La entrega de la nueva Plaza de Mercado en Paipa debió haber sido una celebración del trabajo conjunto entre la Gobernación de Boyacá y la Alcaldía municipal.
Cuando el Gobierno departamental anunció la realización de un evento para formalizar esa entrega supusimos que era la culminación de un gran esfuerzo financiero y presupuestal pero, al mismo tiempo, el comienzo de un trabajo colectivo para sacarla adelante. Y, sin embargo, el acto se convirtió en un pulso de protagonismos y mucho tememos que pueda terminar en una enorme frustración para los paipanos.
Lo que debió ser un acto de unión y esperanza, incluido dentro de la celebración de la Semana Internacional de la Cultura Campesina, terminó siendo un escenario de confrontación política, de egos enfrentados y de discursos cruzados que opacaron el verdadero propósito de la obra: dignificar el trabajo campesino, impulsar la economía local y generar un espacio de encuentro entre tradición y progreso.
Y, sin embargo, esa plaza, sigue siendo una oportunidad única para construir sobre lo construido y para generarle al municipio un espacio digno y productivo.
Más allá de las acusaciones mutuas sobre improvisación y falta de planeación, más allá de las señalamientos que se han hecho entre el Alcalde y el Gobernador y más allá de lo que digan los seguidores de uno y otro, lo urgente ahora es definir qué manejo debe dársele a esta plaza para garantizar su sostenibilidad, su impacto social y su papel estratégico en el desarrollo de Paipa y la región.
Y para ello, es necesario recordar que en el sector público las decisiones no deben tomarse con base en emociones ni cálculos políticos, sino guiadas por los principios de planeación pública: eficacia, eficiencia, transparencia, moralidad, imparcialidad y participación ciudadana.
El punto de partida debe ser la eficacia, entendida como la capacidad de lograr los objetivos planteados. La plaza no puede quedarse como una obra de cemento ni como un símbolo de disputa entre gobernantes. Su verdadera eficacia se medirá en el número de campesinos beneficiados, en la dinamización del turismo local, en la generación de empleo y en la posibilidad de convertirla en un espacio cultural y gastronómico de referencia nacional.
Pero la eficacia solo es posible si va acompañada de eficiencia, es decir, del uso adecuado de los recursos humanos, financieros y materiales. La plaza costó más de $25 mil millones, una inversión que exige una administración profesional y técnica, no improvisada ni politizada.
El episodio del retiro del Alcalde del evento público en el que se encontraba el Gobernador y toda su comitiva y luego las no diplomáticas declaraciones de los antagonistas políticos fueron desafortunados. Invitamos desde este espacio al Gobernador y al Alcalde a pasar la página de unos acontecimientos que no deben ocurrir ni en política ni en administración pública.
De persistir esa rivalidad los únicos que van a salir perdiendo son los campesinos, usuarios de la nueva plaza de mercado, y la ciudad de Paipa, que podría terminar siendo castigada por el Gobierno departamental.
En aras de mejorar esa relación hoy afectada por los acontecimientos de la última semana, esperamos que pronto haya un acercamiento entre el Alcalde y el Gobernador, porque la administración local requiere la ayuda y el apoyo de las diferentes entidades departamentales si lo que quiere es posicionar la plaza de mercado como un atractivo turístico regional.
La plaza ya está construida, hay todavía muchos asuntos qué arreglar y ajustar para que se puedan prestar y ofrecer allí los servicios para los que fue proyectada. Lo peor que le puede pasar a Paipa es que las relaciones entre el Gobernador y el Alcalde continúen mal.
Con el esquema que inicialmente había planteado el Gobierno de Boyacá, se podía haber pensado en la designación de un o una gerente de la plaza, una persona con conocimientos en gestión pública, mercadeo, administración comercial y promoción turística que coordinara de manera articulada con el gobierno local y el departamental.
Hoy después de lo ocurrido y de que el Alcalde anunciara que definitivamente no le entregará al departamento el manejo y la operación del lugar, tal vez la alternativa podría ser entregarla a los propios comerciantes para que ellos la exploten y se encarguen de su mantenimiento.
La ciudadanía tiene derecho a conocer cómo se manejarán los arriendos, qué criterios se usarán para asignar los locales y cuáles serán los mecanismos de control y evaluación. La transparencia no solo previene la corrupción, sino que fortalece la confianza ciudadana y le da legitimidad a la administración de la plaza.
Uno de los mayores riesgos en la gestión de espacios públicos como la plaza de mercado es la tentación del favoritismo político. El alcalde, Germán Ricardo Camacho, lo dijo con razón: “surgen muchas preguntas… si se le entregará a los amigos del Alcalde o a los amigos de los concejales”. Para evitar que este tipo de señalamientos se conviertan en realidad, el manejo de la plaza debe regirse por la moralidad pública, es decir, por la ética en la gestión y el trato igualitario a todos los comerciantes y productores.
Y en esto la participación ciudadana será clave. La plaza debe ser gobernada con la gente, no sobre la gente. Los campesinos, vendedores, emprendedores y asociaciones deben tener voz en las decisiones sobre su funcionamiento, a través de comités de usuarios, mesas de concertación o consejos consultivos. Sin este componente social, la plaza corre el riesgo de alejarse de quienes verdaderamente la hacen viva.
El discurso del gobernador Carlos Amaya el viernes, aunque apasionado, evidenció una visión de largo plazo: convertir la plaza en un atractivo turístico, cultural y gastronómico, al estilo de los grandes mercados de Barcelona o Florencia. Esa idea, más que desecharse por diferencias políticas, debería aprovecharse como base para construir una estrategia conjunta que combine tradición campesina con turismo sostenible.
El Alcalde, por su parte, recalcó la autonomía municipal y anunció una consultoría para definir el modelo de operación. Esa decisión, si se ejecuta con rigor técnico y sin sesgos partidistas, puede ser el punto de encuentro entre ambas visiones: una plaza moderna, eficiente y autosostenible, que respete la institucionalidad local pero que también capitalice la experiencia y los recursos del departamento.
Porque la plaza no necesita más discursos, sino gobernanza compartida. Un modelo mixto entre Gobernación, Alcaldía, productores y sector privado podría asegurar su sostenibilidad financiera y social. Así, la plaza Aracely Ochoa, o el nombre que ahora el Alcalde o el Concejo de Paipa le quieran poner, podría convertirse en un símbolo de reconciliación institucional y de buena administración pública.
En el fondo, tanto el Gobernador como el alcalde comparten un mismo anhelo: que la plaza funcione, que beneficie a la gente, que se convierta en orgullo de los paipanos.
Pero ese sueño solo será posible si se actúa bajo los principios de planeación pública: eficacia para cumplir, eficiencia para optimizar, transparencia para confiar, moralidad para dignificar y participación para incluir.
La política es pasajera, pero las obras son permanentes. La plaza Aracely Ochoa no puede ser el monumento a la discordia, sino el punto de partida de una nueva forma de gobernar en Paipa: con visión compartida, responsabilidad técnica y sentido de futuro.
Solo así la inversión dejará de ser noticia y empezará a ser desarrollo.