La capital de Boyacá solo crece como tienda de barrio, porque en la parte intelectual, del pensamiento, de la cultura, del conocimiento, se estancó hace décadas. Acá una radiografía del proceso del proyecto de la Megabiblioteca de Tunja, junto con el menosprecio de los políticos hacia la cultura.
Para creerme periodista investigué en Google sobre el mal llamado parque biblioteca y, después de perderme en Facebook, salí de casa. Vagué hasta aquel apéndice del parque Recreacional, esa pretensiosa obra de cuatro mil millones de pesos, sin biblioteca. En los senderos peatonales del humedal solo había barro y, con las lluvias, medio lago amenazaba con desbordarse. Un par de jóvenes perfumados con hierbas y sahumerios me miraron frunciendo el ceño porque no les compré bolsas para la basura.
Padres castigaban a sus críos obligándolos a montar en los resbaladeros rotos y a rodar en los pastizales entre cacas de perro, latas de cerveza, colillas, papeletas de bazuco y tacos de marihuana. Algunos niños eran felices mientras escapaban de los ojos vigilantes del grupo de madres chismosas.
Caminé y encendí un cigarrillo. Imaginé una biblioteca junto al lago. Un edificio muy pequeño, de cuatro por cuatro, con dos ventanitas y un bibliotecario asomado en la puerta, triste y fumando, como yo, porque nadie visita sus libros. Me tumbé en el pasto y cavilé en que la capital del departamento de Boyacá no cuenta con una biblioteca pública.
presupuesto designado para la cultura en la administración rusoalcalde, no alcanza para traer a Silvestre Dangond a
La realidad hoy es que en el apéndice del parque Recreacional nunca se construyó la megaobra prometida desde el 2010 y, por otro lado, el presupuesto designado para la cultura en la administración rusoalcalde, no alcanza para traer a Silvestre Dangond a un aguinaldo funemesco, mucho menos para construir un edificio donde abandonar libros.
De 200 mil habitantes en Tunja, ¿a cuántos interesa una obra de estas?
Los ciudadanos no salen de la eterna protesta para que les tapen los huecos de la calle, ni siquiera piden el arreglo del andén. Piden asfalto porque están atorados con la idea de que una buena vía les genera bienestar y recursos.
Los tunjanos no piden una biblioteca. A duras penas visitan la única que hay y que pertenece al Banco de la República, el bello centro cultural que nunca visito porque está ubicado en el antiguo teatro Quiminza y de ese lugar solo quiero tener recuerdos de cine.
Algo parecido sucedió con el Bosque de la República. A las gentes del común y a los mandatarios no les importó preservar aquel sitio histórico como patrimonio cultural de la nación. Prefirieron instalar gramilla, regar asfalto e incrustar un par de canchas de microfútbol. Le arrebataron la magia de patrimonio cultural y lo convirtieron en un centro deportivo, de borrachera y de metedero de bazuco.
La influencia de una biblioteca en el desarrollo urbano y en el andar cotidiano de la ciudanía, contrasta con las agendas políticas de los mandatarios. La capital de Boyacá crece más como negocio, como tienda de barrio, porque en la parte intelectual, del pensamiento, de la cultura, del conocimiento, se estancó hace décadas.
Lo que valoran los administradores políticos es el negocio con el constructor, con la aseguradora, con el banco prestamista. El negocio de esos mercaderes colados en el poder, es ver cuánto dinero les queda a ellos por echar asfalto y varilla en las calles.
De reconstruir, reparar o modificar, no les queda nada del erario público en sus bolsillos
Dejan caer los teatros, los cinemas, incluso los bares, las casas coloniales, porque de reconstruir, reparar o modificar, no les queda nada del erario público en sus bolsillos.
No sé qué indigna más, la idea de que nadie responderá por los dineros asignados exclusivamente para la construcción de una biblioteca en el lote junto al centro de convenciones de la Cámara de Comercio, o, que apenas un 0,001 por ciento de la población tunjana insista en que se construya.
