Por: Giovany Pinzón – precandidato a la Gobernación de Boyacá
Hablar de abejas y apicultura me remonta a recuerdos de diez años en Soatá, cuando desde el campo buscábamos más opciones económicas y encontramos en esta labor un apoyo para el progreso de todos. En mi caso pude sobrevivir en Bogotá, mientras estudiaba en la Universidad Nacional, vendiendo miel y polen que fabricaba en casa para luego trasladarla a los consumidores en las calles de la capital.
Por ello, puedo decir que parte de lo que soy hoy en día se lo debo a esta humilde actividad, dedicada y esforzada, que no riñe con el medio ambiente, por el contrario, garantiza la reproducción de flora y la vida.
No obstante a la enorme importancia de la apicultura, se estima que la población de abejas ha decrecido y eso es un riesgo para la humanidad, no solo por los beneficios en la naturaleza sino porque los productos apícolas contienen todas las sustancias necesarias para la vida. El polen lleva aminoácidos, proteínas y carbohidratos a quienes lo consumen. La miel de abejas, por su parte, ha estado presente en las dietas saludables ya que es recomendada para todo tipo de consumidores, pues es glucosa y se asimila en el organismo de manera directa, sin que se someta a un proceso de desdoblamiento como pasa con otros azúcares como la sacarosa o la fructuosa. Sus beneficios no son muy conocidos y en consecuencia su consumo es muy bajo, se estima que en promedio en Colombia cada persona consume al año 2 gramos, mientras en países desarrollados, donde hay cultura de cuidado a la salud se consume 2 kilos anuales.
Teniendo en cuenta lo anterior, hoy 20 de mayo en el Día Mundial de las Abejas el llamado es a proteger esta actividad, que es una alternativa vital en el campo, para nosotros los campesinos que seguimos luchando por salir adelante, por proteger los páramos a través de la apicultura y por dar progreso a nuestras regiones.