Imagínense el mundo sin mujeres campesinas

Foto | Hisrael Garzonroa / EL DIARIO
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Por: Miguel Ángel Barreto Castillo / Senador de la República

Hace muchos años se estrenó en Colombia una obra de teatro titulada “Ser mujer es cosa pa’ machos”. Aunque se trataba de una comedia, la realidad de la mujer dista de ser chistosa y, por el contrario, es un asunto que cada vez genera mayor preocupación y atención en las políticas públicas.

La situación de la mujer en general es compleja no solo en Colombia, sino en el mundo. Sin embargo, hay un segmento de esta población que sufre con mayor rigor las desigualdades: la mujer campesina o la mujer que tiene en sus manos las marcas que quedan de trabajar la tierra, la propia o la ajena.

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Así lo dejó ver en 2018 un informe de la Dirección de la Mujer Rural del Ministerio de Agricultura, que dio cuenta de las difíciles condiciones que afrontan las mujeres en zonas rurales del país.

Colombia es un país que brilla por sus estudios. Continuamente se diagnostica esto o aquello, pero nos cuesta pasar a la acción para corregir lo que anda mal.

Y en el caso de las mujeres rurales lo que anda mal son muchas cosas. Empezando por aquello que llamamos brechas de género.

En el campo, la tasa de ocupación de las mujeres fue del 29,2% para 2020, año de la pandemia, mientras que la de los hombres se mantuvo en 68,8%. Los indicadores no son mejores en materia de educación, protección social o violencia de género.

Una diferencia tan abismal significa un retroceso en el tiempo. Volver a épocas en las que se creía que la mujer estaba para criar hijos y servir a sus maridos.

De hecho, el mismo estudio señala: “Las mujeres rurales son quienes destinan la mayor cantidad de tiempo a actividades asociadas al cuidado (8 horas diarias frente a 3 horas diarias de los hombres) y las que más participan en el desempeño de estas actividades (93% de las mujeres frente al 61% de los hombres), lo cual disminuye el tiempo disponible para participar en el mercado laboral”.

La fuerza femenina en el campo es arrolladora. Según el estudio en mención, en el país hay alrededor de 5,1 millones mujeres que habitan las zonas rurales.

Visto de otro modo, constituyen el 47,2% de la población colombiana. La mayor parte de ellas (81,8%) está dedicada a la producción de alimentos para el hogar o a los trabajos de mano de obra, como las labores en los cultivos.

Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas afirma que las mujeres representan algo más del 40% de la fuerza laboral agrícola en los países en desarrollo.

La ONU también dice que, si se reduce la brecha en las tasas de participación de la fuerza laboral entre hombres y mujeres en un 25% para el año 2025, se podría aumentar el PIB mundial en un 3,9%.

Ningún candidato que aspire a gobernar a los colombianos entre 2022 y 2026 debería subestimar esas cifras. Por el contrario, cualquier plan de gobierno debe considerar las desigualdades que se ensañan contra las mujeres en general y en particular contra aquellas que trabajan la tierrita y, al mismo tiempo, sacan adelante a sus familias.

Las mujeres rurales, de acuerdo con el estudio del Ministerio de Agricultura, enfrentan una mayor tasa de desempleo (8,9%) en comparación con los hombres (3,0%).

En medio de la actual campaña es necesario conocer la postura de los candidatos presidenciales sobre el binomio empleo/desempleo y se espera de ellos propuestas serias y realizables, no meros espejismos. Pero es necesario hacer la diferenciación entre lo que significa buenas condiciones laborales para la mujer urbana y la mujer rural.

Al campo y a sus mujeres se les ha tratado literalmente como a la Cenicienta del cuento. Sin desconocer que el país ha avanzado en garantizarles mejores condiciones socioeconómicas, también es cierto que estamos lejos de otorgarles el puesto que merecen como agentes clave para la transformación rural.

El Congreso de la República tampoco debe ser ajeno a ese propósito, y el binomio Ejecutivo/Legislativo debe articularse en el próximo cuatrienio en favor de nuestras mujeres campesinas.

Cuando hablamos de un mundo sin hambre, hablamos de los millones de mujeres que contribuyen con tesón y sudor a garantizar un plato de comida para nosotros.

Imagínense entonces un mundo sin mujeres campesinas. ¡Ni pensarlo! Es hora de devolverles algo en gratitud. Y ese algo se llama dignidad.

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