Por | Silvio E. Avendaño C.
Ante la caída del socialismo real, hacia los años noventa del siglo veinte, se erigió un nuevo camino y, éste no fue otro que la economía de mercado y la democracia del voto. La juventud se encontró ante esta nueva autopista para realizar sus vidas. La democracia daba la posibilidad al ejercicio del voto para hacer posible la participación en la toma de decisiones. A su vez, la economía de mercado planteó la interacción de la oferta y demanda que determina la cantidad y precio de equilibrio de los bienes y servicios transados.
Ahora bien, en este nuevo horizonte la juventud se estrella con la precariedad del mercado laboral. Es así, como después de los años de estudio en la escuela elemental, los estudios de secundaria y los años de formación en la universidad, las condiciones de trabajo no ameritan la educación que se ha recibido. Un profesional, un médico, se halla con un salario que no corresponde a las expectativas que se ha forjado. Además, la flexibilidad laboral ha llevado a la oferta de contrato por tiempo corto, sin garantías sociales, tampoco la esperanza de una pensión, dado que, por el tipo de contratos se hace casi imposible alcanzar el tiempo requerido para alcanzar un pago con el paso de los años. Más, el desempleo crece cuando la economía del país depende de las importaciones. También se puede observar que en las ciudades “progresa” la informalidad, palpable en el centro de las ciudades.
Además de la precariedad del mercado laboral, la pobreza que se extiende por distintos lugares de la sociedad constituye, ante todo, una relación social basada en el poder. La pobreza e inequidad, no es que “somos de malas” o no “tenemos suerte”, ni que “Dios lo quiso así”, sino que la pobreza es función de la relación entre pobres y no pobres, o resultado de las relaciones de dominación y poder, o consecuencia de la explotación del sistema capitalista. El malestar social hace que la violencia se extienda. Mucho más cuando la clase media se derrumba. La tasa de homicidios de los jóvenes crece por el conflicto armado interno, por la lucha por y contra los carteles de la droga, por las bandas delincuenciales, por la intolerancia, por los falsos positivos.
A partir de la precariedad de trabajo, de la pobreza y de la violencia que padecen los jóvenes se puede explicar porque la juventud es indiferente para ejercer el “derecho del voto” y la participación en los procesos electorales de la pregonada democracia del voto, mucho más cuando quienes son elegidos a los cuerpos colegiados son indiferentes a la realidad que se vive; mientras la economía de mercado hace imposible la creación de trabajo, y por lo tanto, la fuerza de trabajo juvenil se pierde.
Así, si bien se considera que el socialismo fue un fracaso, el neoliberalismo, economía de mercado y democracia del voto, es otro descalabro, como se puede ver en el mundo de los jóvenes.