El corazón de la ciudad mariana, surcada por una de las peatonales más largas de Latinoamérica, aún se engalana con las escasas construcciones coloniales y republicanas que resisten al paso del tiempo y algunos parques que, en su título poético, buscan aferrarse a las palabras que construyeron nuestra historia.
No obstante, este escenario es abrupta y violentamente impactado por una realidad visible tanto para los habitantes locales como para los turistas: Una Chiquinquirá, sucia, desorganizada, inculta y atemorizada por la delincuencia y el tráfico de drogas. Caminar por el centro histórico de Chiquinquirá y conversar con quienes impulsan la economía del municipio solo deja una sensación de desasosiego, orfandad y desesperanza por parte del sector comercial.
«Ser legal no paga en esta ciudad», me comentaba un comerciante mientras enumeraba las obligaciones que debe cumplir para operar, tales como el registro mercantil, el uso de suelos, los derechos de autor, los conceptos sanitarios, los certificados de seguridad, el RUT, e impuestos como Industria y Comercio, el pago de arriendo y de los trabajadores. Concluyó preguntándome: ¿Para qué? Si al final, andamos por necesidad, observando cómo aumenta la informalidad, en una ciudad sin autoridad para darle el orden, la presentación y la importancia a quienes son los generadores de empleo y economía en la ciudad.
Esta es una realidad asfixiante y heroica por parte de los más de 2.800 comerciantes y emprendedores Chiquinquireños. La teoría de la ventana rota, desarrollada por los cientificos sociales James Q. Wilson y George L. Kelling, evidenció cómo una ventana rota, si no se repara a tiempo, genera multiples ventanas rotas más, y posteriormente, saqueos, indigencia y focos de contaminación. Teoría puesta en nuestro entorno, con las multiples problemáticas no atendidas en su inicio, las cuales ahora están en descontrol, y han generado multiples choques entre los ciudadanos, comerciantes y turistas.
La desazón de muchos comerciantes que se ven frustrados al no encontrar las garantías mínimas necesarias para llevar a cabo su labor de manera digna, se ve exacerbado por la amenaza de bandas dedicadas al expendio de drogas, que han bautizado una calle del centro con el desalentador apelativo de «cuadra picha».
A su vez, los comerciantes enfrentan la constante angustia de sufrir robos en sus establecimientos, sin recibir respuestas contundentes por las autoridades que contrarresten esta situación, y generen respuestas rápidas y preventivas, sumado a estas preocupaciones, se añade la falta de acción frente a la violación persistente del espacio público. Este se ve invadido por la presencia abrumadora de vendedores ambulantes de otras ciudades afectando a los mismos ambulantes chiquinquireños, vehículos que han convertido las peatonales en parqueaderos nocturnos, indigentes durmiendo en las calles y como estigma recurrente, el penetrante olor a orina y heces que impregna las mañanas de cada fin de semana.
Aunque la plataforma Booking anuncie al departamento de Boyacá como uno de los más acogedores del mundo, Chiquinquirá parece ser la excepción. Una ciudad con tal potencial turístico, notable en su historia, arquitectura, montañas y en su gente, lamentablemente sigue siendo un punto de entrada por salida para peregrinos que prefieren evitar explorar la ciudad a fondo, y prefieren dirigirse a la basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, para luego recorrer municipios aledaños como Ráquira, Sutamarchán, Tinjacá o Villa de Leyva, quienes han sabido aprovechar con cultura la economía del turismo.
Los comerciantes marianos claman por atención a sus solicitudes, las cuales, a un mes de iniciar el nuevo gobierno municipal, no parecen estar entre las prioridades de la agenda política. ¿Podrá el actual gobierno concertar entre comerciantes y vendedores ambulantes y recuperar nuestro espacio público? Sin duda, este es uno de los principales desafíos que deberán abordar para revitalizar el futuro económico y el orgullo de la Chiquinquirá que soñamos.