“En la áspera trocha de ocho kilómetros que separa a Wikdi de su escuela se han desnucado decenas de burros. Allí, además, los paramilitares han torturado y asesinado a muchas personas. Sin embargo, Wikdi no se detiene a pensar en lo peligrosa que es esa senda atestada de piedras, barro seco y maleza. Si lo hiciera, se moriría de susto y no podría estudiar. En la caminata de ida y vuelta entre su rancho, localizado en el resguardo indígena de Arquía, y su colegio, ubicado en el municipio de Unguía, emplea cinco horas diarias. Así que siempre afronta la travesía con el mismo aspecto tranquilo que exhibe ahora, mientras cierra la corredera de su morral”[1].
Como lo ilustra el caso Wikdi, nuestras oportunidades y nuestro acceso efectivo a derechos están determinadas por dónde nacemos y dónde vivimos. Si bien esto ocurre en todos los países, las desigualdades que se desprenden de las brechas territoriales son particularmente profundas en el caso de Colombia. Según el Índice de Desarrollo Regional de Latinoamérica[2] que estudia 182 regiones en el continente, Colombia es la que tiene las mayores brechas entre sus distintos territorios. En efecto, coexisten en nuestro país territorios prósperos y desarrollados con territorios empobrecidos y abandonados, los cuales coinciden, además, con los territorios que han sido más afectados por el conflicto armado, y en los cuales reside mayor población indígena y afrodescendiente. Así, se replican y profundizan las desigualdades territoriales, de oportunidades, de raza y de acceso a la paz, por mencionar solo algunas.
Por eso, desde Re-imaginemos, un proyecto que reflexiona sobre 30 formas de desigualdad en Colombia, estamos discutiendo sobre desigualdades territoriales. El proyecto se basa en un diálogo entre más de 150 jóvenes académicos, activistas, artistas, entre otros diversos perfiles. Esta columna es el resultado del diálogo de saberes[3]# 11 de Re-imaginemos, en el cual participaron: Maira Sierra, una cocinera, música y sabedora de las tradiciones de la cultura caribe que ha dedicado su vida a trabajar con mujeres y jóvenes; dos becadas con maestría en Política Social y Desarrollo (Arianna Espinosa) y en Resolución de Conflictos y construcción de Paz (Gaviota Acevedo), y quienes hoy trabajan en políticas públicas y proyectos sociales y construcción de paz desde la educación y las artes; dos magister en Desarrollo Rural y emprendedoras sociales en el Vaupés, una socióloga especialista en gestión de proyectos (Tania Zúñiga) y una diseñadora industrial (Laura Pupo). Aquí compartimos las principales reflexiones que surgieron de este diálogo.
Territorio y asimetrías: la discusión
Para iniciar la discusión sobre desigualdades territoriales, es importante reconocer que el concepto de territorio es amplio y no se limita al aspecto geográfico, pues éste comprende, además, factores sociales, culturales, económicos, políticos e históricos. Los territorios se transforman en el tiempo a partir de los vínculos y las relaciones que sus habitantes construyen entre ellos y su entorno físico. Como lo sugiere Gaviota, “el territorio es algo fluido, un espacio físico donde se tejen un conjunto de relaciones que van cambiando en el tiempo. Ese tejido es lo que permite crear identidad, y un sentido de interdependencia; es lo que permite moldear nuestra forma de interpretar el mundo, de resolver conflictos, de amar y de soñar”.
Por su parte, es importante clarificar que, al hablar de desigualdades, nos referimos a las asimetrías en las posibilidades que diferentes personas tienen para identificar lo que es valioso para sí mismos y para desarrollar las capacidades necesarias para llevar sus planes de vida a cabo. Es decir, son asimetrías respecto a las posibilidades que cada persona, y también, cada territorio, tiene de soñar y materializar su proyecto de vida; de llevar una vida digna, sin violaciones a los derechos más fundamentales.
Como ya lo mencionamos, las asimetrías en las oportunidades que tenemos diferentes personas resultan, en buena parte, del territorio en el cual vivimos. Por ejemplo, como nos comenta Tania, en el Vaupés, departamento donde nació y vive “existe una restricción al goce igualitario de los derechos, la educación es precaria, lo mismo el trabajo, la salud; y no se han visto acciones reales estatales que permitan superar estas dificultades”. Estas restricciones que convergen en el Vaupés generan unas condiciones de vida muy distintas a aquellas a las que pueden aspirar quienes nacen en Bogotá u otras ciudades principales. En últimas, las desigualdades territoriales no solo configuran y separan nuestra geografía, sino que se traducen en el día a día de las personas. Por ejemplo, si habitamos en el Pacífico Colombiano, probablemente nos enfrentemos a un día a día en el que el acceso al agua y a la electricidad son temporales, el acceso a trabajo formal es casi inexistente, y la pobreza y la violencia son el pan de cada día.
