CRÓNICA DE LO INDECIBLE
Por | Diana Sanabria Boada
“Pero debo decir que me tocó nacer
en el pasado y que no volveré,
es por eso que un día me vi en el presente
con un pie allá, donde vive la muerte
y otro pie suspendido en el aire
buscando lugar,
reclamando tierra del futuro para descansar”
Oda a mi generación, Silvio Rodríguez
Una página en blanco me asecha desde hace días. Salto sobre ella, la esquivo y en algunas oportunidades la atravieso con rabia, a veces con indiferencia. Sin embargo, es terca y con suavidad se acerca esta noche, me toca, me obliga a mirarla de frente y, sin excusas, se entrega complacida. No puedo hacer nada más que acariciarla, palabra por palabra. Empiezo a contarle que por fin se me dio cumplir esa cita, el encuentro que desde los catorce años se me hacía improbable. Absolutamente improbable.
Escuché la primera canción de Silvio Rodríguez por mi hermano, Fernando. Él había grabado en un casete (que todavía conservo), seis de sus canciones, que en un tiempo fueron atravesadas por un par de propagandas de radio y baladas que mis hermanas grabaron encima.
«Empecé a escribir en un cuaderno esas letras»
Aprendí a tararear esas canciones: “Casiopea”, “Escaramujo”, “El problema”, “Canción de navidad”, “Ando como hormiguita” y “Debo”, sin siquiera advertir lo que se venía encima. Y con absoluta ingenuidad empecé a escribir en un cuaderno esas letras tal como creía que las cantaba el trovador. Por esa época el acceso a Internet o, a un reproductor de audio diferente a nuestra grabadora, era absolutamente inexistente en mi pueblo, así que no me sabía más canciones. Ser una chica de pueblo y de vereda hace que el contexto sea una suerte de realismo maravilloso, como bien lo diría Alejo Carpentier. Ahí está el poema. Definitivamente seguimos siendo barrocos.
Cada canción empezaba a irse hacia dentro, como sacándole filo al alma. Todos mis hermanos empezaron a emigrar a la ciudad, y yo me iba quedando con más silencios y preguntas. Fue así como ese cuadernito se fue nutriendo de otras palabras y de lecturas permanentes de esas canciones, creyendo comprender eso que yo cantaba con tanto empeño mientras hacía los oficios.
Luego vino mi turno de dejarlo todo, incluso a mi padre, quién también tuvo que escucharme tantas veces y quien fue el primer poeta de mis días. Quien sin proponérselo me mostró a Bécquer, Víctor Hugo, Cervantes. A mi madre que ha sido la heroína, quedándose con mi padre enfermo, diciéndome adiós con la mano. Yo había armado mi maleta y puesto mi cuaderno y mi casete (el que ya le había robado a mi hermano), y me marché viendo cómo quedaba todo atrás.
«Las Montunas, no mostramos ese miedo tan fácilmente»
Llegué a la ciudad y me sentí como un conejo asustado en medio de los perros. Sin embargo, nosotras, es decir las Montunas, no mostramos ese miedo tan fácilmente, así que encaré la soledad y poco a poco me fue brotando una valentía como una pedrada desde dentro, desde ese instinto animal que todavía sabe mantenerme alerta y con vida.
Así se me concedió acceder a una biblioteca más amplia, pero no menos bella que aquella que mi padre nos instaló en la casa, con unas tablitas bien cortadas y pintadas de verde y de negro.
En esa gran biblioteca de ciudad, encontré un libro que se titulaba: “Las mejores canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés”, de la Editorial Esquilo, impresa en 1995 en Bogotá. Así que esta vez conocí a Silvio Rodríguez desde la palabra escrita, no desde la música. Setenta canciones suyas y veintisiete de Pablo Milanés. Fue allí donde se me abrió un portal indecible, glorioso, sublime.
Yo tendría 17 años y una nostalgia de pueblo se me colaba cada día por los poros. Conecté con ese isleño, ese pueblerino que también es Silvio, especialmente me choqué de frente con las canciones: “Hoy no quiero estar lejos de la casa y el árbol”, “Pioneros”, “Me veo claramente”, y fue como un abrazo de casa, de familia. Entonces empecé a subrayar mis canciones preferidas de ese libro y luego me di a la tarea de buscar cómo oírlas.
«Ella saltó hacia mí como un gran escorpión»
A los 19 años vi la muerte de mi padre en los ojos de mi hermano, un sol incesante se coló por la ventana sin pedir permiso. El teléfono timbró tres veces, el reloj apuntaba el mismo número. Y allí fue: la muerte se abrió paso entre el color verde de sus ojos y la voz al otro lado de la línea. Ella saltó hacia mí como un gran escorpión y tragándose a dentelladas este corazón, se limpió la boca y se escabulló por debajo de la puerta hasta llegar al río.
Recuperarse de aquel tiempo no fue una tarea sencilla. Todavía no lo es. Pero de manera misteriosa Silvio volvía a aparecer impredecible para mí a través de las canciones: “Réquiem” y “Tu fantasma”, temas que siempre me recuerdan esa dura partida. Comprendiendo que las canciones son para lo que uno de verdad las necesita.
