Todavía en Boyacá, muchos buscan hacer de la “política” la gran presa

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“El qué hacer” es de lo que más ha de inquietar en el actual momento a los colombianos de a pie, que son en últimas los llamados a crear los signos salvadores de una Colombia humillada por amos de turno, no del todo frustrada y menos aún derrotada en su perspectiva de vida.

Pobre Colombia con tanta gente que aparece como inclinada en el muro de las lamentaciones, escondiendo su rostro, en vez de estar mirando de frente una realidad nacional, que así aparezca dura, trágica, dramática, con tanto problema de violencia y de injusticia social, bien merece que toda esa masa humana, perdida en el lenguaje de la conmiseración o llanto de la desesperanza, reaccione alguna vez; movida por una consigna del momento, como esta de la «cultura china» llamando a la superación y que dice: «más vale encender un fósforo, que gritar contra la oscuridad».

Sí es por figuras para describir el sinnúmero de colombianos entregados a la simple lamentación y actitud de infortunio y hasta de derrota, más nos parecen que resultan comparables con los avestruces del desierto, que al advertir el gran vendaval que amenaza, por sepultarlas, acaban por meter la cabeza en la arena; buscan así escapar de la catástrofe, pero no.

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Aquí, en esta realidad que nos envuelve, que nos amenaza, que no da para creer que puedan presentarse, al menos en un inmediato futuro, lo que tanto se anhela como nuevos tiempos, con viraje hacia seguridades de vida y aún de prosperidad para las grandes mayorías de colombianos, habrá que tomar posiciones cargadas de realismo y construir desde el más débil ángulo de existencia, esa realidad de fortaleza de ánimo, a fin de soñar el país que necesitamos; pero soñado desde voluntad de acción.

Mal podríamos creer que en manos de quienes han ostentado el poder, pueda estar el futuro promisorio de nuestra propia Nación. Porque hay que hablar de que Colombia, con todo y haberse visto hasta ahora manejada por inescrupulosos de la historia, encierra grandes potenciales en lo humano y en sus propios recursos naturales; que así se vean amenazados, con tendencia a ser feriados, ya que somos todavía «paraíso sobre la tierra»: son de Nación en trance de ser. 

El “qué hacer” es de lo que más ha de inquietar en el actual momento a los colombianos de a pie, que son en últimas los llamados a crear los signos salvadores de una Colombia humillada por amos de turno, pero no del todo frustrada y menos aún derrotada en su perspectiva de vida. La «hora del reaccionar» es para emprenderla y desde ya, para lo cual, hay que crear el gran ambiente de lo colectivo, inspirado en el gran principio de Comunidad Estado, que es en lo que tanto hemos insistido desde nuestro propio ángulo de acción: un espacio de nuestros grandes afectos llamado Boyacá. Viene a nuestra consideración el gran principio universal que dice: «La crítica, hace al hombre». Seríamos infieles a nuestro propio destino histórico, si desde la palabra escrita no permaneciéramos atentos, vigilantes frente a tantos manejos que se le vienen dando a Boyacá y su gente. 

Quizá ha sido la falta de valor, de ahínco, para el cuestionamiento, para la investigación social, para la denuncia misma y la protesta, lo que ha llevado a que Boyacá se haya visto en tantas ocasiones tan humillada, insultada, maltratada. No digamos que mal gobernada, porque en medio de todo la ingobernabilidad es ya de por sí como un mal que nos frustra tantos miramientos o intereses; además, mal estaría creer que la Boyacá, meca del “manzanillismo, de la lagartería, de políticas vergonzantes”, pueda darse tan fácilmente el lujo de gestión administrativa y gubernamental, que encierre su especial trascendencia, su repercusión, así como para que propios y extraños descubran que se ha creado algún signo de los que salvan del infortunio; queremos decir el de las mayorías.

Porque si es por resultados de manejos y situaciones, encontraremos que este nuestro «pobre» y a la vez «rico» Departamento, aparece todavía plagado de «carroñeros”, de inescrupulosos de todas las pelambres, haciendo de la «política» la gran presa, sin que desde el más mínimo sentido de crítica, ahí sí mordaz e irónica, se logre espantar como en acción colectiva a tanto «carroñero de oficio».

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