Por | Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Sigue en mi vida después de este periodo como Vicerrector Académico el disfrute que da poder mantener la frente en alto, saber que ante nadie tendré que bajar nunca la mirada, y que podré seguir mi vida tranquila como un profesor más, en la base, preparando mis clases, retomando mi ejercicio de investigación y trabajando por la paz y los derechos humanos con conciencia de país, convencido de que la universidad pública esta llamada a cumplir un papel significativo en la erradicación de toda violencia y en la superación definitiva del poder de élites y clientelas por uno de poder popular.
Lo primero que se me ocurre a pocas horas de dejar la Vicerrectoría Académica, es agradecerle a la gente que creyó y sigue creyendo que la universidad pública es el mejor lugar del mundo para combinar libertades y derechos. El mejor escenario para hacer conciencia del mundo que vivimos y con apoyo de la ciencia, las artes y las humanidades fortalecer la capacidad para transformar el mundo que existe y crear otros posibles. Lo segundo, que la universidad solo puede entenderse como un asunto colectivo, no es una empresa, ni una ONG, es una institución, a secas, que tiene mecanismos de autopoiesis y regulaciones, autonomía, se recompone, es un cuerpo vivo que estará ahí por encima de nosotros, que vamos de paso por los cargos y los encargos que imponen las políticas académicas.
He completado cuatro años como vicerrector y una década como columnista, que acumula junto a una docena de libros, la riqueza moral de una pequeña obra con más de 500 columnas de ensayo de análisis social con perspectiva critica de derechos humanos, que vuelan solas por eldiario.com, rebelión.org, alainet.org entre otros, creándose su lugar propio, que me retribuye con la alegría de que tienen un público ganado que las lee y usa para algún fin de rebeldía o resistencia. Retomaré las asignaturas de derechos humanos en mi facultad y seguiré trabajando en temas de paz y derechos humanos, tengo para ello mi formación, experiencia y convicciones éticas y creo en la necesidad de la paz total y en la Colombia posible sin exclusiones, en convivencia, capaz de poner el respeto por la dignidad humana y la defensa de la vida, por encima de cualquier otra cosa e interés.
Queda del paso por la Vicerrectoría, junto a la compañía de un inigualable y pequeño equipo de trabajo con el que hicimos un gobierno de docentes y por políticas, una universidad en el mejor lugar de toda su historia, que, por supuesto es acumulativa, no nace cada día. Está en el más alto lugar, al que muy pocas han llegado en Colombia. Es la suma de factores y compromisos de una universidad del Siglo XXI.
Queda por primera vez acreditada por cinco años a nivel internacional por la más importante organización de universidades de América latina y el caribe (CEAI de UDUAL, en coordinación conjunta con relaciones internacionales). Queda acreditada de alta calidad Multicampus a nivel nacional por el MEN y CNA para seis años. La mitad de sus programas quedan con acreditación de alta calidad y 20 más tienen resoluciones listas sobre el escritorio del ministro. Siete ingenierías quedan acreditadas internacionalmente (con esfuerzos de decanaturas y relaciones internacionales). Se acreditaron también por primera vez los primeros cinco posgrados en nivel de maestría y el doctorado de educación queda ad-portas de obtener su resolución.
Las acreditaciones, junto a sus campus, bibliotecas, formación de sus docentes, saberes que circulan, ciencia que se hace, capacidad de sus estudiantes y formas organizativas, señalan la reputación y prestigio de una universidad. En el proceso de validación y análisis son sometidas por pares externos al más riguroso examen de todas sus variables, factores, actores y modos de acción. Sus finanzas, impactos en la sociedad, formación y calidad de sus docentes, formación que reciben sus estudiantes, estructuras de su organización, capacidad colectiva de sus estamentos, papel de su ciencia y su grado de humanización, son revisados al detalle. La acreditación indica el lugar que ocupa en la sociedad, el estado y el sistema y el resultado está hoy en su máximo punto, en el mejor momento. Son procesos que se edifican con disposición y esfuerzo colectivo, en ocho libros hechos con la pluma de docentes y más de 5000 folios de anexos soportaron la acreditación multicampus.
