El rastro funerario de dos ancestros indígenas

Foto: Dirección de Comunicaciones UDEA / Alejandra Uribe Fernández
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La Universidad de Antioquia destaca un artículo de dos cuerpos momificados provenientes de Boyacá y que están expuestos en el Museo Universitario —Muua— como parte de las piezas de la Colección de Antropología.

Por: Natalia Piedrahita Tamayo Periodista / UDEA

Dos cuerpos momificados están expuestos en el Museo Universitario —Muua— como parte de las piezas de la Colección de Antropología: un individuo adulto y otro infantil, este último, acompañado de un ajuar funerario con elementos líticos, textiles y de hueso. Ambos conservan sus envoltorios o fardos fúnebres y hacen parte del patrimonio arqueológico de la nación. Actualmente son analizados por una estudiante de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas.

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Hace 80 años llegó una momia de un infante a la Universidad de Antioquia. Provenía de Duitama, municipio de Boyacá, y pertenecía al pueblo indígena Muisca, que entre los años 600 y 1600 habitó el territorio que hoy conocemos como altiplano cundiboyacense.

Poco después llegó también a la UdeA la momia de un individuo adulto, proveniente de Chiscas, Boyacá. Según la hoja de registro del cuerpo, del Instituto Colombiano de Antropología e Historia —Icanh—, estaba relacionado con la cultura de los Laches, indígenas agricultores que habitaron la zona que hoy corresponde al Parque Natural El Cocuy, y denominados así en varias crónicas de los colonos españoles. En el momento de su muerte, esta momia tenía aproximadamente 22 años. Ambos cuerpos, y el ajuar que los acompaña, actualmente están exhibidos en el Museo Universitario de la Universidad de Antioquia —Muua—. A su vez, están siendo analizados por investigadores de la UdeA. Ya se tienen algunos datos y detalles concretos.

Sobre el individuo adulto, destacó María Isabela Urrea Cardona, estudiante del pregrado en Antropología y quien lidera esta investigación: «Utilizando la técnica de datación relativa se determinó que este cuerpo vivió hace 800 años, aproximadamente. Este presenta evidencia de malnutrición por líneas difusas de hipoplasia —número de células inferiores al normal— en las piezas dentales y marcas en las muñecas de la cuerda con la que se ató el cuerpo para que conservara la posición fetal en la que actualmente lo vemos. Hasta el momento no se han encontrado en él fracturas o traumas de violencia».

Estos detalles son un indicativo del estado de conservación que garantiza la momificación. Es importante aclarar que «no todas las culturas que habitaron en el pasado el territorio colombiano acudieron a la momificación para conservar los cuerpos de sus muertos. Afortunadamente, el estudio de estas momias, a partir de los registros arqueológicos, nos permite comprender qué los motivaba a hacer estos procesos de conservación, aunque se han registrado también prácticas como cremaciones, entierros e inhumaciones primarias para los ritos fúnebres», destacó Urrea Cardona, quien al observar los cuerpos momificados se preguntó qué tanto se había investigado sobre ellos y emprendió así su estudio que se interna en la antropología biológica para conocer el desarrollo de las poblaciones humanas del pasado.

Para la clasificación de datos de estas y otras momias se utiliza la caracterización bioantropológica, que es un análisis de los componentes orgánicos e inorgánicos de los restos o cuerpos humanos del pasado. A través de ella se plantean datos relacionados con la estatura, el sexo, la edad, la filiación poblacional y las paleopatologías que puedan dar luces sobre los individuos que están en el museo. Es una suerte de conversación con el pasado y con cuerpos habitantes de otras instancias del tiempo.

No existe un campo de investigación amplio para este tipo de cuerpos en Colombia y en la Universidad de Antioquia es una línea de estudio nueva. «Se destacan las investigaciones y los aportes del antropólogo Felipe Cárdenas Arroyo, profesor de la Universidad de Los Andes, quien publicó una cronología de momias de Colombia desde el siglo IV d. C. En el caso de Antioquia, hay que tener en cuenta que la práctica funeraria más abundante es la cremación humana, que viene desde la época de la conquista y ha perdurado en el tiempo; y aunque investigadoras como Elda Otero de Santos han reportado hallazgos sobre este y otros tipos de enterramientos humanos en los abrigos rocosos del departamento, es un tema del que aún queda todo por hacer», advirtió Julián David Arias Quintero, profesor e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, quien asesora este estudio.

Prácticas funerarias del pasado

Ajuar funerario. Foto: Dirección de Comunicaciones UDEA / Alejandra Uribe Fernández

Ambos investigadores destacan que los detalles de los enterramientos pueden dar pistas sobre las creencias y percepciones alrededor de la muerte de las civilizaciones del pasado. Pero es un campo de estudio de suma cautela porque en él inciden múltiples variables; por ejemplo, en el caso de Colombia, muchos contextos funerarios han sido huaqueados, es decir, escarbados por personas o grupos para saquear de ellos objetos que se consideran de valor, como piezas de oro o piedras preciosas. La naturaleza, a través de la erosión o la humedad, también hace lo suyo.

«Estos dos cuerpos en concreto no fueron eviscerados —no se les extrajeron los órganos internos para la momificación—, sino que fueron intervenidos por humanos a través del calor. Todo lo que se ha encontrado hasta ahora sobre momias en Colombia ilumina la idea de que no se enterraba así a cualquiera, ya que ambos grupos —véase recuadro— tenían diferentes tratamientos para los muertos. Dichas variaciones pueden haber estado asociadas a la relevancia religiosa, familiar o social de los individuos», aclaró Urrea Cardona.

En las crónicas de los españoles se narra que existían especialistas o personas con conocimientos profundos sobre la momificación; que sabían, incluso, a qué distancia debía estar el fuego del cuerpo para no calcinarlo, sino para deshidratar el tejido. Estas personas eran fundamentales en el paso de la vida a la muerte, ya que elegían un buen ambiente que propiciara la inhumación, por ejemplo, que no fuera muy húmedo porque la acción microbiana es mayor y no se conservan igual los tejidos. Muchas momias han sido encontradas en cuevas, por lo cual los investigadores plantean que estos grupos indígenas creían que las cavidades de la tierra tenían que ver con otras dimensiones.

Este tipo de observaciones está también presente en las prendas o ropajes: «Utilizaban algodón para amarrar los cuerpos; de ahí me surge la duda de si creían que el cuerpo debía sujetarse para viajar a otros espacios. Es como si sus envoltorios, además de mostrar las telas, tuvieran que ver con contener algo, o con presencias como las que tenemos arraigadas en la actualidad ante el concepto de alma. El fardo como envoltorio funerario ha sido encontrado en Perú y en Colombia», señaló Arias Quintero.

Graciliano Arcila Vélez al lado de la momia Muisca. Antiguo Museo Antropológico,1953. Archivo MUUA

Fuente | UDEA
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