Desde aquel día, Silvio en realidad fue más que un cantautor en mi vida y se fue convirtiendo en una compañía eterna y absolutamente necesaria. Sin embargo, como reza una frase de bellísimo texto: “En medio de ninguna parte” de JM Coetzee, “me fui convirtiendo en una niñita llena de resentimientos, de puro amor concentrado”.
Para esos días ya se escuchaba con ahínco: “Ojalá”, “La maza”, “Óleo de una mujer con sombrero” y por supuesto “Unicornio”. Canciones que siguen siendo exigidas en los conciertos de Silvio, pese a su amplia e increíble discografía. He de decirlo con respeto, pero con profunda sinceridad.
«No se hizo esperar el canto feroz»
Llegó la época universitaria, la mía. Una no tan convencional, pues debía pagarla por mi propia cuenta, así que no tenía tanto tiempo para la tertulia. Sin embargo, no se hizo esperar el canto feroz en coro de temas como: “Al final”, “Canción en harapos”, “Debo partirme en dos”, “Días y flores”, “Sueño de una noche de verano” “Canto Arena”, lo que fue provocando una forma especial de asumir la vida, el contexto social, una postura frente a la realidad de tantos pueblos en el mundo. Y dentro de esos ires y venires, la suerte y la fortuna estuvo de mi lado, pues mi bella amiga Dayana Guevara me obsequió gran parte de la discografía de Silvio, que algún novio le regaló para congraciarse con ella. Eran copias, con carátulas impresas en papeles de colores y los nombres de los álbumes y las canciones bien escritos. Ella no lo imagina, pero ha sido uno de los regalos más bellos que he recibido.
«Escudriñando su alma, sus colores, su forma de mirar»
De allí me vino la necesidad de volver a escribir mis propios textos y empezar a hacer teatro, pues nunca se me dio cantar ni tocar un instrumento. De allí me nació esa necesidad de abrirme al mundo, a dejar de ser ese conejo asustado que una vez llegó a la ciudad. Ya tenía acceso a Internet, así que empecé a buscarlo allí, siguiendo sus videos y entrevistas, a ver cómo interpretaba su guitarra, cómo se sentía siendo un hombre de provincia. Escudriñando su alma, sus colores, su forma de mirar. Así pude comprender sus posturas ante el mundo.
Una de las cosas que más me calaron en su discurso y su hacer, fue entender que pese a la vida que hayamos podido tener en nuestra infancia, que no para todos ha sido un paraíso, es desaprender tantos desaciertos de ese pasado cruel y, en cambio, dejarse conmover por las cosas bellas de la vida en el presente y poder evolucionar como humanos. También entender que una cosa es actuar frente a la vida por conveniencia y otra, actuar desde lo correcto.
Dos aspectos que volví a encontrar en la entrevista que le hicieron hace poco en la revista de los Rolling Stone, el 21 de octubre de este año, donde su imagen aparece en la portada.

El Teatro y la Poesía como trinchera
En esos días yo también iba madurando y se me concedió asumir el Teatro y la Poesía como trinchera. Así, en compañía de Mauricio Grillo Cortés, QEPD, un cocacolo inextinguible, fuimos arando el surco del arte con verdadera entrega. Él no escuchaba mucho a Silvio, pero sí era fan del buen Son Cubano, compartiéndolo conmigo generosamente. Esa ha sido otra de mis afortunadas herencias. Sin saberlo, él me llevaría a encontrar el sentido del Teatro y el amor después de su partida al lado de Felipe, luego de un par de desamores ingenuos.
Lo menciono no como el nudo de una telenovela de tres de la tarde, lo manifiesto porque fue con Felipe con quien nos daríamos a la tarea de saltar la barda del conformismo a los caminos polvorientos, con una moto que no sabía frenar, entre veredas y maestras taciturnas llevando arte a niñas y niños de pueblos lejanos, compartiendo cenas simples, ojos cansados y realidades extremas entre temas como: “Esto no es una elegía”, “Te amaré”, “Hoy mi deber era”, “De la ausencia y de ti”, “Lo demás”, “Rosana”, “Me va la vida en ello”, “Quien fuera”, “Te doy una canción” Tiempos en los que estrenábamos el querer, en los que asustados tomábamos distancias y volvíamos a encontrarnos con mayores certezas.
