Sobre la incapacidad para forjar la República

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Por | Silvio E. Avendaño C.

Hace un tiempo la lucha guerrillera y antiguerrillera creaba la cortina que no permitía ver el horizonte. Se suponía que, al disolverla subversión, se despejaría el espacio en la esperanza. Más el escenario esbozado no deja ver otra cosa que la corrupción. La esperada buena hora da al traste con la ilusión pues, luego de quitar el velo de medio siglo de luchas, lo que se insinúa no otra cosa que la podredumbre. Más tal estado no es nuevo, no es una cuestión de los últimos tiempos. Por el contrario, si se mira al pasado, sin la épica de los héroes y las hazañas, no queda otra substancia que la incapacidad para formar un Estado moderno.

En las mañanas al prender la radio, al leer la prensa o en el mediodía de la T.V o bien cuando se ingresa en la red, la corrupción campea en todas las instancias del poder público o privado. Ante este hecho las soluciones son inmediatas, pronto aparecen: Hay que legislar contra la corrupción… hay que convocar una constituyente… hay que cambiar la constitución… Más todos esos intentos de cambios no son más que sofismas, dado que el problema de la corrupción no son las instituciones ni las leyes. La cuestión radica en la calidad de los hombres, pues “hecha la ley hecha la trampa”. Por eso el problema es más profundo y, yace en el tipo de hombre que se forma en esta sociedad. Vale considerar que es lo que se forja con “educación” ¿No es acaso la finalidad de la educación el cómo ser avivato, tramposo, socarrón, pecador arrepentido?  ¿A la larga no son estas figuras las cimeras en la sociedad?

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No fue más que una ilusión la formación de las repúblicas como se denomina a los estados hispanoamericanos que adoptaron dicha forma de gobierno. La distinción entre la esfera privada y pública que, da lugar al hombre y el ciudadano, no se fraguó como fundamento en la realidad. No es por eso extraño el fenómeno de la corrupción dado que, si bien se establecieron las instituciones republicanas tales como el poder ejecutivo, legislativo y judicial, eso no significa que se forjara el hombre repúblico. La soberanía popular, según la cual todo el poder viene del pueblo y, que todo acto de gobierno debe someterse a leyes justas que procuren el bien común, no pasa de ser más que un discurso, bellas palabras.

Desde las primeras décadas del Siglo XIX, la lucha en las colonias españolas no buscaba otra cosa que la ruptura con el imperio español, el cual se erigía en la monarquía. Con la independencia se estableció la república en la tensión inevitable entre el fervor con que se adoptaban instituciones republicanas y las condiciones objetivas del atraso. La república supone la formación de un hombre cuya vida está dedicada a los asuntos públicos. Mas en el áspero suelo lo que se fue formando en la supuesta vida republicana no fue otra cosa que la desmesura del interés privado. Si bien es estableció el lenguaje del ciudadano y la política, esto no significó que se superara la tradición del mandar, del egoísmo y la violencia.

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