Risible y hasta preocupante resulta la clase emergente de este país. Solo sabe de formas envolventes y absorbentes, para posar de entendida en asuntos políticos.
Colombia es un país que ha estado casi siempre manejado por la política propia de una minoría burguesa. Se trata de una élite si no del todo poderosa en su estructura económica, sí muy posesiva en la conducción del Estado y en su incidencia sobre la opinión pública, mediante la influencia que mantiene sobre los grandes medios de información.
Hoy en día los mismos noticieros de televisión, en su mayoría, han sido tomados como por derecho propio. El poder de la burguesía, aparece sostenido por el andamiaje mismo de todo un poder político, representado por la llamada clase emergente.
Es la clase que a su vez, cumple funciones globales de retaguardia. Para los analistas, este sector, es como la clase B de la política colombiana. Encierra “personajes” de todas las pelambres. No los incomoda que los proletarios los llamen oligarcas; se sienten como enaltecidos; experimentan quién sabe qué sensación de suficiencia.
Con todo, se ven precisados a arrastrar con su natural complejo histórico. ¿Cuál? El saber que muchas de sus posiciones adquiridas no han sido ni por méritos ni por capacidad técnica o científica para abordar e interpretar la realidad histórica de su país. Generalmente han ascendido en forma maquiavélica. Aunque la experiencia en la manipulación de la política, les permite figurar, para muchos, como “prominentes”.
Para los tratadistas serios, objetivos, los representantes de la clase emergente son simple y llanamente comediantes, teatreros del esquema político existente. Como exponentes que son del poder político, cuentan claro está con el patrocinio de una tercera clase: la votante.
Parlamento, asambleas y concejos, vienen a ser entonces formas envolventes y absorbentes de la estructura del poder político. Sin embargo, nada de todo esto tiene que ver con la democracia. ¿Por qué? Porque la democracia, en su esencia, es la política del pueblo, con el pueblo y para el pueblo.
Y la clase emergente ha figurado siempre como el prototipo de sector subjetivo y por ende tradicional. Se trata de una clase, incapaz en forma absoluta para ser consecuente con el pueblo, su génesis, su origen. Entonces clase “renegada”.
Ya lo decía el caudillo del pueblo Jorge Eliécer Gaitán: “Todo se reduce a que el pueblo entienda la elemental verdad de que sus intereses no pueden ser representados por la oligarquía”. En términos generales, la clase emergente es la responsable de que en Colombia no se haya producido un cambio de estructuras; cambio sustancial, único, decisivo. De la necesidad del cambio, si no radical, sí democrático, podría estar siendo consciente de algún modo, la clase burguesa; que en medio de todo es culta, con capacidad de análisis.