Tiempos en los que, como ahora, también nos preguntábamos sobre la razón de hacer arte en un país como Colombia, en un departamento como Boyacá, en el que se confunde con la industria del entretenimiento, mermando evidentemente su valor espiritual y en la misma medida su potencial crítico. Y cuando el arte alcanza un atisbo de atención, sigue asumiéndose como un segundo plato sobre la mesa de los comerciantes de la cultura, quienes se lucran de ella a diestra y siniestra, pero nunca tienen tiempo para contemplar, dimensionar y reconocer su valía. Donde se endilga vilmente el trabajo del artista como carne de fábrica a instituciones sin vocación artística y a campañas partidistas, para ser propaganda, pura estrategia de venta. Donde el concepto de humanidad se pierde, y más, aún su práctica, donde somos presa del vertiginoso consumismo, decorado con likes, marcas, posicionamiento social y códigos de simplicidad para ser aceptados por el engranaje de las masas. Donde se han vuelto casi obsoletas las preguntas por el misterio de la vida y en la misma proporción por el misterio de la muerte, de la existencia misma. Donde sigue asumiéndose la ruta del arte en cualquiera de sus manifestaciones como un error, una bifurcación equivocada en lo que para la mayoría de la sociedad es o, debería ser, el éxito. Aun sabiendo que el éxito sólo se conoce como un almacén de cadena, en el que además y por contera, todo es carísimo.
«Un artista no es más importante que un campesino»
Entendiendo que un artista no es más importante que un campesino, que un obrero, que una madre. Que un artista ha de ser capaz de ser un foco de aumento de la realidad de los pueblos, una voz, pero no un ser sublime ante el resto. Y en todo este comprender sí que ha tenido que ver el trovador.
Y tratando de respondernos a nosotros mismos, hace algunos años vivimos en Duitama, tenemos una hija que se llama Atabanza, dada nuestra negativa a ser padres. Seguimos yendo a las veredas, pero también nos dimos a la tarea de sostener un espacio físico donde está instalada la Sala del Grillo, una pequeña Sala de Teatro en la que felizmente han circulado muchos artistas desde el año 2018.
Ahí, en el escenario, cuando estoy sola, canto esos temas que circulan por mi alma: “Matador”, “Causas y Azares” “La víspera de siempre”, “Días y flores”, “Mariposas” “Después que canta el hombre”, “Oda a mi generación”, “El necio”, “Canción de invierno”, “Qué distracción”, “A dónde van”, “Y nada más”, “Judith”. Confieso que son mis temas preferidos.
Este año 2025, para el mes de marzo, se me fue develada la dicha en su máxima expresión, pues Felipe me obsequió la boleta para ir a escuchar al maestro Silvio Rodríguez, el 31 de octubre a las ocho de la noche en el Polideportivo de Envigado, en Antioquia. Yo de verdad no sabía cómo sostener esa bomba entre mi espíritu sin que me rompiera por dentro. Silvio tiene la edad de mi mamá y decidió abrirse paso como un muchacho con su guitarra entre las flores. Creo que es lo que más me conmovió, lo que más me impulsó a viajar hasta allá.

Después de todo esto que les he contado, ¿se imaginan ustedes páginas en blanco, lo que era esta experiencia para mí? Si yo no soporto estar entre multitudes, no soy fan de las filas largas y tampoco del estruendo.
«Silvio ha sido uno de mis padres artísticos»
Pero Silvio ha sido uno de mis padres artísticos, una de mis luminarias, uno de mis portales a mí misma. Silvio Rodríguez nunca fue una moda para mí, una forma de conquista o una manera de hacer parte de una manada. No me considero una conocedora irrefutable en relación a su música, todavía me falta muchísimo por escuchar. Lo que sí sé es que su música ha llegado misteriosa a mis días como un ungüento para el alma. Como decía una pancarta en una foto de algún concierto que vi, Silvio ha sido la banda sonora de mi vida.

Sé que existen tropas que cantan sus canciones, y lo respeto, personas que vibran solo con un par de canciones y eso es bello; otros, lo siguen a cada uno de sus conciertos, u, otros que coleccionan sus discos originales, lo comprendo. Sin embargo, para mí es un ser que viene atravesando al tiempo, tomándome de la mano aun sin conocerme, aun sin darse cuenta. Silvio Rodríguez es un gran maestro. Un ser con aciertos y desaciertos y en esa proporción también un gran ser humano, pues él mismo se reconoce como un aprendiz. Bella y admirable palabra para un hombre de 79 años que sigue arando en su propio terreno de dudas, miedos y certezas.

«Tenía sus canciones ahí, en mi oído»
Vi a Silvio Rodríguez como un punto a penas predecible entre la multitud, no alcanzaba a definir su imagen en aquel concierto sublime, pero tenía sus canciones ahí, en mi oído. Era una cita inolvidable y yo estaba sola entre veintidós mil personas, conectada con su espíritu. En cada canción iba recorriendo toda mi vida, todos mis caminos. Inigualable razón para la dicha. No pude gritar mucho, la voz no me salía como en el teatro. Apenas podía cantar con una voz bajita y certera. Apenas podía creer que sería la primera y quizá la última oportunidad para verlo y escucharlo.
Apenas podía entender que la vida me estaba entregando un bello e inolvidable regalo. Pues yo siempre repetía y repetía y repetía que no quería morirme sin escucharlo a él en vivo y en directo. Y como lo han notado, se me concedió.
“Soy feliz soy un hombre feliz y quiero que me perdonen por este día los muertos de mi felicidad”
Duitama, 7 de noviembre de 2025
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