En los 40 años de la muerte de cerca de 100 personas por la toma del Palacio de Justicia, el magistrado Luis Ernesto Arciniegas dijo esta mañana que esa esa fue una tragedia que aún duele, que aún arde en la conciencia de la Nación.
“Nos reunimos no solo para recordar, sino para honrar la memoria de quienes allí perdieron la vida en medio del fuego, la violencia y el silencio”, dijo esta mañana el magistrado del Tribunal Administrativo de Boyacá Luis Ernesto Arciniegas, durante la celebración de los 40 años del Palacio de Justicia.
Recordó que magistrados, servidores judiciales, empleados, visitantes, militares y combatientes fueron víctimas de una tragedia que aún duele, que aún arde en la conciencia de la Nación, y, por supuesto, en las entrañas mismas de la Rama Judicial.
“La Rama Judicial, como institución, sufrió una afectación profunda y duradera. La pérdida de sus más altos jueces no solo dejó un vacío humano y profesional irreparable, sino que también fracturó la confianza en la independencia judicial y en la capacidad del Estado para proteger a quienes defienden el orden constitucional”.
Según dijo, el Holocausto del Palacio de Justicia marcó un antes y un después en la historia judicial del país, dejando cicatrices que aún se reflejan en la estructura, el funcionamiento y la percepción pública de la justicia.
“Como servidores de la Justicia recordamos especialmente con respeto y con profunda tristeza a los magistrados de la Corte Suprema, quienes murieron defendiendo la Constitución, la legalidad y la dignidad de la justicia. Su sacrificio no puede ser en vano, ni su memoria puede ser sepultada bajo el polvo del olvido o la indiferencia”.
“Y condenamos con firmeza a quienes provocaron esta barbarie: tanto a quienes tomaron por las armas el templo de la justicia, como a quienes, desde el poder del Estado, respondieron con una violencia desmedida, deshumanizante y criminal”.
Su responsabilidad no puede diluirse en el tiempo ni en la retórica. Tenemos que reconocer que no se trató de ningún acto heroico de ninguna de las partes involucradas. Fue, y sigue siendo, el escenario vivo de nuestra violenta realidad, esa que tenemos la obligación de transformar para beneficio de las generaciones venideras, que aspiran a vivir en un país en Paz.
Este no es un capítulo cerrado. Es una herida abierta. Una herida que sangra cada vez que el país se niega a mirar de frente su historia. ¡La verdad aún clama por justicia!
Adicionalmente dijo que a 40 años, Colombia aún no ha sido capaz de comprender el significado profundo de este Holocausto. No ha sabido transformar ese dolor en una lección fundacional para construir una nueva Nación, más justa, más humana, más democrática, más incluyente y tolerante. No olvidemos la vieja y sabia sentencia: quien no conoce- y reconoce- su historia está condenada a repetirla”.
Y finalmente indicó: “hoy debemos comprometernos con la memoria, con la verdad y con la justicia. Porque solo así podremos sanar. Solo así podremos decir, con dignidad”.












