Universidades del presente y del futuro II: Inteligencias humanas y convergencias digitales   

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Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez

Los vacíos que dejó la Universidad de final del siglo XX el mercado los ha ido copando con análisis estadísticos, certificación, ranking, eficacia, adjetivos. Pensar, debatir, ser, soñar, luchar, son verbos que ya no cuentan. El dato está primero. Los posgrados “ayudan” más a superar déficits financieros, personales e institucionales, que de ideas y florecen negocios del “se hacen tesis” o “se otorgan certificados”. Internet y la IA informan e incomunican, se metieron en el alma de la institución, del aula, del laboratorio, de la biblioteca, del museo, del bolsillo y de la intimidad y las universidades tendrán que asumirlos y gestionarlos, ojalá sin olvidar su composición ética, estética y humanista.

Debe leer: Universidades del presente y del futuro I: La universidad y los cambios que la acechan

    La inteligencia artificial, con mayor avance del sector privado en la comprensión de su significado para organizar la sociedad y controlar el mundo, las mentes, las riquezas, las emociones y el saber, ha sido convertida en herramienta principal del capital y del poder ejercido por inversionistas globales y dueños del mundo (algunos ahora férreos militantes de la ultraderecha global). La IA se metió en la vida universitaria, cambia tradiciones, impacta e induce a hacer las cosas de otra manera. Sin invalidar las disciplinas las convoca a ser flexibles, más interdisciplinares, a mezclar experiencias, a cambiar técnicas, a revisar lo que existe. A manera de ejemplo en Colombia se ofrecen aproximadamente 4074 programas universitarios de pregrado activos de 6635 aprobados (snies, 2023), muchos podrían estar en riesgo de supervivencia si no incorporan otros enfoques, más prácticas sin sacrificar teorías, más sentido común sin perder la perspectiva de análisis crítico y más atención a la brecha generacional entre estudiantes más jóvenes, que ingresan de 16 años con una media profesoral que supera los 50.

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       Hay un giro discursivo profundo, tensión entre lo que había y se mantiene y lo que golpea fuerte para entrar y quedarse. Los cambios y equilibrios para que aulas, cafetines, cineclubes, bibliotecas y paraninfos no sean desalojados de humanos, como ocurre con espacios abiertos del campus (con crecientes mercados abiertos o nuevas edificaciones de poca estética y mínimo respeto por la historia de los lugares), dependen del pensar y actuar colectivo, así como del interés para que impere el pensamiento inductivo y crítico que con la imaginación y el razonamiento conducen a la creatividad a buscar soluciones, antes que volcarse por efecto de la IA al pensamiento deductivo, que solo busca soluciones a partir de la información ya disponible en la big data, despojada de emociones y sentido de humanidad. Es improbable de todas maneras, a pesar de los pronósticos apocalípticos, que los campus físicos desaparezcan en el corto o mediano plazo. La virtualidad gana protagonismo, pero los campus físicos son relevantes e indispensables para formar seres humanos, con lo cual el futuro más previsible sea de modelos híbridos, donde virtualidad y presencialidad converjan y se complementen.

    Hacer menos uso de los campus y más virtualidad, dependerá de la conectividad y del acceso libre a la tecnología, con condiciones de corto y medio plazo para disminuir y/o eliminar progresivamente, la brecha digital en comunidades vulnerables, mediante la asignación de recursos necesarios para hacer adaptaciones, comprar equipamientos, fortalecer la formación y capacitación de profesores que utilicen críticamente las herramientas digitales, como medios adecuados para alcanzar fines al tiempo que hacer la tarea indelegable de reafirmar la esencia de la universidad presente como escenario de aprendizaje académico y de formación de mejores seres humanos y ciudadanías democráticas, defensoras del bien público, de la institución libre de injerencias de externas, de la autonomía, responsable ética y socialmente, con capacidad para organizarse y superar la falta de interacción presencial que podría ser percibida como una limitación en la calidad de la educación, cuyo término (calidad) también será necesario redefinirlo para adaptarlo a las nuevas realidades, así como será necesaria la reorganización académico-administrativa de facultades, programas, horarios y funciones.

      La universidad híbrida tiene que ser flexible, interdisciplinaria, con alta capacidad investigadora, centrada en las demandas sociales y culturales de la sociedad, capaz de ampliar la accesibilidad global, (en Colombia es mayor el número de jóvenes que no logra un cupo en las universidades públicas, el 75% de matriculados va al sistema privado que recibe transferencias del estado) y superar barreras (económicas, físicas y otras limitaciones impuestas por el conflicto armado) permitiendo que estudiantes en condiciones de vulnerabilidad accedan a educación de calidad, que quienes abandonaron la guerra o sufrieron sus terribles consecuencias encuentren algo distinto a su regreso. Las inversiones para infraestructura que vengan del estado (quizá como reparación a las pérdidas y faltantes provocados por décadas de financiación de la guerra y desatención a la educación) darían prioridad a la conectividad robusta, la formación del profesorado y la superación de carencias vitales de los estudiantes. Colateralmente habría una compensación con el cuidado del planeta al reducir la huella de carbono de la educación superior, siguiendo un modelo híbrido como oportunidad para que el gobierno amplíe la cobertura propuesta en el plan de desarrollo y la política educativa reconozca con más claridad su propia identidad y realidad. El Ministerio de educación tendrá que pensar más rápido, con mentalidad más abierta, de menos control, menos tareas inútiles y acreditaciones forzosas y dar mayor apertura para hacer cambios de fondo que no se consiguen solo ajustando una ley existente, en sus financiación, si no concibiendo una política pública novedosa, contemporánea.

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