Hablar sobre salud mental no es fácil. Se sabe poco sobre el tema, y pese a reconocer su importancia para nuestra calidad de vida, sigue siendo un tabú y generando estigmatización y desigualdades.
Coautores: Sara Rueda, Juan Francisco Gómez, Carol Pinzón, Carlos Candil, La Vanesso. / Editora: @Allison_Benson_
Hablar sobre salud mental no es fácil. Se sabe poco sobre el tema, y pese a reconocer su importancia para nuestra calidad de vida, sigue siendo un tabú y generando estigmatización y desigualdades. Además, existen entendimientos erróneos sobre qué es la salud mental, y barreras para acceder a apoyo y tratamientos adecuados. Por esto es clave empezar a dialogar sobre la salud mental, sobre todo en el actual contexto, cuando la pandemia del Covid-19 ha mostrado no solo su relevancia, sino también, su fragilidad.
Por eso, desde Re-imaginemos, un proyecto que reflexiona sobre 30 formas de desigualdad en Colombia, estamos discutiendo sobre desigualdades y salud mental. El proyecto se basa en un diálogo entre más de 150 jóvenes, activistas, artistas, entre otros diversos perfiles. Esta columna es el resultado del diálogo de saberes[1]#14 de Re-imaginemos, en el cual participamos: Sara Rueda, diseñadora, docente, investigadora en temas sociales, ambientales y creatividad de Santander; Carol Pinzón, socióloga y magíster en Estudios Culturales, Género y Desarrollo; Carlos Candil, fotógrafo y líder Indígena Muisca; Juan Francisco Gómez, politólogo, magíster en Ciencia Política y estudiante de Gestión Deportiva y Dirección Técnica de Fútbol; y La Vanesso, artista visual y muralista caleña. Aquí compartimos las principales conclusiones y reflexiones que surgieron de este diálogo.
Salud mental: entendimientos, barreras y desigualdades
En Colombia, llevamos relativamente poco hablando sobre salud mental. Un repaso de la historia nos ilustra la discriminación y las desigualdades que se han dado alrededor de este tema. Desde finales del siglo XIX, cuando se introdujo el discurso psiquiátrico en Colombia, se asoció la salud mental a la idea de la “decadencia o degeneración racial” resultante del mestizaje[2]. Este discurso se desarrolló de la mano de la criminalística, interpretando, lo que en el lenguaje común llamamos “locura”, como un “riesgo para la sociedad” y apuntando, además el “potencial criminal” de las personas con enfermedades de salud mental. Además, el discurso de “la locura” asociado con la raza, fue utilizado como una estrategia de control y estratificación social.
Solo hasta la Ley 1616 de 2003 se incluyó y enmarcó el concepto de salud mental dentro de la política pública, definiéndola como “un estado dinámico que se expresa en la vida cotidiana a través del comportamiento y la interacción de manera tal que permite a los sujetos individuales y colectivos desplegar sus recursos emocionales, cognitivos y mentales para transitar por la vida cotidiana, para trabajar, para establecer relaciones significativas y para contribuir a la comunidad”. Esta definición va en línea con planteamientos académicos que resaltan la salud como un tema que es simultáneamente clínico y social[3].
Por eso, es necesario considerar diversos elementos que afectan no solo nuestra salud mental, sino también, los recursos que tenemos para acceder a una atención adecuada para tratarla. Estos recursos incluyen desde herramientas emocionales, hasta comunicativas, y también, económicas. Un problema que existe, es que no todos tenemos acceso a estos recursos, lo cual genera desigualdades en las oportunidades que tenemos para tratar la salud mental. A esto se suma que el país no cuenta con la infraestructura ni con los profesionales suficientes para cubrir una demanda de atención que crece continuamente. Además, que no se ofrece una atención diferencial por ciclo vital (edad), género, discapacidad o grupo étnico. Estas condiciones diferenciales refuerzan la relación que existen entre las desigualdades de salud mental y otras desigualdades. Por ejemplo, acceder a una buena atención dependerá, en últimas de nuestro nivel de ingresos y de si vivimos en el campo o en la ciudad. Barreras que se agravan con el estigma, la discriminación y la vulneración de derechos, que son una constante al momento de acudir a servicios de salud mental.
Es importante reconocer, además, que las desigualdades que se asocian a la salud mental vienen no solo de factores externos, sino también, del mismo entendimiento que tenemos sobre ésta. Por lo general, entendemos, erróneamente, la salud mental como una condición que depende del individuo, que se origina en el individuo y que es una responsabilidad del individuo. Esta visión desconoce que la salud mental, al igual que la salud en general, tiene una dimensión social al estar atravesada por causas sociales que se derivan del entorno en el que vivimos, no solo del entorno físico, sino también, del entorno emocional y la relación entre ambos. Al derivarse de causas externas al individuo, la salud mental implica también, una responsabilidad colectiva.
