
Vivimos tiempos convulsos en que la razón parece estar perdiendo relevancia en el debate nacional. El panorama actual de la democracia colombiana se vislumbra arcaico y desesperanzador: la racionalidad argumentativa y el humanismo parecieran condenados a desaparecer.
No puede desconocerse que actualmente el país navega en una coyuntura que viene minando la esperanza, la confianza ciudadana en el ejercicio público y político y la credibilidad en la democracia y las instituciones: el déficit fiscal, la tremenda crisis en los sectores de salud, productivo, minero-energético, el inocultable fracaso de la “Paz total” y la falta de control total del Estado que ha conducido a la nación por el camino de la violencia e irremediable pérdida de seguridad para la población. El actual panorama inevitablemente ha propiciado un ambiente hostil y álgido entre sectores oficialistas de gobierno y oposición.
En un país democrático resulta válido y legítimo debatir, cuestionar, contrastar y contradecir, pero también se considera inaceptable generar odios de clase, por intereses y sesgos ideológicos. Triste y vergonzosamente los actores políticos opuestos ideológicamente vienen encarando el debate bajo las premisas de la descalificación irracional de la opinión del adversario, ninguna parte aspira a entender o siquiera considerar el argumento contrario, solo impera la “verdad absoluta” de cada orilla, la dinámica constante ha sido alimentar una división que construya narrativas pasionales encaminando las discusión nacional no como disputa democrática entre adversarios públicos y políticos, sino como un enfrentamiento verbal apasionado entre héroes o criminales.
Este preocupante escenario de fanatismo político viene malogrando la esencia democrática y desdibujando los postulados normativos que cimentan nuestro Estado social de derecho signado bajo principios democráticos, participativos, pluralistas con ineludible observancia al respeto de la dignidad humana.
Polarizar la discusión nacional no necesariamente significa propiciar enfrentamientos o promover una oposición polémica o ilegítima, en democracia, la polarización demuestra una segmentación de sectores políticos que dadas sus ideologías están o estarán antagónicamente alejados. Un escenario de polarización surgido como ejercicio de disenso político en el marco de respeto al adversario y con honestidad intelectual y argumentativa no puede satanizarse ni significar imponer vetos o callar las voces o denuncias a los líderes de la oposición, o impedir a sectores oficialistas defender las tesis de gobierno.
Urge sí, reiterar el llamado a recuperar la sensatez y apartar el debate político de la deshumanización y de la ruptura de las reglas mínimas de respeto y la tolerancia. La confrontación entre los sectores políticos debe ser promovida como un sano y legítimo disenso entre compatriotas con visones de país ideológicamente antagónicas, no como un desagradable enfrentamiento entre enemigos y fanáticos políticos condenando al país al naufragio del odio, la venganza y el resentimiento.
“Tolerancia frente a intolerancia, libertad frente a tutela, humanismo frente a fanatismo, individualismo frente a mecanización, conciencia frente a violencia…”.
Stefan Zweig