Por | Edilberto Rodríguez Araújo- profesor investigador, integrante del grupo de investigación OIKOS de la UPTC.
Recientemente el Dane divulgó los resultados de la Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ENCV), correspondiente a 2018, revelando notorias diferencias en la percepción sobre la pobreza que asedia, día tras día, a los hogares colombianos, en lo referente a salud, educación, servicios públicos, vivienda, entorno, uso de las TICs, infancia, trabajo, etc.
La percepción que tiene un sesgo subjetivo, contrasta con lo que los expertos denominan pobreza objetiva o monetaria(con una línea de pobreza para 2018 de $257.933 mensuales por persona), y significa la valoración del individuo o de los hogares sobre su condición y el entorno económico y social circundante, mostrando que las carencias de ingreso y privaciones del consumo afectan notoriamente el bienestar.
De otra parte, al considerarse la pobreza como un fenómeno multidimensional, al igual que el bienestar (dentro del enfoque de las capacidades, oportunidades y potencialidades propuesto por Amartya Sen), se postula la conveniencia de políticas públicas que no sólo mejoren los niveles de ingreso, sino también la calidad de vida, que permitan que cada vez que un mayor número de personas salgan de la trampa de la pobreza y sean beneficiarios de la movilidad social. Es innegable que hay un mayor número de pobladores rurales, en comparación con los urbanos, que están atrapados en esta trampa, pese a los discursos de empoderamiento de la clase media, la cual, según el nuevo plan de desarrollo, representa el 31 por ciento de la población del país.
Indicadores de pobreza en Colombia
De las cifras divulgadas, se observa que, no obstante que existe una estrecha correspondencia entre los departamentos que exhiben un PIB por habitante alto, pero, a su vez un bajo nivel de pobreza (monetaria y multidimensional), y viceversa; sin embargo, se registra un marcado contraste entre las proporciones de la pobreza objetiva, medida a través del acceso a una canasta de bienes y servicios, y la autopercepción, -reflejo del grado de satisfacción o insatisfacción-, que se tiene de poder considerarse como pobre (pobreza subjetiva) dentro de los hogares colombianos.
De un lado, se encuentra que el departamento donde la percepción es abrumadora es Chocó (76,3 por ciento), mientras que, de otro lado, el de menor valoración es Bogotá (13,6%). Nueve de los 24 dominios incluidos por el Dane evidencian una ponderación que supera el 50 por ciento.
Boyacá, a pesar de tener un ingreso por habitante relativamente elevado y unos niveles de pobreza moderados, el 32,2 por ciento de las familias boyacenses se declaró pobre. Es preocupante que departamentos en que el ingreso por habitante son los más abultados (Meta y Santander), una tercera parte de los hogares encuestados manifestara reconocerse como pobre. Desafortunadamente, por no disponerse de información de años anteriores no es posible establecer si hubo o no mejoría en la percepción de pobreza. La actual coyuntura económica no augura un panorama de reversión de las tendencias hacia un mayor malestar social.
De aquí se puede concluir, que la pobreza, además de generar segregación y exclusión social, se reproduce intergeneracionalmente. Su mitigación no es posible sino mediante intervenciones de política social focalizadas en los grupos más vulnerables.