Algo va de hablar con un notable a hablar con un profeta. En Colombia se sabe abordar al hombre público, al notable. Al fin y al cabo es fácil de manejar, por más encumbrado o experto que sea en el manejo de sus propios temas. Así políticos, como hombres de finanzas o empresarios. Basta que el reportero sea hábil o perspicaz.
No es que exista igual pericia para entrevistar a alguien que pueda ser más un profeta. Aunque tampoco será fácil dar con algún hombre, que merced a un carisma, tenga talla de profeta. Existen los que apenas son remedos de profetas: les falta salir de sus propios miedos, para tornarse confiables.
Si existiera uno que otro profeta en nuestro medio, hombres públicos, de los que creen ser autoridad en lo que dicen o plantean, se cuidarían y mucho del profeta. ¿Por qué? Porque el profeta mide la historia, aún desde quienes van en el juego de hacer opinión pública.
Llevamos ya unos cuantos años sin conocer el caso de un profeta haciendo lectura de nuestra propia realidad.
El último que conocimos murió en extrañas circunstancias: en un accidente aéreo, en zona selvática. No se advirtió mayor diligencia oficial en la búsqueda del cadáver; menos aún en su recuperación.
Recordamos que los seguidores del profeta, en un esfuerzo sobrehumano, acabaron por hallar y rescatar los restos mortales de su gran líder religioso y social. Los había acostumbrado a que lo llamaran simple y llanamente: hermano Gerardo; y eso que era obispo.
Ahora recordamos lo que fue una entrevista televisada a aquel profeta. Lo abordaron tres reporteros. Le formulaban preguntas sobre los más diversos tópicos de la realidad nacional. Para su respuesta, partía siempre de una frase del Evangelio. Así establecía su propia seguridad.
¿Qué obispo, qué teólogo, qué predicador en nuestro medio vemos hoy que pueda tener un manejo así del Evangelio? Se necesita vivirlo y lo que es más, aplicarlo para que ilumine, cualquier problemática o circunstancia humana, histórica.
Al profeta le basta mirar las cosas desde las perspectivas de los pobres, desde su ahínco, siempre para defender los derechos de los débiles, de los excluidos. Cualidad esta de espíritu, que incomodará al hombre público, al notable de las políticas y de las economías de la injusticia. Pero a la vez cualidad que interesará a reporteros de los que buscan ópticas o miradas más ceñidas a la realidad sociológica, en lo cual el profeta tendrá su bagaje. Al fin y al cabo es un “enviado de Dios”, para enfrentar manejos de pueblos y naciones y en los cuales no faltarán personajes de acomodamiento, así pontífices de la “economía” y también pontífices de lo religioso. Sin que funcionarios de culto y pueblo mismo escapen de implicaciones al contemporizar con tantos estados que riñen con los principios más elementales de justicia.
Alguna vez Jesús, como profeta, fue abordado por una comisión del grupo de los fariseos. Buscaban ponerle su cascarita, nada menos que con el tema de pago de impuestos a Roma. Si se declaraba en favor del tributo al emperador o por lo contrario. Cualquier salida tenía su implicación, su compromiso y podía ser motivo para acusarlo o bien ante autoridades judías o bien ante el mismo régimen romano.
Pero los fariseos sabían de antemano que a Jesús no se le podía abordar tan fácilmente, so pena de correr el riesgo de ir por lana y salir trasquilados. Entonces los fariseos comienzan por elogiarlo, por adularlo, como diríamos hoy. Tal vez buscaban que merced al elogio, Jesús acabara por dejarse enredar. Pero no, la respuesta fue tajante: “Den al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios”.
Solo el que no es profeta, sino simple funcionario del culto o empresario de la fe o evangelizador si se quiere pero con formas evasivas, termina manejando aún lo más difícil y comprometedor, conforme a circunstancias y conveniencias. Peor si hace caso a los lenguajes de los que saben por qué han de manejar hasta los mismo esquemas de lo eclesiástico y de lo religioso.