Por | Silvio E. Avendaño C.
De la fauna de los profesores
A partir la ley de los tres estadios: teológico, metafísico y positivo, de Augusto Comte (1798-1857), en el Curso de filosofía positiva (1844), se clasifica a los profesores. La creencia lleva a la religión; el razonamiento es propio de la lógica; y, a partir de la experiencia y la observación, la prueba caracteriza la ciencia. Hay profesores que imparten creencias, otros que cabalgan el razonamiento; y, aquellos de la experiencia y la observación. Sin embargo, tal clasificación de los profesores en creyentes, razonadores y experimentadores se puede objetar, ya que no existen los tipos puros. Mas, aceptando la objeción, sin pretender que la realidad coincida con la clasificación milimétricamente, se puede afirmar: hay profesores que adelantan hipótesis, es decir creencias; en este punto es necesario aclarar que hay profesores cuya actividad académica se centra en imponer creencias. Estos docentes se erigen en el argumento de autoridad y en la obediencia.
El profesor lógico porque busca la fundamentación en el razonamiento es un metafísico. La lógica lo define, ya que se guía por las leyes del razonamiento. Pero definir al profesor solo por las leyes del pensar sería colocarlo fuera de contexto, es decir darle el rótulo de psicólogo. El lógico, no se ocupa del pensamiento, sino del razonamiento y, éste puede ser correcto o incorrecto. Dicho docente llena los tableros con demostraciones y hace toda clase inferencias. Sin embargo, en ese intento el razonador no deja de caer en las falacias, es decir, en inferencias incorrectas pero psicológicamente persuasivas.
El tercer tipo de profesores es el científico. Francis Bacon estableció el campo del quehacer a partir de la empíria: “la observación y la experiencia para recoger los materiales, la inducción y la deducción para elaborarlos, tales son las únicas y buenas máquinas intelectuales”. Si bien lo planteado es sencillo, eso no significa que no se convierta en sofisma con los cursos de metodología científica. En la olvidada historia académica se cita al profesor de física. Al no tener en el laboratorio los aparatos para hacer experiencias y observaciones, se ve en la imperiosa necesidad de decir: “Muchachos, hay que aceptar lo planteado como artículo de fe”.
Hay profesores del sentimiento, de la razón y de la experiencia. El primero es el profesor teólogo: a partir del estado de ánimo o disposición, imagina e impone verdades de fe. El metafísico, dedicado a engarzar premisas y conclusiones, las cuales son consideradas por los estudiantes caminos difíciles e intrincados de entender. Por último, el científico, caracterizado por la duda filosófica, guiada por la experiencia.
Vale considerar si el conocimiento de los estudiantes se constituye en la ciencia y el razonamiento. En el laboratorio las balanzas están descalibradas; se confunden cien centigramos con decigramos… A lo largo de los semestres, las prácticas son las mismas, los informes de laboratorio se copian de aquellos que hayan obtenido las mejores notas en el semestre anterior. Los lógicos, entre los que se pueden incluir a los hijos de Pitágoras, aunque ellos dicen que la matemática no es lógica, se escucha a los estudiantes: “la ecuación, la derivada, la integral, las cuadro por el método del macheteo”. En cuanto a los profesores creyentes, no admiten dudas, menos impertinencias. Recurren a la exclusión de los cabeza dura que no llegan al sentimiento y, por ende, a la creencia.
En los estudios superiores, al profesor impuntual o que llega tarde a la clase, se le aplica la regla de oro: “el cuarto”; lo mismo hace el profesor cuando son los estudiantes los que no se presentan. A pesar de que, a principios de semestre se ha hecho el plan del curso, hay júbilo “porque no hubo la clase.” Tal conducta deja ver la pasividad de los estudiantes y que el curso se desarrolla por la cátedra magistral.