En días de cuaresma
Por | Silvio E. Avendaño C.
III
El Ecce Homo durante el año permanece encerrado. En los últimos días de abril, al compás de las charangas, una procesión desciende de la colina de Belén hasta el templo de San Francisco. Las mujeres, alumbradas por velas, en una noche, bajan de una colina la talla de madera. El día Primero de Mayo -el Día Internacional de los Trabajadores- desde su inicio, por acuerdo de la Segunda Internacional, celebrado en París en 1889, es una jornada de lucha reivindicativa. Ese día guarda la memoria de los sindicalistas anarquistas ejecutados en los Estados Unidos, por su participación para la consecución de la jornada laboral de ocho horas.
Pero en Popayán, el Primero de Mayo, la multitud lleva a la colina, una vez más al Cristo, para encerrarlo en el templo. Más los tiempos son distintos en las diferentes latitudes del globo. Mientras en multitud de ciudades los trabajadores se congrega para protestar por los bajos salarios, contra las reformas que flexibilizan los contratos de trabajo o contra las reformas neoliberales, ya en la salud, la educación o la flexibilización laboral, en Popayán las cosas son diferentes.
En la noche anterior las manifestaciones de protesta resuenan por las calles de la ciudad, en una marcha de antorchas, mientras se pintan las paredes blancas con grafitis y denuncias contra el imperialismo o las medidas antipopulares del gobierno de turno, vigiladas muy de cerca por la antimotines o los ESMAD. Pero a la mañana siguiente no hay policías antimotines, tampoco tanquetas que lanzan gases, piedra y tinta.
Los policías ayudan a despejar las calles de vendedores ambulantes, de los kioscos de los periódicos, o del tránsito de los vehículos, para abrir el paso a la procesión del Ecce homo. Lentamente avanza la procesión con hombres y mujeres que llevan cirios ardientes. Entre la guardia, al sonido de las chirimías, pasa el Cristo agonizante, en una nube celeste de incienso. Mientras en innumerables ciudades en el mundo, las centrales obreras, los sindicatos, los indignados, enfrentan a la policía y son gaseados, golpeados y detenidos.
Es una condición bastante irónica, pues el Primero de Mayo sale la multitud a la procesión del Amo –Ecce homo- golpeado, sangrante, coronado de espinas, con una caña como cetro y condenado a muerte. Y vale la pregunta de si esa escultura, el Ecce Homo, es una obra de arte. ¿Acaso el Ecce homo no es arte afirmativo, pues constituye el cemento de la inmovilidad de la ciudad? ¿El Ecce homo no es acaso la certeza de estar sometido? Si bien es cierto que se le pide, se le suplica, se le alumbra, se le implora, se le ruega. ¿Es el Ecce Homo la imagen virtual de hombres y mujeres sometidos, agraviados, ofendidos, que como rebaño buscan protección en un Amo vencido?
Por la calle principal, donde crecen cada día las colas ante los bancos, los negocios de “Ama a tu prójimo y consúmelo como a una cerveza bien helada”, donde los vendedores ambulantes viven huyendo de la policía y los desplazados de los pueblos y provincias cercanas crecen para poblar las colinas de miseria, y donde crece la hojarasca que hace que los antiguos moradores se consideren aristócratas arrinconados.
En Popayán se tiene el Amo sereno, estoico, que cada Primero Mayo sube por el camino empedrado hasta el templo, en la colina de Belén, para permanecer allí. Y cuando las puertas del templo de Belén se cierran, porque el Amo llega a su morada, al lugar natural del encierro, la borrachera colectiva se cuaja, de la cual bajarán los hombres, con paso vacilante y zigzagueante para volver a la mansedumbre cotidiana.