Aunque una biblioteca pública no genere la misma conmoción y expectativa que inaugurar una tienda Oxxo, porque no atienden 24 horas y es poco probable que vendan licor, es un espacio fundamental para la cultura y el conocimiento. Además, los libros físicos no murieron con la era digital, porque el placer del libro como objeto es una experiencia única.
La biblioteca sigue siendo el objetivo. Es una obra fundamental para la ciudad estudiantil, para esta ciudad que se llama a sí misma universitaria. Más allá de una imagen nostálgica de lo que es (era) una sala de lectura, la obra podría convertirse en un espacio de reuniones, convites, talleres, clubes de lectura, un espacio para otras artes.
La ciudadanía debe exigir una decisión legal seria que ayude a recuperar los recursos monetarios
El tema de la biblioteca en el parque apéndice del Recreacional, no puede pasar desapercibido. La ciudadanía debe exigir una decisión legal seria que ayude a recuperar los recursos monetarios, se debe hablar de la importancia de la biblioteca en su función de edificación con todos los recursos y ayudas tecnológicas posibles para el conocimiento, para aprovechar la dinámica de la ciudad frente al ámbito académico.
Lo único cierto, este mes de junio del 2024, es que han pasado 14 años, y el tiempo y las leguleyadas diluyeron la discusión.
Más allá de los tres edificios que rodean a la escultura de Simón Bolívar: la iglesia, la alcaldía y la gobernación, ¿cuál es la memoria de Tunja? Nos quedamos estancados en el desempleo, negocios y comerciantes pequeños y medianos en quiebra por culpa de las tiendas como D1, ARA u Oxxo, un balcón en la plena Plaza de Bolívar que cumplirá 20 años con una lona a cambio de techo, un Pasaje de Vargas convertido en un bar mezquino, vendedores ambulantes acorralados por la autoridad, un alcalde al que se le enreda la lengua al tratar de apropiarse de la palabra sumercé.
¿Qué es la memoria de Tunja si no se pelean los recursos, si no se impone una lucha por la cultura y el saber?
Radiografía del proceso del proyecto de la Megabiblioteca de Tunja
En el año 2010, el exalcade Arturo Montejo tuvo la pretensiosa idea de construir, en sus propias palabras, “algo más o menos parecido a la biblioteca pública Virgilio Barco, de Bogotá. Y más fatuo aún, llamarla biblioteca Metropolitana Luis Carlos Galán”.
Montejo solicitó un empréstito por 36 mil millones de pesos para proyectos en la ciudad, y de ese dinero sacaría cerca de 4 mil para la biblioteca y el parque.
Desde la Gobernación del entonces mandatario Rozo Millán, contemplaron adicionar otros cinco mil millones de pesos, con lo que cubrirían la terminación y dotación de la biblioteca; dinero que finalmente quedó congelado y pasó a la administración de Juan Carlos Granados.
El terreno pertenecía a la nación, así que Montejo lo pidió al entonces presidente Álvaro Uribe. La ciudad pagó 200 millones de pesos que era el costo de lo que se debía de impuesto predial. El lote fue prácticamente donado a la ciudad por el Gobierno nacional.
Todo estaba listo en el 2012, hasta que el exconcejal Pedro Pablo Salas interpuso una Acción Popular donde argumentaba la inconveniencia de construir allí una biblioteca, pues ese terreno era un humedal.
Montejo se fue de la alcaldía y dejó 3.780 millones de pesos en manos del contratista.
Para el año 2013, la Corporación autónoma Regional de Boyacá, Corpoboyacá, brindó un concepto técnico sobre la Medida Cautelar de la Acción Popular interpuesta por Salas, y resolvió que la obra se hizo en un 70% humedal y, 30% en zona dura, terreno que se dispondría para la biblioteca. Recomendó recuperar el humedal en un área de 3 mil metros cuadrados.