Queda una universidad con una enorme solidez, con políticas académicas aprobadas, mesas de trabajo que fijen lineamientos y conciencia de construcción siempre colectiva. Sus cifras de realidad evidencian crecimientos, más de 28.000 estudiantes de pregrado en 75 programas y 3000 en posgrado en 104 (se crearon 31 entre 2019 y 2022) . La deserción se redujo en dos puntos y no hubo deserción ni en pandemia, ni después, indicativo de que las decisiones tomadas fueron oportunas y adecuadas, como crear reglas para no computar asignaturas perdidas, reducir costo de matrículas, proveer matriculas con recursos propios, y no cobrarles a los estudiantes el fracaso de las elites con su modelo de sociedad excluyente, que descubrió en ellos el rostro de las desigualdades y las brechas sociales de carácter histórico. Mejoraron los resultados colectivos en las pruebas saber-pro; entraron a ocupar una silla universitaria un promedio permanente de 660 jóvenes en situación de desplazamiento forzado y cerca de 200 en situación de discapacidad, mas 50 bachilleres indígenas. Un 20% mas de docentes obtuvo sus títulos de doctor o doctora, el 30% ascendió en el escalafón docente que parecía una práctica olvidada, más del 90% de docentes ocasionales empezó a ser vinculado por once meses continuos y el 60% de cargos de dirección de programas fue ocupado por ellos. La productividad académica se multiplico por dos y en igual magnitud la movilidad de docentes al exterior.
Hubo programas destacados de alto contenido social como el año cero, que permitió vincular a sus aulas a más de 100 jóvenes excluidos del sistema de educación, uno por municipio, totalmente becados con recursos de la gobernación. Se creó la sala patrimonial que constituye la mayor riqueza bibliográfica del país en materia de archivos, fuentes y objetos de origen de la creación de la universidad pedagógica de Colombia, que antecede a la actual UPTC. Queda una universidad con un horizonte claro, una mirada enfocada hacia América latina y una institución lista para comprometer sus esfuerzos hacia la construcción de paz total y mejorar su influencia y acompañamiento territorial a los jóvenes de provincias olvidadas. Queda una universidad que quiere ser ejemplo de convivencia, de respeto y comprensión de temas de igualdad, géneros y derechos, para superar el patriarcado latente y cierto colonialismo imperante en las instituciones de educación superior. Queda una universidad que supo sobreponerse a la pandemia, poner en el momento justo la salud por encima del “deber” académico, aprendió en colectivo a leer el momento de incertidumbre y a sumar estrategias, esfuerzos y solidaridad para no sucumbir. Repartió computadores y planes de datos a la tercera parte de sus estudiantes, y siempre tuvo la enorme capacidad para superar con hechos y resultados, el acecho y asedio de tergiversaciones y ataques sistemáticos de un diestro sector, hábil y astuto para organizar hostigamientos y agresiones y extender información tendenciosa, entendible en un país acosado por el miedo y la política impuesta por patrones de múltiples violencias.
Queda una universidad que aceptó el diálogo como única fórmula de resolución de sus conflictos, fueron cientos de horas, días y más días de mesas de concertación, entre tonos altos y altibajos, pero con respuestas inmediatas y efectivas, y la conclusión es que se avanzó hacia una cultura de respeto por las diferencias, por la protesta, por el reclamo a una institución llamada a ser fuente de resistencia y cambio. El diálogo superó la opción del tradicional tropel del miércoles y el uso de la capucha para reclamar demandas universitarias y sociales. La expresión de rebeldía no fue esta vez el enfrentamiento entre policías y estudiantes, la institución no tuvo que sacar a un solo estudiante de prisión, ni a uno solo del hospital, tampoco hubo mutilados, ni muertos como antes había ocurrido.
Superado un momento de cuatro años de mi vida, exalto la incansable labor docente, el esfuerzo de sus estudiantes, el trabajo de egresados y el invaluable y afectivo apoyo de mis colegas directivos. Me alegro con la llegada a la rectoría de Enrique Vera, un profesor, investigador de altas calidades y capacidades con quien compartimos vicerrectorías, a quien ofrecemos nuestra disposición ilimitada para seguir construyendo la universidad que queremos, soñamos y vivimos. A Óscar Ramírez, que también después de la rectoría regresa a las aulas, mi gratitud toda, por la confianza que solo puede ofrecer un hombre humilde, sereno, franco. Siempre mi amistad.