En línea con esta reflexión, la Organización Mundial de la Salud define la buena salud como un estado completo de bienestar (estar bien) físico, mental, social, ambiental y cultural. Y precisamente, el deterioro de salud mental que se ha vivido a raíz de la pandemia del Covid-19, muestra cómo nuestra salud mental depende de factores externos, por ejemplo, dónde vivimos, lo cual determina nuestras oportunidades de salir a espacios públicos, generar ingresos e interactuar con otras personas.
Re-imaginar la salud mental
Una de las cosas que podemos hacer para re-imaginar la salud mental desde una visión más inclusiva y menos individualizante, es ampliar lo que entendemos como salud mental y como alternativas legítimas para tratarla. Por ejemplo, reconocer que la medicina occidental es sólo una de las muchas formas posibles de pensar y tratar los temas de salud. Los saberes ancestrales, las prácticas indígenas y la medicina tradicional tienen también elementos valiosos que aportar, haciéndolo desde una visión integral basada en la espiritualidad y en el reconocimiento de la relación que tienen nuestra mente y nuestros cuerpos con el contexto, y en particular, con el territorio. El uso de la Ayahuasca, el círculo de la palabra, las purgas, la meditación, las aseguranzas con la guía de médicos tradicionales, son un ejemplo de herramientas que, como nos menciona Carlos, líder Muisca, nos permiten “mirar dentro de nosotros, porque todo lo mental tiene básicamente un origen espiritual… Compartir ese conocimiento tradicional es poder decir, esto es de todos; siempre ha sido de todos”.
Otro paso necesario para empezar a re-imaginar la salud mental y las desigualdades asociadas a ella, es abrir y visibilizar espacios de diálogo que permitan reflexionar y hablar libremente sobre la salud mental, reduciendo la estigmatización y los tabúes que existen actualmente alrededor del tema. Como lo menciona Carol “la oralidad es fundamental… debemos empezar a transmitir, porque no solo se trata de una ausencia de enfermedad, se trata de entender que todos somos vulnerables”.
Estos espacios de diálogo deben complementarse con espacios de educación, pues, como lo resalta Sara, la mayoría de personas “no conocemos qué son las emociones, para qué existen, cómo podemos trabajarlas, cómo se ligan con los pensamientos. Esto es por falta de educación y por falta de reconocimiento sobre los saberes ancestrales”. Al respecto, Carlos complementa que también debemos cuestionar lo que enseñamos sobre la salud(s) y cómo las interpretamos, incluso desde el hogar, en cuanto a “lo que entendemos qué está bien y qué está mal en la salud. Por ejemplo, enseñamos que un dolor de estómago está bien, pero una enfermedad mental no”.
Sin embargo, acciones como las anteriores serían insuficientes si no democratizamos el acceso a las alternativas de tratamiento, e incluso, a alternativas que permitan convivir con las enfermedades de salud mental. Por eso es importante abrir el acceso a tratamientos médicos, pero también a prácticas como el deporte, la meditación y el arte. Sobre este último, consideramos que existe un potencial por explotar, pues los procesos artísticos tienen el poder de conectar, de reparar y de sanar.
Por esto, como un primer paso para abrir espacios de diálogo y sanación entorno a la salud mental a través del arte, La Vanesso hizo una convocatoria para que cualquier persona pueda compartir sus vivencias y problemas de salud mental. Como artista, ella ha creado piezas de arte inspiradas en estas historias, y las ha publicado en redes sociales con el fin de visibilizar, generar y abrir discusiones necesarias a través de las cuáles podemos conectarnos con el otro, empezar a sanar y a re-imaginar las desigualdades entorno a la salud mental. Conoce las piezas artísticas en este link!
Y tú, ¿qué Re-imaginas? Cuéntanos en reimaginemos.co, en IG @reimaginemos.colombia o Twitter @reimaginemos.
[1] Hemos adaptado la práctica de diálogo de saberes, común entre comunidades indígenas y afrodescendientes, como una herramienta metodológica que permite “reflexividad sobre procesos, acciones, historias y territorialidades que condicionan, potenciando u obstaculizando, el quehacer de personas, grupos o entidades”. Alfredo Ghiso (2000). Potenciando la diversidad: Diálogo de saberes, una práctica hermenéutica colectiva. Colombia Utopía Siglo. 21. 43-54.
[2] Así, se asoció “la locura” a ideas eugenésicas (el estudio y aplicación de las leyes biológicas de la herencia orientados al perfeccionamiento de la especie humana)
[3] Ver, por ejemplo, parales-Quenza (2016).