Por | Eduardo Malagón Bravo / Patriota boyacensista.
Cuando viajaba por tierra, camino de Venezuela, al pie de la carretera, que va de Bucaramanga a Cúcuta, me causaron gran impresión unas figuras monumentales, de más tres metros, que eran ejecutadas por un hombre sentado en un banco de cuatro ruedas, que me provocó absoluta admiración.
Su ‘invalidez’ no era impedimento para trepar dos o tres secciones de andamio, para llegar hasta las cabezas de sus personajes y recrearse con sus gradinas y espátulas, los bellos rostros que modelaba.
De regreso a Colombia lo visité y le encargué unas figuras de formato mediano para conocer mejor su destreza en la elaboración de la figura humana, especialmente de la mujer. Los resultados fueron sorprendentemente superiores, ceñidos a los cánones anatómicos y con expresión de naturalidad y gracias que me impulsaron a hacerle algunos encargos para mostrar en mi Finca Museo de Arcabuco, Primera Galería a Cielo abierto. Allí conservo los ‘Niños del Frío’, una alegoría igual o mejor que otra que conocí en los jardines de Versalles de París.
Mario era un hombre de gran fortaleza física, a pesar de sus limitaciones, siempre mostraba su talento, orgulloso de su estilo, pero se quejaba de la indiferencia a las instituciones culturales de la región, que jamás lo visitaron y mucho menos, lo apoyaron para mejorar sus condiciones de vida y su emprendimiento.
“Mario Dalenci”, su nombre artístico, pasó sus últimos años en Charalá y allí logró su más preciado anhelo, esculpir la figura monumental de un personaje histórico, para espacio público; nada más y nada menos que escultura pedestre de Antonia Santos Plata, heroína y mártir de la Independencia, nacida en Pinchote, Santander, el 10 de abril 1782 y fusilada en El Socorro, el 28 de Julio de 1819, en plena Campaña Libertadora, por haber creado la guerrilla de Coromoro y Cincelada para luchar contra el imperio español.
Debo significar que con ella fueron fusilados también Isidro Bravo y Pascual Becerra, patriotas lugareños -el primero de ellos, mi antepasado. Pero volviendo al tema que nos convoca, esta obra se convirtió en su máximo exponente de su proyecto de vida, tanto así que un día le escuché que con esa obra “ya podía morir tranquilo” y no porque le hubiera resuelto sus problemas de supervivencia, sus necesidades y sus deudas, sino que el llevaba en su alma y en su corazón, el sentimiento y la sangre de patriota y revolucionario, como buen coromoreño.
En mi pesar por su partida solo aspiro a rendirle un sincero homenaje a quien vivió, por el arte y para el arte y padeció las afrentas de esa suerte testaruda que nos lleva a pasar al plano de la trascendencia en la memoria de Dios, pero sin lograr la gloria terrenal, como ocurre con la mayoría de románticos soñadores, idealistas, que son “artistas”, hasta para morirse de tristeza y hasta de hambre.
Su nombre lo recordaran por sus bellas obras y su buen ejemplo por la tenacidad de ser capaz de subir a las alturas, sin piernas, pero con la fuerza de la grandeza de su espíritu.