Muchas definiciones se viven dando sobre la sociedad de nuestro tiempo en estos países Latinoamericanos. Más que definiciones, sería el caso de aplicarle calificativos. El más severo, puede ser el de “sociedad en crisis”.
La situación de crisis nos coloca, no ante una simple complejidad. Ya de por sí nuestra sociedad es compleja, al verse tan divida, tan desigual, tan injusta; desde sus mismas estructuras. Porque unas son las condiciones de quienes ostentan poderes en lo económico, en lo político, y otras muy distintas son las situaciones de quienes hoy por hoy, experimentan su pobreza y su miseria, en medio de las aparentes comodidades.
Costoso está resultando para muchos el esquema de sociedad al cual han querido pertenecer, por aquello de sostener vanidades. Las élites de dirigencia, sin embargo, terminan alimentándose de todos esos estratos que viven de apariencias y que permanecen asfixiados con lo costoso del rol social en que permanecen.
A todo esto, no lo llamemos crisis; son simplemente taponamientos o maquillajes que cuestan: así el vestido, la educación, los servicios públicos.
La crisis de la sociedad actual está más en no tener rectores de vida, en no tener objetivos que la puedan llevar a algún norte de autenticidad. Es triste que una sociedad permanezca sumida en su propio engaño, sin que de sus estratos y menos aún de su clase dirigente, surja el pensamiento de un humanismo. Simplemente, se gira alrededor del dinero, con todo lo que con él se puede lograr y aún aparentar. Pero los vacíos cuando son del alma no los llenarán jamás con todo ese mundo de cosas de que busca rodearse el poderoso y el emergente de la sociedad de nuestro tiempo.
¿Qué de esencialidades encierra el esquema de vida en que permanecen los hombres y mujeres de algún acomodamiento en este país? Ni siquiera tienen idea de lo que pueda llenar el alma: eso que los humanistas llaman ideas; que no serán las de los ejecutivos o tecnócratas en los diseños de lo rentable. No. Se trata de ideas, en la tarea del desarrollo del hombre; que sólo se da cuando se opta por enriquecer el espíritu con el pensamiento, con la doctrina, con la afición por el arte, por la literatura, como tratando de que la palabra, lo rija todo; para que así haya discurso sobre la realidad humana: la del alienado con su concepto de sociedad y la del que ni siquiera alcanza a alimentar su cuerpo.
Por falta de humanismo se cree más en la guerra, que en el desarrollo social, que en la educación. Por falta de humanismo, prospera el mediocre en la política y se va dejando de lado al que piensa, al que hace análisis. Por falta de humanismo, estados y gobiernos caen en manos de unos fríos calculadores de manejos de cifras económicas, de mentalidad sólo para lo rentable, sin que importe el hombre de situación sociológica, sin que interesen las políticas de seguridad social.
Por falta de humanismo se cierran los organismos y entidades oficiales que pudieran crear arte, que sostuvieron talleres experimentales para no dejar decaer valores ancestrales, culturales, de la provincia.
Por falta de humanismo se ha llegado a lo vulgar de la “política”; hoy por hoy descrédito para la gente de bien; que no lo será, el llegado a más con la figuración en un Congreso de la República, en una Asamblea Departamental, en un Concejo Municipal, posando de “entendidos”, cuando ni siquiera manejan conceptos, menos aún ideas para que alguna vez se entienda que la vida no es juego de lo superficial, sino contenidos con base en actitudes que transformen hasta las mismas estructuras existentes, como en una revolución de la palabra, del pensamiento.