Esa parece ser la hipótesis de quienes cuestionan tajantemente las cuarentenas como medida de choque ante la pandemia del COVID-19. La soledad en algunos casos, los roces por convivencia en otros, el estar a cargo de niños pequeños o la incapacidad de cumplir con las rutinas establecidas por medios externos como colegios, universidades o sitios de trabajo, parecen ser argumentos de peso para restar méritos al aislamiento social. Aunque a la vista está el lento crecimiento de la curva de contagios gracias a la cuarentena, así como la apreciación de especialistas en salud mental, que advierten que es contexto al que las personas pueden adaptarse y del que siempre tendrán a alguien disponible para ello, ya sea un amigo, un familiar o un profesional de la salud mental.
Luego de casi cinco meses de cuarentena en Colombia, son diversas las preocupaciones que surgen entre la ciudadanía sobre los efectos que esta pueda tener para la salud mental. Para unos ha implicado un cambio drástico de rutinas, de hábitos, la suspensión de actividades que son fuentes de satisfacción, sensación de pérdida de libertad, contacto forzado con miembros del grupo familiar, o en el extremo contrario la ausencia de dicho contacto con familiares y amigos por la imposibilidad de tenerlos cerca. Del otro lado de la balanza están aquellas personas que han podido habituarse fácilmente al aislamiento o que no han sentido un cambio drástico en sus rutinas.
Claro está que todas esas sensaciones o problemas surgidos a raíz del aislamiento pueden desencadenar en una afectación a la salud mental, aunque ello depende del estado emocional y de la capacidad de la persona para afrontar una situación como esta.
EL DIARIO conversó con dos psicólogas especialistas en psicología clínica para entender los efectos que puede traer el encierro prolongado, así como el impacto en la salud mental a aquella persona que se le diagnostica COVID-19.