Por | Miguel Ángel Barreto-Senador de la República
A principios de 2021 se hizo público el Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial, (The Global Risks Report) en el cual los expertos nos advirtieron sobre los 10 riesgos que traerá el futuro inmediato. Entre ellos hay uno que llama poderosamente la atención por su sugestivo título: la “desilusión de los jóvenes”.
Tras la pandemia, nuestros muchachos ven el mundo con desesperanza y falta de oportunidades. Incluso, los analistas más pesimistas se atreven a vaticinar que esta podría ser una generación perdida, refiriéndose a la llamada Generación Z, o los nacidos entre 1996 y 2012.
Las cifras de dicho informe son devastadoras. Se habla, por ejemplo, del deterioro de la salud mental de nuestros jóvenes. El 80% de ellos en todo el mundo hoy son vulnerables a la depresión y la ansiedad. Eso como consecuencia de la pandemia, aunque antes el panorama tampoco era el mejor, con pocas perspectivas laborales, producto entre otras cuestiones de la crisis climática, la desigualdad, la violencia y problemáticas sociales.
En materia de educación crece la deserción escolar y la virtualidad ha empeorado la calidad de la formación impartida. El mismo informe señala que el 30% o más de la población estudiantil mundial carece de la infraestructura tecnológica necesaria para asistir a las sesiones de clases digitales, siendo las mujeres jóvenes las más afectadas con el cierre de escuelas. Una encuesta de JA Worldwide, con más de cinco mil jóvenes de 16 a 25 años de 17 países, mostró que los estudiantes están ansiosos por más oportunidades de aprendizaje práctico. Es decir, demandan una educación por fuera de las aulas que les permita un contacto con la realidad, más allá de los libros y los tableros.
En Colombia el primer gran reto, creo yo, es lograr que todos los alumnos regresen a clases presenciales, poner fin a la virtualidad para que nuestros muchachos tengan la oportunidad de relacionarse. La falta de contacto con el otro, claramente está dejando consecuencias, lo que influye negativamente en su percepción sobre el mundo y el lugar que ocupan en él.
Pero sin el cien por ciento de la población vacunada, ese sueño se convierte en espejismo. Cuando radiqué en el Congreso el proyecto de ley que otorga ciertos beneficios económicos a quienes se vacunen contra el Covid-19, estaba pensando en los miles de jóvenes a los que la crisis dejó por fuera del sistema educativo.
Un descuento en la matrícula para pregrado o posgrado en las universidades públicas podría en algo reducir las dramáticas cifras de deserción: durante el primer año de la pandemia, las matrículas experimentaron una caída del 23% en el caso de pregrado.
Aclaro, no obstante, que ese no es el único aliciente que persigue esta iniciativa, pues también abrimos el camino para brindar un descuento especial en el trámite de ciertos documentos, como la expedición del pasaporte, la libreta militar o el duplicado de la cédula de ciudadanía.
Una propuesta de esta naturaleza es un primer paso para alentar a los jóvenes a que retomen los estudios, para darles la oportunidad de formarse y para que puedan ver hacia adelante con optimismo y disfrutar de una vida normal más allá de sus hogares y del computador.
Cualquier estímulo económico hace la diferencia en un país como el nuestro en el que la cobertura está así: Jóvenes entre 18 y 29 años (31.9%, 3.273.342 personas; 30 y 39 años: 42,3 %, 3.275.805 personas y 40 y 49 años (51,5.%, 3.298.866 personas).
El plan de vacunación avanza por buen camino si tenemos en cuenta que a corte 25 de enero se han aplicado 70.105.545 de dosis de todas las vacunas disponibles, según los reportes del Ministerio de Salud.