se haya colocado en el compromiso serio, decisivo, de jalonar la vida colombiana desde valores de lo humano, para que así a esta hora tuviéramos una política de reconocidas eficacias.
Es impresionante que un país como Colombia no esté quedando en manos de unas generaciones conscientes de su responsabilidad histórica y que campee la simple satisfacción de haber pasado por la universidad, sin que ello haya tenido por resultado una era para crear, para producir, para agitar la mentalidad del común de la gente. Todo parece indicar que la universidad más formó para la superficialidad y para el facilismo, que para emprender grandes desafíos.
No se advierten incursiones duras y severas por parte de colombianos que en últimas décadas se hayan formado en la academia. Con decir que no han dado resultado tantos ejecutivos llevados a estructuras y andamiajes del poder.
Para peor, muchos han resultado de extrañas tendencias a vivir de la burocracia y aún valerse de ella para ser unos depredadores del Estado, de sus recursos. Un fenómeno de esta naturaleza es para interrogar a la misma universidad al no haber formado en el carácter y que es algo así como la personalidad del hombre confiable; como quien dice, generaciones que más son problema, que solución, que despeje.
De algún modo la situación colombiana se ve mirada y aún interpelada en su perspectiva de vitalidad y aún de salvación, por hombres que pudieron verse ante “una mejor crianza” desde sus mismos hogares, lo cual deja entrever que signos de vida y el título mismo de honradez, de afán de patria, sólo lo otorga una escuela definida dentro de lo doméstico.
Pareciera por otra parte, que el orgullo de formar hombres para la inquietud, para el sentido de búsqueda, para responder con frente alta, para no verse señalados como desconfiables, sólo lo pueden llevar hombres de edad madura, que hace 50 y más años, sufrieron el fenómeno del éxodo desde sus pueblos, para terminar en la gran ciudad, como víctimas del contrasentido de la violencia política.
Como colombianos formados en la rigidez, en el duro trajinar, formaron a sus hijos, si no del todo en la universidad, sí en los valores de lo humano, lo que pudo representar la pujanza de un país, que hasta tuvo discurso político un tanto determinante en pulsos mismos de lo partidista.
Por lo demás, las nuevas generaciones no parecen darse por entendidas sobre las circunstancias complejas que vive el país, aún con estados de conflicto, con regiones todavía amenazadas por violencias; entonces, ante nuevos fenómenos de desplazados, huyendo de las repercusiones y amenazas de bandas del narcotráfico; con pobreza alarmante, con situaciones de miseria, en campos y ciudades; con hospitales que se ven sin recursos, con población infantil abandonada, con ancianos dejados a la deriva, condenados a sus propia suerte, sin ningún tipo de seguridad social.
Con todo, Colombia se nos llenó de “ejecutivos”, pero vacíos de alma, al no tener capacidad para la imaginación, para la creatividad, para formarse incluso criterios propios, de los que puedan llevar a abrir fuertes discusiones sobre el qué hacer del momento, para no caer en la simple masificación, en espera de que otros “ejecutivos” ya de la política, pero sin carisma, sin capacidad para jalonar la vida del país, desde las perspectivas de lo social o comunitario, sean como los intérpretes de las situaciones de atraso o subdesarrollo, cuando lo que falta por verse es la eficacia de la política, en el contacto vivo y permanente con la dura realidad del pobre en nuestro medio, no sin la decisión de abrirle camino hacia el precepto de la seguridad y que es tanto como el derecho a la plenitud, a la felicidad histórica.