Está de moda, o mejor, ha estado de moda desde hace tiempo o desde siempre; el problema es que ahora, como se dice en el lenguaje popular,: se pasaron. Pero es en las tres últimas décadas cuando el país ha visto que definitivamente la corrupción no se pudo reducir a las justas proporciones que con sabiduría planteaba el expresidente colombiano Julio César Turbay Ayala.
Y para completar, como es mal de muchos entonces es consuelo de tontos: todos los estamentos sociales, económicos, religiosos, políticos, militares; todos los estratos, desde el ‘uno hasta el veinte’, están sumergidos, o son propensos a sumergirse en el charco turbio de la corrupción, en lo que se puede llamar, como en las viejas promociones de los almacenes, adquiera y lleve al gusto la corrupción, al por mayor o al detal.
De la corrupción al por mayor, se sabe que de veras es al por mayor y que está concentrada en pocas manos, con los grandes y extraordinarios negocios que han surgido y crecido como espuma en el país en este tiempo. Basta recordar algunos de esos filones magníficos de la corrupción en estos treinta años desde las épocas del Cerrejón que desencadenó todo el boom minero que tiene su culmen en la primera década de este siglo y que sirvió para entregar las riquezas de la minería a cambio de nada para el país, de lo cual fueron protagonistas y beneficiarios, Pastrana y Uribe, administraciones, madres de todas las corrupciones.
Y qué decir de los negocios de la guerra, ese otro extraordinario frente, del cual, con seguridad, jamás sabremos cómo se manejó y en qué proporciones fueron los montos que se han robado en tantas décadas de enfrentamientos; sin embargo, no sobra llamar la atención sobre la última fase de la guerra, desde el Plan Colombia que partió en el gobierno de Andrés Pastrana hasta nuestros días; es decir, 19 años con solo tres nombres de presidentes, con más de cien mil millones de dólares gastados en circuitos restringidos del alto gobierno y de la cúpula militar, entroncados con los grandes mercaderes de las armas en el mundo.
Y siempre y hasta ahora, las obras públicas han sido otro de los nichos favoritos de la corrupción en Colombia, lo cual todos los días se ha demostrado con las carreteras varias veces pavimentadas, con los túneles inconclusos, con las dobles calzadas retrasadas, sobrecosteadas y mal hechas, como sucede con la nuestra entre Briceño y Duitama; y la tapa, que apneas es la superficie del problema, el escándalo de Odebrecht que ahora el Fiscal y todos los demás tratan de encausar por el rastro contrario para no llegar a los que de verdad han sido sus mentores y beneficiarios reales. Habrá que ver qué más hay en el resto de la larga contratación donde andan desde el Vicepresidente hasta el banquero más rico del país.
Y en el departamento y en los municipios la historia también podría ocupar un espacio considerable en su enumeración, con el desmantelamiento (Prodelbo) o la enajenación de la infraestructura industrial que en algún momento impulsó el departamento, de lo cual quedan aún los recuerdos de las cementeras y Acerías, siendo uno de los más protuberantes el manejo que hace 18 años le dieron a la venta de cementos Paz del Río, hoy Argos, un activo del que jamás se supo el destino de algunos excedentes importantes que, se supone, quedaron después de las operaciones que se hicieron.
Y cómo no recordar el desfalco sistemático del fisco departamental de donde se han idos miles de millones de pesos por la vía de las condenas pecuniarias dónde nadie sabe hasta dónde va la responsabilidad de los distintos jefes jurídicos y hasta dónde han llegado los entramados de litigantes, jueces, fiscales, contralores y procuradores. O cómo no pensar en el carrusel de los políticos de turno, donde algunos, muy pocos, incluso, han sido procesados y condenados, como sucedió con el viejo esquema de las fundaciones y las becas. Sobra repetir que la corrupción en este nivel es de proporciones cósmicas.
Y si descendemos más por la escalera de alcaldes, concejales y funcionarios medios, anónimos y de bajo perfil, que también se involucran en el gran torbellino de la corrupción, nos damos cuenta de cómo se completa la espiral ayudar desde lo local y regional a dar el golpe de gracia para acabar con la salud pública, con el aparato educativo, a consolidar el abandono y la pobreza.
Pero también es la corrupción al absoluto menudeo, como sucede con el ciudadano que va al despacho del alcalde y le pide un vale para retirar las consabidas tejas, el rollo de manguera o el tanque del agua, elementos que nunca reclama porque negocia con el dueño de la ferretería quien le da cualquier peso para que se lo gaste en cerveza, mientras este vuelve y gana y acumula las tejas y lo demás para volver a sobrefacturar como venta al municipio; o el alcalde que distribuye a sus amigos vales de gasolina que son cambiados por efectivo en la estación de servicio del pueblo donde también participan en el reparto el dueño o alguno de sus empleados; y qué decir de docentes y directivos docentes que se roban hasta una libra de arroz, o dejan podrir los alimentos si alguien no permite que se los roben.
Y así podríamos seguir contando historias, hasta el infinito. Lo cierto es que este es el problema y nadie sabe, o nadie quiere, o no se puede o todas juntas, pero la solución no se vislumbra, pareciera imposible. Pero, algo tendrá que pasar, que lo más probable es que empeore la situación; sin embargo, no hay que perder las esperanzas, algo tenemos que hacer como sociedad para salir de este que es, sin duda, el peor de los males.