
Cada vez que se convoca una movilización en Colombia, hay una pregunta que vale la pena hacerse: ¿realmente nos están llamando a participar o solo a sumar?
Hoy la calle ha dejado de ser un espacio genuino de expresión ciudadana para convertirse en una herramienta de estrategia política. Ya no importa tanto por qué se marcha, sino cuánta gente lo hace. La voz del ciudadano se diluye y lo que queda es una cifra útil para mostrar respaldo, marcar territorio o presionar.
Y en medio de esa lógica, lo que se pierde es justamente lo más valioso, la opinión. No se trata de escuchar qué piensa la gente, sino de llenar plazas para dar un mensaje de fuerza. Se moviliza a ciudadanos no para que hablen, sino para que ocupen un espacio, levanten una bandera y aparezcan en la foto. La participación se vuelve una ilusión.
Cuando el gobierno convoca marchas para defender sus reformas, no está promoviendo un diálogo nacional, está enviando un mensaje de fuerza al Congreso y a la opinión pública.
Cuando la oposición responde con movilizaciones ciudadanas, tampoco busca escuchar nuevas ideas, busca contrapeso. En ambos casos, el ciudadano es el medio, no el fin.
El resultado es que se nos llama a marchar, pero no a opinar. A poner el cuerpo, pero no la voz. A legitimar discursos que ya están escritos, sin espacio real para cuestionarlos o transformarlos. Marchar se ha vuelto un acto de estrategia, no de construcción colectiva.
La calle sigue siendo un espacio poderoso. Pero cuando el poder de cualquier lado la convierte en escenario para mostrar músculo político, la movilización pierde su esencia y se vuelve una cifra en las escuderías políticas.
Nos están llamando, sí, pero no para escucharnos, solo para contarnos.
Mercadólogo y Publicista, magister en Comunicación y Marketing Político.