El desteñido Bicentenario

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Tal cual se previó, la celebración del Bicentenario de la Batalla de Boyacá, hecho que, según la historia oficial, selló la libertad de cinco naciones, pasó con mucha pena y nada de gloria. Para colmo, la presidencia de Iván Duque decidió tomarse el espacio del Puente de Boyacá, y hacer allí el espectáculo que se les ocurrió, excluyendo a la población local y regional, junto con sus autoridades. Para garantizar que nadie distinto a los que ellos quisieron que estuvieran en el lugar, se dispuso al ESMAD que, en efecto, no permitió el ingreso de indeseables; esos indeseables, resulta que somos los dueños reales del territorio.

Pero no solo no dejaron entrar; es que tampoco ayudaron a arreglar el lugar para la celebración que ellos querían; la restauración del monumento principal al Libertador y el obelisco levantado a principios del siglo pasado, intentaron embellecerlos, pero el día señalado tampoco estuvieron terminados –los recursos de esta restauración los financió la Embajada Estadounidense-. Se tomaron lo poco que quedaba presentable de la casa, dispusieron de lo último que había, excluyeron a los dueños y ni siquiera dieron las gracias. El presidente Duque, en sus 32 minutos de discurso no hizo una sola mención al departamento, no pronunció la palabra Boyacá. A su turno, la representación social, económica, intelectual, política y de gobierno del departamento estuvo lejos del primer círculo de las ceremonias. Cada momento fue copado por la arrogancia del poder central.

Y se suponía que esta celebración sería la ocasión propicia para proclamar la unidad regional en torno al gran proyecto del Libertador; y que en este, el llamado por dos siglos, el Altar de la Patria, estuvieran, como mínimo, las representaciones de los gobiernos de las cinco naciones libertadas y que se proclamara de nuevo la integración, la solidaridad y la cooperación entre estos pueblos. Resultó imposible. La cruzada del gobierno de Iván Duque contra el gobierno venezolano, los escándalos en los que se han visto inmersos todos los expresidentes peruanos, por el caso Odebrecht, la enrarecida atmósfera política ecuatoriana por la división entre Rafael Correa y su sucesor Lenin Moreno, y el desprecio por Evo Morales, el indígena que gobierna Bolivia, hicieron que la idea de integración, por ahora, esté en átomos volando.

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Pero lo peor de esta celebración no es, ni de lejos, lo que se acaba de describir; lo que de verdad resulta desastroso es comprobar el fracaso de la clase política, dirigente e intelectual del departamento en estos últimos 20 años; no se salva nadie. Incapaces de seguir una ruta, de asumir una responsabilidad, de defender un proyecto; incapaces de proponer, defender y ejecutar; incapaces e ineptos, unos más que otros. Con nombres propios, personajes como Jorge Hernando Pedraza, Jorge Eduardo Londoño, Ciro Ramírez Pinzón, y su hijo, también ahora senador, Plinio Olano, Raúl Rueda Maldonado, José Rozo Millán, Juan Carlos Granados, Héctor Helí Rojas, desde la esfera de lo político, resultaron incompetentes para haber diseñado y hecho realidad una celebración a la altura del Bicentenario que todos soñábamos.

Pero también otros actores, como la clase empresarial, que hace mucho tiempo perdió el norte: a los que mejor les va, se van para Bogotá; los que se quedan lo hacen en el goce de la queja; parecieran que incapacitados para transformar y crear una nueva realidad. De los intelectuales y académicos tampoco es que se pueda decir mucho en su favor. La mayoría quedó persiguiendo su propia cola, en medio de especulaciones y reminiscencias que, en poco o nada, han contribuido para consolidar “la libertad” lograda y propiciar las condiciones de pensamiento y conocimiento para construir una realidad, acorde con los nuevos tiempos, que resulte ciertamente libre, equitativa y democrática para alcanzar el bienestar anhelado.

Habrá que esperar otros muchos años o inventarse otra cosa, con otros héroes otras fechas, otros episodios.

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