Por | Silvio E. Avendaño C.
Llama la atención el lema de la policía: “Dios y Patria”, como si la legitimidad dependiera de la divinidad. Pero, más allá de la divisa, es inquietante que la institución civil, poco a poco, se ha convertido en un organismo militar. Y, por consiguiente, la entidad cuya finalidad está dada por el carácter ciudadano se tergiversa, se convierte en un arma de guerra. Así, la indumentaria: botas con puntera de acero, porras, perros, caballos, balas de caucho, taser, gases, armas, motos, jaulas, carros blindados, como que no coincide con la institución cuya finalidad es la garantía del estado de derecho y el alcance de la ley.
La policía, que corresponde al mundo ciudadano para garantizar el abrigo de la ley genera en la sociedad no otra cosa que el miedo y el temor. Claro que para explicar el por qué esta situación, este grado de deslegitimación, vale considerar el devenir de gobiernos mediocres que no convencen, que no logran la aprobación de la sociedad.
Así, antes de que comenzara a extenderse la pandemia, hace pocos meses, el cuestionamiento a la policía estaba a la orden del día. La muerte del estudiante Dilan Cruz, el uso de las balas de goma que, lleva a que muchos de los manifestantes hayan quedado tuertos, las desmedidas palizas, las nubes de gas pimienta y cebolla en las manifestaciones y protestas, eran asuntos que se encontraban a la orden del día y en un ascenso, interrumpido por las fiestas de navidad, año nuevo y la llegada del covid. Asimismo, se ha vuelto una salida continua declarar las manifestaciones como hechos delictivos. También, que cuando se convoca a una marcha, un derecho legítimo, como un espacio de libertad, pronto las calles se inundan de cuerpos armados que tienen como a priori el enfrentamiento, la provocación. Luego se dice que en las diferentes manifestaciones hay elementos oscuros y se crea el prejuicio de que las marchas terminan en barbarie y, cuestión curiosa, no se detiene a los vándalos, sino que estos desaparecen como fantasmas…
Más, el callejón al que se ha llegado desdibuja la pretensión política de un buen gobierno. Por las grietas de la sociedad se hace evidente que en el proceso electoral hubo fraude. Contribuye a la espiral de violencia no solo la desorganización de la economía, la destrucción de los acuerdos de paz, sino el hecho de que existe una creciente burla y desprestigio del poder judicial, por parte del gobierno, y la galopante corrupción en las instituciones del Estado. Hay que añadir que la pandemia trajo las restricciones, el desbordamiento del autoritarismo. Además, parece que hubiese una persecución a los derechos humanos como si estuviesen unidos a la ilegalidad y la subversión. Y de carambola el gobierno desprestigiado busca poner tapabocas a quienes con sus críticas muestran la absurdidad de la situación.