Lamentable que a esta hora organizaciones comunales no hayan tenido por signo de vida la defensa de desprotegidos.
Con frecuencia, medios masivos de información, como radio y televisión, presentan dentro de lo insólito, algún caso humano que conmueve o hace despertar sentimientos de condena o rechazo frente a la inoperancia oficial. Por lo general, es el caso de algún ciudadano, de condición humilde, modesta, que obtuvo algún derecho que se le venía negando, luego de una acción de tutela.
De pronto la Constitución de 1991, ha resultado más que visionaria, respecto a tantas injusticias que suelen cometerse con personas de escasos recursos económicos, o que no contarían con el respaldo de organización alguna para eventuales peticiones o reclamos.
En Colombia se ha tornado cada vez más creciente el número de ciudadanos que viven sometidos a “estados de desprotección” por parte del Estado, de la sociedad y de las mismas instituciones de carácter religioso que dicen estar de lado de los pobres.
El sindicalismo, por su parte, no parece fortalecerse en sus objetivos y compromisos; más bien ha entrado en decadencia, por lo cual, ni sus mismos afiliados creen que puedan verse respaldados o apoyados para tantas exigencias que son más que justas.
De otra parte, la gente de provincia, la que va ahí dedicada al esfuerzo por sobrevivir, por arrancarle a la tierra cuanto más pueda producir, sin facilidades a veces para sacar tantos de sus productos al mercado, se ven sin formas organizativas, sin movimientos cívicos, sociales, sin núcleos de base, sectoriales o gremiales, que puedan figurar como grupos de presión, siempre para reclamar o exigir mejores tratamientos oficiales para el sector campesino.
Ni siquiera las organizaciones comunales lograron llegar alguna vez a una etapa de concientización y claridad frente a papeles que podrían cumplir, siempre en defensa de los ciudadanos más desprotegidos en sus luchas laborales, en su aporte a la dinámica de producción.
Las publicitadas veedurías ciudadanas, en las cuales se confió tanto, nunca pudieron dar los resultados esperados. Muchas han sido las talanqueras que han encontrado estas organizaciones, para cumplir con sus objetivos. Así las cosas, las comunidades han acabado por desanimarse con tantas experiencias de organización ciudadana, tratando de tener ecos frente a instancias de poder.
¿Qué alternativas les quedan a veredas, villorrios, pueblos y ciudades en este país que, por más de 150 años, se han visto manejados desde unas ópticas que poco o nada han tenido que ver con las clases populares?
Las grandes mayorías colombianas sólo han sido tenidas en cuenta para avalar y sostener unos esquemas de partidos políticos, unos conceptos de patria y allá en el fondo unos intereses económicos y sociales de élites plenamente establecidas; porque hasta los mismos esfuerzos libertarios se ven hoy sometidos a tema de discusión en esta Colombia que parece convertirse en apéndice de políticas y sistemas impuestos dentro de esa tendencia a que sean apenas unos los dueños y amos del mundo, sin que interese la suerte de los estratos que viven en situaciones de pobreza o de miseria.
Con todo y las estructuras de poder, dominio e influencia, se viene registrando el fracaso estruendoso de la política y sistema neoliberal, al no intentar siquiera una respuesta social.
Será preciso que el común de la gente acabe por reaccionar y termine en últimas acogiéndose a tesis reivindicativas para así desembocar en la creación de su propio poder social y político, conforme se ha planteado dentro de nuevas tendencias comuneras y esto desde mucho antes de aparecer la hidra monstruosa de la explotación y el dominio por parte de ese espécimen humano succionador del trabajo y explotador de la riqueza, sin tener en cuenta el «yo» personal en el engranaje humano.