Por: Juan David Escobar Cubides / @JuanDaEscobarC
En nuestra calidad de seres mortales, débiles y apasionados, estamos determinados constantemente a equivocarnos. De allí, proviene el afortunado adagio popular según el cual errar es de humanos. Precisamente, ello es lo atractivo de ‘ser’ personas: podemos cometer errores, una y mil veces, ya que nuestra naturaleza está determinada para cumplir dicho fin.
Por esta razón, es que los desaciertos y las equivocaciones son los padres de aquel proceso de crecimiento personal y espiritual que, necesariamente debemos surtir para encontrar nuestra misión existencial. No es malo equivocarse; por el contrario, es un aspecto positivo dentro del comportamiento humano, toda vez que es necesario pasar por ello para replantear ideas, ideales, situaciones, visiones y proyectos personales. Quien no acepta equivocarse difícilmente encontrará su vocación vital. Y ello sí es inquietante. Así que equivoquémonos cuánto más podamos; ¡si somos bien intencionados en el error, nada negativo nos podrá afectar!
Bien hemos escuchado que, las personas más sabias son aquellas que han incurrido en grandes desaciertos personales, pues sin estos posiblemente no habrían aprendido las lecciones constructivas que traen envueltas algún garrafal error. Y este es el punto que queremos tocar en este escrito: toda equivocación es una oportunidad maquillada de grandes éxitos; detrás de aquella, generalmente, se presentan grandes alternativas para mejorar nuestras vidas y la de nuestros semejantes.
De esta manera, resulta trascendental comprender que, como personas nos debemos sentir tranquilos y orgullosos de nuestros deslices, puesto que sin estos no seríamos mejores personas: más sabios, más expertos y más mesurados en nuestro accionar. Además, si nuestras equivocaciones involuntarias no afectan a ningún tercero, nada deleznable se nos puede reprochar. Empero, estas contribuirán para que surjamos como personas de bien. Luego, es importante entender que, lo bueno no es lo perfecto, sino aquello que hacemos con coraje, corazón y determinación, teniendo presente aquella sagrada convicción de que, estamos aportando la mejor versión de nosotros mismos. Nuestra misión es tratar de dar lo mejor de sí mismos, no obstante haber llegado al mundo para tropezarnos.
Por tanto, mi invitación radica en que no veamos únicamente el aspecto negativo de un fracaso o desacierto, sino que, miremos en ello más allá de lo que pensamos; imaginemos, siempre, que detrás de un problema viene implícita, correlativamente, una anhelada satisfacción personal. Si así lo aplicamos, auguro notables alegrías y éxitos monumentales.
¡No olvidemos que, somos lo que imaginamos!
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