Por | Edilberto Rodríguez Araújo- Profesor investigador, integrante del grupo OIKOS de la UPTC
Los antecedentes
El 22 de noviembre de 2006, luego de casi dos años de prolongadas y accidentadas negociaciones se suscribió, por parte del Gobierno de Uribe, el tratado de libre comercio entre Colombia y Estados Unidos (Acuerdo de promoción comercial Colombia-Estados Unidos), el que fue, posteriormente, ratificado por el Congreso colombiano a mediados de 2007 y por el estadounidense cuatro año después, a finales de 2011, para entrar en vigencia solo el 15 de mayo de 2012, durante los gobiernos de Santos y Obama. Los antecedentes de estas negociaciones se remontan a 2003 y fue causada por la baja en el nivel de transacciones con los países de la Comunidad Andina de Naciones (CAN).
Los debates que se desataron antes y durante de la puesta en marcha de un acuerdo comercial bilateral como este, que estableció como uno de los ejes principales una desgravación (tarifas) y eliminación de barreras arancelarias y paraarancelarias (cuotas) gradual en el comercio de productos agropecuarios (arroz, pollo, lácteos, carne, café, flores, oleaginosas, etc.), bienes industriales (textiles y confecciones, calzado y cueros, combustibles y aceites, tabaco y cigarrillos, entre otros), y servicios, alertaron sobre las repercusiones que traería para la economía y la sociedad.
Este tratado fue empaquetado por el Gobierno como la credencial para acceder al mercado más apetecido con 320 millones de consumidores y 10.500 posiciones arancelarias (productos), es decir, la panacea para la generación de empleo y un paliativo para la pobreza, además, se argumentaba, catapultaría el crecimiento de la economía, los recaudos tributarios y la inversión extranjera. Pero, como dice el refranero popular, “de eso tan bueno, no dan tanto”.
Como era de esperarse, y como lo alertaron analistas económicos y dirigentes políticos, las prevenciones no eran gratuitas. Un modelo económico aperturista y extractivista, -con un marcado sesgo desindustrialista por la desustitución de importaciones de bienes y servicios-, sin una estructura productiva y una oferta exportable diversificada, no podría alcanzar más allá de las palmaditas desde la Casa Blanca, un repunte en las ventas externas, que contrasta con el persistente déficit en la balanza comercial.
Esta desfavorable coyuntura arrastra la economía colombiana como un pesado lastre de un desventajoso intercambio comercial que privilegia los negocios rentables de los importadores sobre la soberanía alimentaria y los encadenamientos productivos internos, base de una industria manufacturera, que pueda capotear la implacable competencia de las grandes firmas transnacionales, que ha forzado el cierre de muchas empresas, tal como lo anticipó en 2016 el profesor José Antonio Ocampo: “la indigestión de Tratados de Libre Comercio (TLC) que tiene el país va a terminar de destruir el aparato productivo colombiano”.
Cuentas claras…
Pese a las triunfalistas declaraciones del Gobierno Nacional acerca de los resultados de la década de vigencia del TLC ce Colombia con Estados Unidos, en realidad el panorama general no es tan halagüeño. Durante este periodo las exportaciones colombianas se redujeron a la mitad, siendo el año más crítico 2020, atribuible al pico máximo de la pandemia; una tendencia similar se observó con las importaciones procedentes de este país, pero a un ritmo menor, lo que no oculta que el crónico déficit de la balanza comercial favorece a los estadounidenses, ascendiendo el año pasado el superávit a más de 3.000 millones de dólares.
Simultáneamente, el peso relativo de Estados Unidos, publicitado como el principal socio comercial del país, por representar una cuarta parte de las ventas externas se redujo en seis puntos porcentuales en el periodo 2011-2021, mientras que las compras se contrajeron en dos puntos. Las exportaciones tradicionales (café, carbón, petróleo, derivados del petróleo, ferroníquel), que en 2012 representaban el 75,0 por ciento cayeron a 51,8 por ciento, mermándose en una tercera parte, al pasar de 17.375, 3 millones de dólares a 5.672,3 millones de dólares el año pasado.
El descenso en las exportaciones colombianas hacia los Estados Unidos, quizás puede explicarse por la contracción de las exportaciones tradicionales conformadas, en gran parte, por los rubros minero-energéticos, que representan el 40,2 por ciento de las exportaciones cuyo destino son los Estados Unidos, encabezados por petróleo y carbón, sometidos a los volátiles ciclos de precios en el mercado internacional, lo que, simultáneamente, permitió mayores ingresos en divisas al fisco nacional, pero aceleró el proceso desindustrializador.
Sin embargo…
En contraste, y como uno de los resultados sorprendentes del TLC, algunos rubros exportadores experimentaron una trayectoria errática, pero satisfactoria, tal fue el caso de algunos renglones no tradicionales como las flores, banano, azúcar, calzado, textiles, confecciones y otras industriales, aunque el desempeño de otras ventas externas tales como manufacturas de cuero, esmeraldas y editoriales, fue decepcionante.
Las tendencias
Todo parece indicar, que el sector externo colombiano se está desanclando de las exportaciones minero-energética, y lentamente se ha enrutado por el sendero de la diversificación de la canasta de las exportaciones no tradicionales.
Como se anotó atrás, en 2020 el comercio mundial se desplomó induciendo a la economía a la peor crisis de este siglo, lo que se evidenció en las cifras de las transacciones externas. El año pasado las exportaciones lograron recuperarse, aunque, en el caso de las destinadas al mercado estadounidense, están muy lejos de los niveles históricos.
De otro lado, los entusiastas partidarios de los asimétricos acuerdos comerciales anticipaban que los bondadosos efectos de los mismos se traducirían en un espectacular crecimiento económico jalonado por una frenética inversión extranjera, menor desempleo, y pobreza, sin embargo, diez años después, las tercas cifras no validan sus optimistas pronósticos, por el contrario, el ritmo promedio de crecimiento fue de 3,3 por ciento, lo que estuvo aparejado con una drástica caída de los flujos de capital extranjero de más de 7.000 millones de dólares en el periodo analizado, especialmente proveniente de los Estados Unidos que han estado por debajo de los 2.500 millones de dólares anuales; además, la tasa media de desempleo se situó en 10,6 por ciento y la pobreza monetaria se abatió sobre el 34,1 por ciento de la población colombiana.
COLOFÓN
Así las cosas, el balance general del TLC con los Estados Unidos arroja un saldo en rojo en contra de Colombia. Los avances alcanzados giran alrededor de algunas exportaciones no tradicionales. Las exportaciones minero-energéticas se rezagaron. Sus defensores seguirán propagando el mito desmitificado de las ventajas del libre comercio entre economías desiguales.
El impacto regional del TLC con los Estados Unidos ha sido muy disparejo, concentrándose en Bogotá-Cundinamarca, Antioquia, Atlántico, Santander, Valle del Cauca y Huila. Boyacá tiene una presencia muy marginal en el comercio exterior del país, dado que su participación fue en 2021 de 1,4 por ciento, destinando solo el 5,5 por ciento de sus ventas al mercado norteamericano.
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Ya es hora de replantear tanto TLC nocivo para nuestra economía. Excelente artículo y análisis