
El asesinato del exsenador Miguel Uribe Turbay, sucedido el 11 de agosto de 2025, es el triste desenlace para su familia después de dos largos meses de angustia, tras el atentado en su contra, perpetrado el pasado 7 de junio en Bogotá, durante un mitin político. Los hechos son materia de investigación por los organismos competentes, que además siguen la pista de quienes podrían beneficiarse con este acto reprochable.
Sin embargo, aprovecho esta oportunidad para expresar mi desacuerdo, como ciudadano, con la forma impúdica en que la mayoría de los medios de comunicación han abordado la noticia de manera persistente. Aunque existe la creencia popular de que “no hay muerto malo”, en el sentido de que, en momentos de duelo, no se deben recordar las malas actuaciones del difunto, yo recurro a otro dicho popular: “hablando del cuerpo, más no del alma”, para decir lo siguiente.
Miguel Uribe Turbay (1986) fue hijo de Diana Turbay Quintero (secuestrada y asesinada en 1991) y Miguel Uribe Londoño (capturado e investigado en 2000 por el desfalco al Banco del Estado), nieto de Nidia Quintero Turbay (fundadora de Solidaridad por Colombia) y del expresidente Julio César Turbay Ayala (presidente de 1978 a 1982, conocido por su política de “inteligencia” y el Estatuto de Seguridad).
Como miembro de la élite colombiana, Miguel Uribe desconoció, por falta de experiencia, la realidad social del país. Circunstancia que fue una constante en sus posturas políticas y en sus actitudes frente a las legítimas reclamaciones de las inmensas mayorías de la población del común y de la clase obrera y trabajadora.
Un claro ejemplo de esto fueron sus declaraciones al periodista Daniel Pacheco de La Silla Vacía en 2023, cuando afirmó:
“Esta reforma tributaria (la del gobierno Petro) a quienes va a golpear más es a la clase media y clase media-alta, es decir, esas personas que ganan entre, más o menos 20 – 25 millones y 60 millones.”
A lo que el entrevistador, visiblemente sorprendido, replicó:
“¿al mes? Pues eso es clase alta-alta, porque aquí que alguien se gane 20 millones al mes…”
Todo esto lo menciono para contradecir los titulares de la gran prensa que han intentado presentar a Miguel Uribe como un héroe, cuando jamás luchó por el bienestar social de los colombianos, nunca hizo gala de ser un buen ser humano ni representó la esperanza de los más necesitados. No fue un guerrero, ni un gran orador. Por el contrario, siempre se declaró en contra de las reformas sociales, de la consulta popular y, en general de la reivindicación de derechos. Durante su tiempo en el poder, se alineó con los intereses de la clase política y empresarial, y si en algún momento se rasgó las vestiduras, fue precisamente para defender los beneficios económicos de los estratos altos, generalmente asociados a los partidos tradicionales manchados por la corrupción.
Su trágico final estuvo marcado por una extraña coincidencia del destino. Primero, en el momento que le dispararon, él mismo estaba defendiendo el porte de armas, y segundo, como si fuera perseguido por sus propias palabras, la bala que acabaría con su vida lo impactó en la cabeza. Es necesario repetir aquí sus palabras al referirse al asesinato de Dilan Cruz, un joven muerto a manos de un agente del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) en Bogotá, durante las protestas de 2019.
“El disparo iba proyectado hacia otro objetivo y en la línea de fuego se atravesó Dilan”.
Aunque estas palabras fueron infames ante el dolor de una familia, Miguel Uribe ya había tenido que responder por comentarios de similar calibre. Frente a los familiares de Rosa Elvira Cely, víctima de feminicidio en 2012, cuando él era secretario de Gobierno de Bogotá, y de la oficina jurídica de esa dependencia fue emitido el siguiente concepto:
“Si Rosa Elvira Cely no hubiera salido con los dos compañeros de estudio después de terminar sus clases en horas de la noche, hoy no estuviéramos lamentando su muerte”.
Finalmente, de acuerdo con la necesidad de eliminar el lenguaje que incite a la violencia, pero también con la firme convicción de que lo que necesita este país para encontrar la paz es la verdad, concluyo con estas palabras: el retrato que el exsenador ha dejado es el que debemos recordar para que podamos hacer memoria de su legado.