Maira nos relata una situación similar comentándonos sobre las condiciones de vida en el Urabá Antioqueño y en Sucre, donde además “el contexto del conflicto armado también ha hecho que las desigualdades se acentúen y se vivan distinto en el centro y en los territorios”. En efecto, como lo saben de primera mano miles de colombianos que viven en las zonas rurales, la presencia y las consecuencias diferenciadas del conflicto armado han ahondado y perpetuado las desigualdades a lo largo del tiempo.
Un llamado a la acción
¿Cómo podemos construir un país cuya riqueza sea la diversidad sin que esta diversidad esté atravesada por desigualdades en oportunidades? La respuesta a esta pregunta es compleja y requiere de acciones del gobierno, del sector privado, y de la sociedad en general. A nivel institucional es fundamental fortalecer el modelo de descentralización (tanto administrativa como fiscal y política) y dejar de caer en la trampa de la estandarización de políticas y proyectos bajo el argumento de la “ausencia de capacidades locales”. Si no adaptamos territorialmente nuestras políticas y nuestro presupuesto, entendiendo las particularidades y necesidades de cada territorio, seguiremos observando las brechas estructurales que separan a los llamados centro y periferia colombianos. Como lo explica Arianna, “tenemos que equilibrar el poder de los territorios con el del centro. Esto no es fácil, pero hay que hacerlo, tenemos que oír las voces del territorio, hay que dialogar con el territorio pues desde el diálogo es que reconstruimos y sanamos los problemas”.
Los PDET (Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial) implementados en las zonas más afectadas por el conflicto armado tras la firma del Acuerdo de Paz, son un primer paso en esta dirección. Sin embargo, los diálogos, planes y proyectos que se plantean, alrededor de políticas específicas como ésta no son suficientes. Reducir las brechas territoriales requiere avanzar de manera amplia y permanente en fortalecer los espacios de participación ciudadana que existen, y también en crear espacios que no se vean como simples espacios de consulta, sino como espacios de incidencia para agrupar y construir visiones de desarrollo diversas, y formas específicas de materializarlas en cada territorio. Estos espacios deben acompañarse, además, por acciones que aseguren la participación segura en la cual las voces latentes del territorio no sean estigmatizadas ni violentadas, como lamentablemente ocurre hoy con muchos de nuestros líderes sociales.
La reflexión y el diálogo en torno a cómo construir caminos de equidad territorial, debe hacerse desde la diversidad; con la participación de actores estatales y no estatales, sociedad civil, empresa privada. Debe ser un diálogo en el cual todos podamos involucrarnos, pues como lo plantea Laura: “todos tenemos responsabilidades como ciudadanos, sobre todo en un país donde nos hemos acostumbrado a ver tanta desigualdad y violencia en los territorios, y aun así seguir con nuestras vidas”.
Creemos que el cambio, como proceso complejo y amplio, requiere también de cambios en la manera como cada uno de nosotros entiende el mundo, como entendemos nuestra propia suerte y como conectamos con otras realidades que tantas veces nos resultan ajenas. Por esto, uno de los primeros retos que podemos abordar, cada uno, es reflexionar sobre las desventajas y los privilegios que nos tocó a cada uno vivir debido al lugar en el cual nacimos. Preguntarnos ¿Cómo se diferencian nuestras desventajas y privilegios de las de personas en otros territorios del país? ¿Cómo explican estas desigualdades formas diversas de ver el mundo?
En este ejercicio de reflexión, podemos aprovechar herramientas que nos permiten conectarnos con otras realidades; entre éstas, el arte y los ejercicios de escucha. Como un primer paso en esta dirección, creamos la campaña “cuando los territorios hablan”, a través de la cual escuchamos múltiples voces que nos permitieron soñar con una posibilidad de futuro distinta, un futuro en el que a Wikdi no le toque caminar cinco horas para llegar al colegio; un futuro en el que no olvidemos que “aquello que está por nacer, está esperando por el regalo de nuestra imaginación”[4].
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Coautores: Maira Sierra; Arianna Espinosa; Gaviota Acevedo Espinosa; Tania Zúñiga; Laura Pupo
Editores: Allison Benson; Juan Felipe Ortiz-Riomalo
[1] Salcedo, A. 2013 La Travesía de Wikdi. Fuente: https://www.semana.com/cultura/articulo/cronica-la-travesia-wikdi/340840-3/
[2] Índice de Desarrollo Regional (2020). Este abarca las dimensiones educación, salud, bienestar y cohesión, actividad económica, instituciones, seguridad, medio ambiente y género. http://www.iderelatam.com/inicio/que-es-el-idere/
[3] Hemos adaptado la práctica de diálogo de saberes, común entre comunidades indígenas y afrodescendientes, como una herramienta metodológica que permite “reflexividad sobre procesos, acciones, historias y territorialidades que condicionan, potenciando u obstaculizando, el quehacer de personas, grupos o entidades”. Alfredo Ghiso (2000). Potenciando la diversidad: Diálogo de saberes, una práctica hermenéutica colectiva. Colombia Utopía Siglo. 21. 43-54.
[4] Lederach, J.P. (2010). The poetic unfolding of the human spirit. Pg. 42