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En la actualidad, como consecuencia de la globalización y la inmediatez, las redes sociales y las plataformas de video se han convertido en el epicentro de la creación y la distribución de contenidos. Sin embargo, en este vasto océano digital, surge un debate constante que ha capturado la atención tanto de creadores como de la audiencia: ¿Es más importante lograr viralidad o producir contenidos de calidad? Este dilema enfrenta dos fuerzas opuestas, pero igualmente poderosas en el ecosistema digital.
El encanto de la viralidad
La viralidad es el sueño de muchos creadores y marcas que buscan maximizar su visibilidad en estos diversos canales de comunicación. Un contenido viral es aquel que, por diversas razones, se difunde rápidamente entre un amplio número de usuarios o públicos que los consumen, alcanzando audiencias masivas en corto tiempo. Frecuentemente, los factores que contribuyen a la viralidad son impredecibles, pero en general, están asociados con emociones intensas, el humor, la tragedia, la sexualidad, la sorpresa o incluso, temas de actualidad o la vida cotidiana.
En un mundo donde la gratificación instantánea es clave, la viralidad ofrece una recompensa rápida: más vistas, más seguidores y, en muchos casos, la oportunidad de monetizar esa visibilidad. Plataformas como Facebook, Youtube, TikTok, Twitter e Instagram están construidas para favorecer este tipo de contenidos virales, con algoritmos que priorizan el contenido que genera interacción masiva en un breve lapso; reacciones como likes, comentarios y reposts. Con todo y la tragedia que significa la incursión de anglicismos a nuestra lengua castellana, son un mal menor.
El atractivo de la viralidad para un creador de contenidos es innegable, una publicación viral puede significar una exposición global y la posibilidad de lanzar una carrera en el mundo digital con todos los beneficios que eso significa; especialmente en términos económicos y de visibilidad, para figuras y marcas. Miles de millones se mueven cada segundo detrás de los llamados influencers o influenciadores que son las nuevas celebridades en internet. Pero, ¿cuál es el costo de esa búsqueda desenfrenada de popularidad?
La profundidad de los contenidos
Con todo lo dicho hasta aquí, al parecer, la calidad de los contenidos va por otro lado, cada vez con menor frecuencia es posible encontrar en ese ecosistema digital, contenidos que tengan un enfoque más profundo y reflexivo. A diferencia del fenómeno de la viralidad, que se basa en lo efímero y superficial del ser humano, mientras que, por el contrario, los contenidos de calidad son estructurados para promover el pensamiento crítico y buscan crear una conexión autentica y duradera con los públicos. Es decir, la palabra clave, “pensados” para aportar valor con información útil, por medio de un tipo de entretenimiento creado para perdurar por su calidad argumentativa y estética.
La calidad no siempre se mide por la capacidad de producir contenidos llamados de alta producción, se refiere más bien a la consistencia y el valor que los creadores de contenido ofrecen a su audiencia. Pero es también evidente que son muy pocos los creadores que se han ganado el respeto de sus seguidores por su dedicación a entregar contenidos producto de la investigación y que inviten a la reflexión.
Tristemente, la democratización de la información que trajeron consigo los avances tecnológicos, han resultado contradictorios y hasta altamente peligrosos para una masa de individuos que no han tenido la posibilidad de gozar igualmente del acceso a la educación y la cultura, es decir, de la generación de algún tipo de conciencia previa que les permita identificar y elegir de forma crítica y responsable, los contenidos que desea consumir.
Por su parte, el concepto de “Masa” fue definido desde el enfoque psicológico por el sociólogo francés Gustave Le Bon en 1896, como: «Una agrupación humana pensante con los rasgos de pérdida de control racional, mayor sugestionabilidad, contagio emocional, imitación, sentimiento de omnipotencia y anonimato para el individuo».
A diferencia de la viralidad, los contenidos de calidad no dependen de las tendencias o de algoritmos impredecibles. Su éxito, aunque más lento, tiende a ser más sólido y duradero. Un artículo bien escrito, un documental bien estructurado o un podcast bien elaborado pueden no generar millones, pero permiten desde mi punto de vista, idealista, fidelizar a un público permanente que busca este tipo de contenido selecto, existimos en esa medida, creadores que preferimos a esta minoría de público educado a una masa de borregos efímera, influenciable y sin criterio. La mayoría de influenciadores mediáticos son vendedores de humo.
El paradigma de cara al futuro
El debate entre popularidad y calidad no es nuevo, pero en la era digital donde el mercado laboral es cada vez más competitivo y la sociedad está sobrecargada de información, como dijera el lingüista Noam Chomsky: “sin el tiempo suficiente para ser digerida”, toma vigencia más que nunca. Están los que sostienen que la viralidad es la clave para destacar en plataformas saturadas y los otros, de los que soy partidario, que argumentan que la calidad prevalecerá en el tiempo.
Considero que el secreto está en encontrar el equilibrio entre ambas posturas y apostarle a crear contenido de calidad, accesible y atractivo empleando estrategias para conquistar a un público cada vez más amplio. El desafío es hacerle entender a las personas que la viralidad no siempre es sinónimo de calidad, y viceversa, que en la mayoría de casos, los contenidos que valen la pena se encuentran aislados y corren el riesgo de pasar desapercibidos, entonces hay que embarcarse en otro viaje apasionante que es la investigación para hallarlos.
Al mismo tiempo, es importante reconocer que, en la política, otro pasatiempo que me atrae, las métricas de viralidad o la contabilización de likes no siempre son los mejores indicadores del valor real de la calidad del contenido ni de la popularidad de un individuo.
En conclusión
El reto radica en entender que popularidad y calidad no son excluyentes, sino que, al combinarse de manera efectiva, pueden generar un impacto positivo en la comunidad. La viralidad ofrece alcance rápido, mientras que la calidad le apunta a la creación de conexiones más profundas y duraderas con los públicos. El éxito no se mide solo por las apariencias, por las vistas o la cantidad de seguidores (muchos bots), sino por la capacidad de ofrecer contenido relevante y auténtico, por lo que se debe buscar el equilibrio entre ambos para lograr una verdadera influencia digital.