Entra Fernando Flórez quien, para “salvar los recursos”, resuelve cambiar el proyecto y construir el solo parque. El exsecretario de Infraestructura de esa administración, John Carrero, decide que, como él aseguró, “ese lote se inunda cuando llueve”, habría que construir dos tanques profundos. Es decir, en el parque y sus tanques, se fueron los cerca de 4 mil millones de pesos. Acá el exalcalde Arturo Montejo se cuestiona sobre si Flórez preguntó en el Concejo si eso era lo más conveniente y les solicitó la autorización, además, si fue al Ministerio de Hacienda para que le abalaran ese cambio de destinación específico.
El embolate está cuando un grupo de Magistrados dicen que el objeto del contrato era un parque y una biblioteca. De esto se “habla” (entre comillas porque nunca se habló, sino que los abogados se encargaron de dilatar) entre 2016 y 2018. Como no hay biblioteca, el contratista se vería obligado a devolver el dinero. Luego de hacer una tasación determinan que el dinero para devolver a la ciudad es cerca de 2.500 millones de pesos y, le reconocen al contratista el costo de los diseños que fueron cerca de $500 millones; es decir, el contratista finalmente debería devolver 2 mil millones de pesos. Cosa que nunca pasó.
El proceso quedó empolvándose en la oficina de responsabilidad fiscal. Ya Flórez había terminado mandato y Pablo Cepeda recibió el parque, se hizo el de la vista gorda y no se preocupó por ver qué sucedía con el caso. Cepeda Alegó que no había dineros para hacer nada de la biblioteca.
En aquel 2018, el Tribunal Administrativo de Boyacá, ordenó la construcción de la biblioteca. Sin embargo, según lo dijo el Magistrado Luis Arciniegas, el contratista, ante un comité de verificación del cumplimiento del fallo, planteó que tendría los diseños del parque; pero, le pidió a la Administración Municipal, que le asignaran un presupuesto de 7 mil millones de pesos para ejecutar la obra.
El Consorcio Educativo Tunja debió devolver exactamente $1.988 millones a Tunja, por no haber construido la biblioteca.
Llegó la pandemia por la COVID-19. A nadie le interesa ni la obra ni el dinero. Todos quieren sobrevivir a la administración Fúneme y a la pandemia.
Para agosto del 2023, la Contraloría Municipal de Tunja, archiva el proceso del parque biblioteca. El proceso prescribió ya que cumplió el término de cinco años. Esta decisión dejó libre de cualquier responsabilidad fiscal a Flórez, Montejo y por supuesto a John Carrero para librarse de ese karma y poder hacer campaña a la Alcaldía.
El 11 de mayo del 2024, desde el Concejo, el contralor Municipal, Fausto Andrés Castelblanco, confirmó al periódico El Tunjano que “El proceso precluyó porque no tuvo actuaciones en algunos años. Desafortunadamente en mi administración el tiempo no dio para continuarlo y se prescribió por términos, por esto, la sanción económica no va para nadie”.
El contralor advirtió que la Contraloría Municipal trasladó a los responsables a la Procuraduría para que ese órgano de control sea el que determine dónde estuvo la negligencia.
Cada uno de los involucrados tocaron el tema cuando se vieron arrinconados, cuando la justicia los señaló. Solo quisieron salvarse a sí mismos. Todos dijeron en medios que estaban dispuestos a hablar cuando fuera, pero lo cierto es que pusieron a sus abogados a poner cualquier traba posible para librarse de pagar.
¿Quién querría cargar con ese muerto? ¿A quién le importaba construir una biblioteca pública con todos los costos que implica, no solo de la obra física, sino de la dotación de muebles y tecnologías, libros, archivos, administración, recibos, predial, etc.?
Aquella biblioteca para la cual proyectaban una inversión total de 7 mil millones de pesos, hoy año 2024, fácilmente podría llegar a costar entre 14 y 20 mil millones de pesos.
Todos supieron lavarse las manos con el agua sucia del humedal.