
Estos versos: “Gracias, mi tierra querida, te doy las gracias; caramba, mi chino es toda la patria, caramba, mi chino es toda la patria; ahí va mi chino parado en su bicicleta, caramba, mi chino cruzó la meta, caramba, mi chino cruzó la meta”, ¿a quién no le han entusiasmado y alegrado el corazón?
Pues el pasado 19 de julio tuve la oportunidad de ir con mi esposa, Sandra Liliana, al concierto de Carlos Vives en el Segundo Festival Internacional del Sol y del Acero, en Sogamoso, donde pudimos ver a través de las pantallas a nuestro campeón mundial, Nairo Quintana, junto a su esposa, quienes felices movían sus hombros de lado a lado al ritmo de la música, mientras el artista samario coreaba con todo el sentimiento ese estribillo de su canción El orgullo de mi patria, que escribió para varios campeones del ciclismo colombiano, entre ellos nuestros queridos escarabajos Nairo y Dayer Quintana Rojas.
Inevitablemente, los recuerdos me transportaron veinte años atrás, tiempo en el que obtuve mi título profesional como abogado de la gloriosa Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, UPTC. Corría el año 2005, cuando un gran amigo y colega, Carlos César Solís, me propuso asumir la defensa de una persona a quien él había representado en algún asunto como estudiante del Consultorio Jurídico de la Universidad, pues, ya graduado, debía radicarse en su natal Garagoa con el fin de empezar su ejercicio profesional.
En esa oportunidad nos reunimos en el tradicional Pasaje de Vargas, en Tunja, donde, al calor de un tinto —como es costumbre—, mi colega me presentó a don Luis Guillermo, un señor de buen temperamento, alegre y jocoso; alguien en cuyo rostro se notaba que, a pesar de las adversidades que trae consigo la vida —y que pude percibir que, en su caso, estas eran mayores—, conservaba la alegría de vivir y de luchar, contándonos en el curso de la charla que esa poderosa fuerza que lo movía era nada más ni nada menos que su fe en Dios y el amor por su esposa y sus hijos. Situación que comprendimos de inmediato.
Después de conversar un buen tiempo —quizás por espacio de una hora— le manifesté que aceptaba asumir su representación en el proceso judicial. Por cierto, este tenía que ver con un choque ocurrido algunos días atrás entre el vehículo que conducía don Luis —un clásico Dodge Dart de los años 60— y otro automotor conducido por quien lo demandaba en un juzgado civil de la capital boyacense, persona que pretendía reclamarle una cuantiosa indemnización por los presuntos perjuicios causados con el siniestro vehicular.
En los meses siguientes, y en las fechas fijadas por el juzgado para adelantar las audiencias legales, nos encontrábamos con don Luis Guillermo en algún costado de la Plaza de Bolívar, con la finalidad de acudir oportunamente a estas; siendo la más complicada aquella en que se escucharon los testimonios e interrogatorios de las partes demandante y demandada, así como los alegatos finales, que debí sustentar de manera verbal en aquella oportunidad.
Enhorabuena había estudiado juiciosamente mis clases de Derecho Civil, Procesal y Probatorio, además de haber contado con excelentes profesores en esas áreas, lo que, sumado al estudio detallado del proceso, nos permitió presentar unos alegatos de conclusión que generaron en la señora juez la plena convicción de que, en el choque vehicular en estudio, existía una responsabilidad compartida de ambos conductores, emitiéndose la respectiva sentencia en tal sentido.
Al finalizar el proceso, don Luis Guillermo quedó satisfecho, pues no tuvo que pagar nada de la considerable indemnización que pretendía cobrarle la persona que lo demandaba. Ese día —tal vez a mediados del año 2006— departimos un último café y, después de agradecerme por el resultado del proceso, nos despedimos.
Algunos años más tarde, y con grata sorpresa, vi la foto de don Luis Guillermo que ocupaba la página principal del reconocido periódico El Tiempo, y continué por leer que se trataba del padre de nuestros campeones de ciclismo Nairo y Dayer Quintana Rojas, a quienes tanto queremos en esta hermosa tierra como lo es Boyacá.
En ese momento recordé con mucha emotividad y aprecio a don Luis Guillermo, y entendí que todos los esfuerzos que un padre hace a diario por ver a sus hijos cumplir sus sueños siempre valdrán la dedicación y, en su momento, se cosecharán los frutos.
Pensé también que los hijos siguen el buen ejemplo de sus padres y que este caso no era la excepción, pues, detrás de nuestros campeones, necesariamente debía haber unos guerreros que los impulsaron a llegar hasta donde han llegado, quienes indiscutiblemente son sus padres. Gracias a don Luis por esta lección que me dejó un gran aprendizaje, y larga vida a sus hijos, Nairo y Dayer, nuestros campeones del ciclismo colombiano.