Tania Ganitsky – Emily Dickinson y lo incompleto – Seix Barral – 2023.
“Publicar es una superstición”, escribió la poeta estadounidense Emily Dickinson hace ciento cuarenta años. Tenía motivos suficientes para afirmarlo: la única oportunidad de ver sus poemas en letra impresa fue frustrante (la editora fue cambiándole palabras y estructuras a los versos; los dañó). Debido a esta experiencia, y al carácter reservado de su personalidad, Dickinson prefirió construir su obra en silencio, dentro de su casa, su habitación y jardín en Amherst (Massachusetts). No publicó ni un solo libro y es sabido que sus colecciones de poemas eran reunidas en cuadernillos que ella misma cosía y guardaba.
Poeta por naturaleza, Emily Dickinson comenzó en su madurez a combinar modos de escritura, de tal manera que una de sus cartas podía contener, sin problema, el esbozo o la corrección de un poema. Cualquier papel que hallaba a mano fue convirtiéndosele en el arcano donde depositar sus hallazgos. Algo queda claro al leer Emily Dickinson y lo incompleto: no se puede entender el concepto de ‘producción’ en esta artista como el resultado de elaborar unos textos concebidos únicamente con afán de verlos transformados en libro. Para Dickinson el apunte suelto, el guiño no desarrollado, la frase provisional, poseen tanta o mayor validez que el tradicional formato de ‘poema’. Hasta la fusión casi total. Las cartas son poemas. Los sobres de las cartas que le llegaban eran la superficie perfecta para anotar un aforismo, un verso, una impresión. Hasta la ecuación:
+ atención – interpelación + mirada – familiar vida
Experimental y vanguardista antes de las vanguardias del siglo XX, imbuida de visiones y de percepciones únicas (que rozan muchas veces lo incomprensible; es el riesgo inevitable cuando se tienen sólo palabras para moverse por este mundo y por los otros), en su pequeño pueblo de la Costa Este estadounidense, Emily Dickinson abría, sin saberlo, una puerta a formas poéticas inusitadas, a una vivencia del arte literario ajena por completo a convenciones que aún campean entre nosotros, como la mencionada voluntad de armar libros con un puñado de poemas, incluso de pensar el poema mismo como algo definitivo, terminado, si fisuras.
Una de las tesis más arriesgadas de la poeta Tania Ganitsky en este libro es que, quizás, hasta ahora, hemos leído mal o con sesgos la poesía completa de Emily Dickinson. Nos faltan los sobres de cartas y los diminutos papeles donde también trabajaba. Sobre todo para entenderla como artífice de lo que no que no se pule, de ese “incompleto” citado en el ensayo.
Su obra tardía está especialmente desgajada y por eso es la más desconocida. Estos poemas tienen componentes visuales y acústicos que solo percibimos cuando accedemos a versiones más rudimentarias y menos editadas de sus textos. […]
Es un reto pensar las posibilidades de editar sus poemas tardíos sin reproducir los manuscritos, pue su inclusión siempre fetichiza la idea del original, de la unidad auténtica, y eso va en contravía del lado más transgresor y experimental de su obra, que se basa precisamente en pensar identidades completas.
Además de presentar un profundo análisis de estas singulares prácticas escriturales, el libro trae textos de Tania Ganitsky entremezclados con los de Dickinson, traducciones impecables (que parten de una labor colectiva) y el diseño de estas traducciones, que respeta el rostro original de los manuscritos.
Leer a Emily Dickinson desde la perspectiva motivada por este libro permite pensar en el futuro de la literatura. Tendrá que ser híbrido, plural, osado. Y es conmovedor que para avizorar el porvenir debamos acudir a una silenciosa dama que lo encausó para nosotros hace un siglo y medio.
Parece que sus poemas hubieran sido escritos esta mañana.
Dios no puede
descontinuarse –
anularse
Esta espantosa
confianza es a ratos
lo único que
queda –
Acaso no son
todos los Hechos Sueños
tan pronto
los dejamos
atrás –