Hace tres semanas, Duitama celebró unas elecciones atípicas que, aunque parecían un asunto local, terminaron retratando con precisión el clima político nacional: una sociedad profundamente polarizada, un liderazgo populista eficaz y una oposición incapaz de conectar con la ciudadanía.
Este contexto se intensifica con la reciente negativa del Congreso a la consulta popular promovida por el Gobierno, que bajo la consigna de defender los derechos de los trabajadores y las mayorías, plantea preguntas emocionalmente irresistibles que se podrían resumir en: ¿quiere ganar más y trabajar menos? y ahora que intentan volver a tramitarla: ¿quiere que los medicamentos sean más baratos?
Aunque estas premisas suenan ideales y garantizan respaldo masivo, omiten el debate técnico sobre su viabilidad y consecuencias. En la práctica, podrían generar efectos contraproducentes: desde impactos negativos en la productividad y el empleo, hasta dificultades en la sostenibilidad del sistema de salud acrecentados en la escases de medicamentos.
Volviendo a nuestra querida Duitama todo comenzó en diciembre de 2024, cuando el Consejo de Estado anuló la elección del alcalde José Luis Bohórquez por doble militancia. Era el primer mandatario de izquierda en la historia de una ciudad tradicionalmente conservadora.
Al no haberse cumplido los dos años de su mandato, se convocaron nuevas elecciones. Lo insólito fue la decisión de su grupo político: inscribir como candidata a Rocío Bernal Ramírez, su pareja sentimental públicamente durante el tiempo de Bohórquez en el cargo, reconocida como la gestora social de su gobierno.
La ley colombiana es clara: los parientes hasta primer grado de afinidad no pueden aspirar al cargo en el año posterior al retiro del funcionario. ¿La respuesta? Que ya no eran pareja. Una afirmación que para muchos fue una burla a la inteligencia de la ciudadanía. Pese a las demandas, el Consejo Nacional Electoral no se pronunció antes de la votación. Y Rocío Bernal fue elegida.
Lejos de ser un capítulo menor, lo ocurrido en Duitama revela cómo la narrativa política del presidente Petro, efectista, polarizante, beligerante y emocional, ha logrado permear la conciencia colectiva. Desde el primer momento, Bohórquez convirtió su nulidad en una bandera de victimización.
El propio Presidente la presentó en redes como una “persecución política” contra la izquierda y el progresismo. Y ese discurso caló.
Aunque José Luis Bohórquez no gozaba de una alta popularidad y era duramente cuestionado por su inexperiencia y escasos logros, la campaña para la elección atípica en Duitama rápidamente dejó en evidencia que se trataba de una reedición de la contienda de 2023: Bohórquez contra Serrato, pero esta vez con Rocío Bernal como su representante.
La imagen del exalcalde incluso apareció en la publicidad de su compañera sentimental, quien fue presentada como la continuidad de su proyecto político. Bohórquez no se retiró un solo instante del proselitismo, participando activamente en reuniones y actos de campaña, incluso —según se comentaba— con apoyo del aparato municipal. Paradójicamente, una práctica históricamente criticada por la izquierda.
A pesar de los pronósticos de baja participación, el electorado sorprendió: el 42% acudió a las urnas, una cifra alta para elecciones atípicas. El resultado fue contundente: Rocío Bernal ganó con 22.755 votos (58%), frente a los 9.547 de Serrato (24%) quien no logró construir una propuesta clara ni emocionalmente convincente. La izquierda, bajo la fórmula de “los oprimidos contra los opresores”, volvió a ganar.
Los resultados dejan mucho por reflexionar. Bohórquez, representado en Rocío Bernal, aumentó su votación en un 80%, gracias, según muchos, al respaldo del grupo político del gobernador de Boyacá, que pudo darle algún refuerzo, pero creo yo que mucho más al uso de una narrativa efectista, muy cercana al discurso populista del presidente Petro que ha logrado enquistar una visión polarizante del país entre poderosos y oprimidos, esclavos y esclavistas, que sin duda conecta con las mayorías vulnerables. Serrato, por su parte, no logró ofrecer una propuesta clara ni cercana, aferrándose a una campaña tradicional, con un estilo ya desgastado, repitiendo los errores de una oposición que no se hace entender y, por tanto, no se hace elegir.
Este fenómeno no se limita a Duitama. En el ámbito nacional, se ha venido consolidando con el liderazgo del presidente Petro, quien ha optado por actuar más como un candidato en campaña permanente que como un jefe de Estado.
Desde un rol caudillista, impone su visión ideológica sin considerar sus efectos sociales, económicos o institucionales. Su discurso, dirigido a las mayorías, apela más a la emoción que al análisis, desplazando el debate técnico por promesas simbólicas y de alto impacto. Pero esta tendencia también revela un vacío al otro lado de la balanza: mientras Petro copa la agenda pública con narrativas fuertes, incluso capitalizando escándalos de corrupción de su gobierno, paradójicamente a su favor, gracias a que sus opositores no han logrado articular propuestas claras, creíbles ni inspiradoras.
En un país donde nadie parece estar ofreciendo una alternativa sólida, quien impone la agenda termina imponiendo el rumbo. Duitama, en ese sentido, podría ser apenas una muestra anticipada de lo que está por venir en 2026.