¡Vaya a verse si la Iglesia vuelve al espíritu de los primeros cristianos!

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Que se sepa, solo uno que otro Francisco de Asís, ha optado por emprender el gran desafío histórico: retomar el espíritu del Evangelio.

Los jesuitas o los dominicos, los obispos o los señores del Opus Dei, las monjas de la Presentación o de cualquier comunidad femenina de amplia cobertura institucional, educativa, el párroco del suburbio como el de la catedral, el fraile que por amor a su pobreza viste todavía al estilo de Francisco de Asís o el sacerdote ejecutivo que como rector de universidad se moviliza en un carro que es más una nave; todos mirarán la Iglesia desde su propio ángulo y experiencia de fe; pero hay una verdad que los detectará para señalar si están dentro o fuera del Evangelio, para establecer si se encuentran cerca o lejos de los pobres.

¿Qué verdad? La planteada y vivida por Jesús de Nazaret, tan utópico, tan idealista, tan libre como el viento; entonces, sin ataduras de ningún orden y de tal pobreza y austeridad, que ni siquiera contaba con una piedra donde reclinar su cabeza.

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El escándalo del Cristo, con su rebeldía, al no tener nada que ver, ni con jerarcas del establecimiento religioso, ni con teólogos, ni con doctores de la Ley, ni con sacerdotes, menos todavía con poderes de lo político y armamentista, vino a ser escándalo desde toda una actitud de vida, vino a ser más un reto.

Tanto que hasta se produjo alrededor del Mesías el más fuerte movimiento popular y aún teológico; con base en un discurso que vino a llamarse el de las Bienaventuranzas; algo así como la gran revolución desde la interioridad del ser humano; en una salida intrépida; en aras de lo humano; en quienes buscaran ser dichosos; precisamente por acogerse al llamado Reino de Dios.

Que se sepa, sólo los primeros cristianos y uno que otro Francisco de Asís en la historia, vinieron a vivir el espíritu del Evangelio.

Comunidades religiosas que hicieron de los pobres su gran obsesión de vida, que se la jugaron toda para hacer de las Bienaventuranzas su salida hacia un tipo de felicidad nunca experimentada, vemos hoy que se quedan en el recuerdo de testimonio, de sus grandes profetas de la caridad; sin que se animen a dar el gran salto hacia cuanto ellos vivieron: El descubrir en la realidad del pobre a otro Cristo y ser también con él otro Cristo.

Como quien dice, teólogos y jerarcas de nuestra época, instituciones levantadas y fortalecidas a nombre del Cristo, más parecen encontrarse fuera de base.

Entre tanto, una corriente de nuevos creyentes, pero que no dejan de verse sometidos a la “ley de catacumbas”y que más es para llamarla corriente profética, reta a la misma Iglesia institucional y jerárquica, a que retome la experiencia del Cristo histórico, para así ir con el Cristo resucitado.

Si a la Iglesia la acompaña el Espíritu Santo, es de esperar que vuelva a la experiencia de fe y de caridad de los primeros cristianos. Tremendo si como teólogos, como jerarcas, como instituciones, no acaban por dar este paso, mantendrán frenada a la Iglesia misma; y lo que es más grave: “sabios y poderosos”, como han llegado a serlo, se habrán alzado con el santo y la limosna, en sus propios proyectos rentables, manejando un discurso que lo era para los humildes, sin que esos humildes hubieran podido llegar a la condición vivencial, para crear el nuevo hombre, la nueva tierra, la nueva sociedad.

Fallo histórico será siempre el de una Iglesia manejada y conducida desde un espíritu que no sea el mismo de los primeros cristianos. Tremendo si como Iglesia es más de estructuras ajenas a la exigencia y rigor de lo profético.

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