Colombia es un país que en su historia de vida republicana nunca ha experimentado gobierno alguno que haya estado inspirado en tesis o ideologías ajenas al “sacrosanto principio” de la concentración del poder y del gran capital en pocas manos.
Hasta épocas todavía recientes, se hablaba en este país de reforma agraria que, mal que bien, reflejaba ya un conflicto planteado: La reacción de “los sin tierra” y lógicamente el endurecimiento de corazón de unos caciques de “siete suelas”, unos cultos y otros iletrados, pero siempre rudos, llamados latifundistas.
Los intentos de reforma agraria, nunca prosperaron, como pudieron ser planteados por eminentes sociólogos llamados en algún momento para trazar parámetros, para indicar cómo se podía cumplir algún reparto de tierras.
De figuras que pudieron haber jalonado alguna etapa importante, dentro de un determinado proyecto de reforma agraria que se adelantaba, por allá en la década de los años 60, se sabe que murieron en un extraño accidente aéreo. Se recuerda sí que uno de ellos, era un obispo de apellidos Zambrano Camader, compañero que había sido de Camilo Torres Restrepo, como estudiante de sociología de la Universidad de Lovaina.
El otro, un eminente hombre público, de apellido Figueroa, oriundo de Bucaramanga, ya había llegado a la Gerencia General del Incora. Más que intrépido, era hombre de carisma, de convicciones en lo que había que hacer. Se había acercado tanto a la dura realidad de “los sin tierra” que, sin más, iba tomando y con espíritu decidido, la letra existente sobre Reforma Agraria.
Una anciana que presenció el entierro del doctor Figueroa, nos comentaba diciendo: “Nunca había observado en Bucaramanga un entierro tan concurrido, tan sentido, tan llorado por los pobres. Con decir que hasta trataban de no dejarlo enterrar”. ¡Y era un hombre de estrato seis, como diríamos hoy!
Todo esto para indicar que no siempre por ser burgués, se es ajeno a imperiosas necesidades históricas. Hombres con talla de estadistas, profundamente visionarios, los ha tenido la élite económica y política del país. Algunos de ellos, como el doctor Figueroa, quisieron romperle el espinazo a la estructura de injusticia, en la Colombia del “Sacrosanto” principio de la concentración, incluso de tierras, en pocas manos. Pero pudieron más terratenientes que, para la época, podían ser los intocables del momento.
Han trascurrido 40 y más años, desde aquel conflicto de resistencias, entre latifundistas y “hombres sin tierra”, sin que Colombia deje de figurar como de gran escándalo, al no haber tenido un Estado y menos aún unos gobiernos, capaces de imponer una reforma agraria, como para cumplir al menos el sueño de Gaitán, con la presencia y acción del pequeño y mediano propietario, en la Colombia rural. Decía el caudillo: “Colombia es un país donde hay muchos hombres sin tierra y mucha tierra sin hombres”.
Mucho se le ha temido a que en nuestro país prosperen tesis de lo social en el manejo de la política; más si se habla de alcances en redistribución de tierras; para favorecer primordialmente los desprotegidos.
Se seguirá hablando de los “prohombres” del campo, los del gran capital en tierras y ganados, en cultivos, incluso, a gran escala, pero no del minifundista, menos del labriego, del jornalero, de los millones que ya definitivamente los cubrió el infortunio al pertenecer a “los sin tierra”.
Con todo, el porvenir está en el campo, lo dirán los desplazados y aun los burgueses que puedan sentirse incómodos, con tanto problema social arrojado a la ciudad.
Quede claro, sin embargo, que “otro gallo nos cantaría”, si a esta hora, en virtud de una reforma agraria, se estuviera sosteniendo el campo desde la condición de pequeños y medianos propietarios, jalonados desde el Estado, creando, produciendo, haciendo de Colombia la despensa del mundo.