Por: Teófilo de la Roca
Hombres de multitudes: ya no los hay. Queremos decir, hombres de impacto en sus palabras, de fuerza en sus convicciones, de ideas en sus discursos. Algunos de los que hubo tuvieron más de caudillos. Otros, fueron líderes. Pero también los hubo con talla de estadistas.
En nuestros días no hay caudillos. Los líderes han desaparecido. Y los estadistas, no lo son tanto. Son más bien dirigentes de esquemas de la política. El discurso ha cesado. No porque esté siendo reemplazado por la acción. La crisis es de ideas. Diríamos que no hay propuestas. O si las hay, no convencen. Propuestas que sean alternativas para pueblos que necesitan no tanto de expectativas, cuanto de esperanzas.
¿Quién hay que se atreva a crear esperanzas? Se necesitaría de lo nuevo. ¿Pero qué puede ser lo nuevo? ¿Acaso lo no experimentado? Sucede que es ya larga la historia de experimentos. Fracasa todo lo que no alcance a llenar al hombre. Tiene que fracasar, porque si no se es vida, menos se podrá comunicar vida.
Del capitalismo no podrán surgir nunca ni caudillos ni líderes. Saldrán manejadores de cifras, de prosperidades y de subdesarrollos. Podrán llamarse genios de la economía. Trazarán políticas. Establecerán formas de dominio. Determinarán colonialismos. Pero quedará pendiente la esperanza. Y si no la hay, tampoco habrá vida.
Habrá fortalecimiento y consolidación de unos. Se crearán monopolios. Continuarán la expansión y dominio de multinacionales. Pero unas inmensas mayorías, pertenecientes sobre todo a países en vía de desarrollo, seguirán ahí en condiciones de sometimiento, de dependencia, como en nuevas formas de esclavitud. Hasta gobiernos mismos, de pueblos y naciones, permanecerán supeditados a grandes monstruos de la humanidad, poderosos de la economía. Amos, por lo tanto del mundo.
Entre tanto los pueblos, condenados a la desesperanza y por lo tanto a la no vida, tendrán que volver a crear sus propios caudillos o líderes, no sin el reto por emprender sus propias experiencias de lucha. Las que le exija su momento histórico.
Atrás, habrán quedado tantas experiencias de lucha, que necesariamente fracasaron. ¿Por qué? Porque siempre hubo temor a lo nuevo, a lo distinto. Y los amos, de cada época, de cada instante histórico, se cuidaron de dejar prosperar propuestas venidas de abajo. Entonces, siempre se creó la gran muralla, desde “democracias” y aun desde regímenes fuertes para evitar que surgieran expectativas.
De algún modo ha faltado que el discurso de caudillos y de líderes, fuera de simples ideas o propuestas. Había que tomar al hombre en su esencia. Que no va simplemente para desmontar sistemas o regímenes injustos. Pueblos hubo en la historia cargados de gloria, al destronar amos. ¡Pero si ello bastara! No.
El hombre para ser libre, tiene que comenzar por entender de violencia interior. La planteada por Jesús de Nazaret, que no necesitó ni de armas, ni de ejércitos, ni de revueltas populares. Simplemente expuso tesis para llegar al corazón del hombre, a partir de un proceso de conversión; esto es, de viraje hacia un nuevo concepto de vida.
Examinando las tesis de Jesús, encontramos que lo que plantea es todo un ideal humano. Propio para hombres de plena honradez en el hablar y el en actuar.
Revestidos de sencillez, que es humildad. Y la humildad, es verdad en sí misma. Desde ella se mira al poderoso, como ese prójimo llamado a descubrir qué es la vida. Muchos poderosos de la tierra, nunca resistieron al discurso de la no violencia de Gandhi; no necesitó de ejércitos para humillar y estremecer a quien pudiera estar creyendo en la eficacia de lo bélico.
Desde el sentido de humanidad o amor surgido desde las propias entrañas, con base en la exigencia misma de justicia, se ha construido un discurso que ha ido más allá de lo planteado por caudillos o líderes.