Por | Darío Rodríguez
Ernesto Samper llegó a ser presidente de Colombia financiado, en parte, por los poderosos narcotraficantes del Cartel de Cali. Eso lo supo el país entero y, pese a haberse librado de la cárcel y de presentarse durante estos años recientes como un heraldo de las libertades individuales y un progresista, Samper perdió por completo su credibilidad. Su proyecto político – si lo tuvo – naufragó desde 1995 debido a esas turbias alianzas con el crimen organizado.
Un tema viejo, se dirá, asuntos antiguos que ya se han superado.
Sin embargo, cuando es comprobable la cercanía del actual presidente colombiano, Iván Duque, con narcotraficantes y después de haberse develado que tanto su campaña electoral como su elección fueron respaldadas por millonarios delincuentes asociados al tráfico de drogas, aunque la investigación en torno a estos delitos haya precluido y las instituciones de justicia (aliadas suyas) lo hayan encontrado inocente, la gente, los ciudadanos de a pie y cierto periodismo no silenciado saben lo que le presidente, sus asesores y su partido político movieron, compraron y coaccionaron para continuar en el poder. Un caso, si no parecido, paralelo al del ex presidente Ernesto Samper.
En Colombia existen personas a las cuales les cuesta olvidar cuestiones gravísimas como las atrás mencionadas. A pesar de la confabulación entre el frenesí de la actualidad y la escasa memoria, nunca han faltado los tercos que llaman a las cosas por su nombre y que desean dejar un testimonio veraz en medio de las versiones oficiales (siempre a medias, siempre nadando entre pestilentes eufemismos).
A la periodista y novelista Silvia Galvis no se le olvidó la sombría época del proceso 8000, del presidente Samper y de los nexos política – mafia. En 2006 publicó con editorial Planeta la novela ‘La mujer que sabía demasiado’, donde, a través del estilo detectivesco, del Thriller, muestra cómo un enlace clave entre el cartel del narcotráfico y el presidente de la república, Elizabeth Montoya, la Monita Retrechera, es brutalmente asesinada para que se calle. Y cómo desde el poder judicial y ejecutivo, sumado a los tentáculos delincuenciales, se orquesta la protección al presidente y el silenciamiento total de este crimen y de la investigación que lo siguió. Los editores de 2006 maquillaron y suavizaron la franqueza de Silvia Galvis con el fin de no pisar callos muy sensibles; también con el afán de vender mejor la novela, sin incomodidades.
Al tenor de lo que les sucede a libros que no tienen piedad de sus lectores y que les refriegan la verdad desnuda en la cara, ‘La mujer que sabía demasiado’ pasó con más pena que gloria por las librerías. Su autora falleció en 2009.
La versión original de la novela, sin correcciones amaneradas ni preciosismos, permaneció custodiada por el esposo de Silvia Galvis, el periodista Alberto Donadío, hasta hace pocos meses cuando, por oficio de la editora María Antonia León, volvió a la luz. Es uno de los volúmenes de la Biblioteca de Escritoras Colombianas, proyecto del Ministerio de Cultura presentado a inicios de marzo que busca el rescate y la difusión de la literatura colombiana escrita por mujeres.
Ahora, gracias a este esfuerzo editorial, podemos leer la novela como Silvia Galvis quería: sin engañosas cortesías, con nuestros descaros y cinismos patrios expuestos en cada una de sus páginas.
La reedición honesta de ‘La mujer que sabía demasiado’ es, de contera, un homenaje a la propia Silvia Galvis.
No hubo ni habrá alguien como ella en el periodismo colombiano.
Investigadora acuciosa, columnista combativa, también historiadora y finísima novelista. Desde medios como El Espectador, Vanguardia Liberal o la antigua revista Cambio, la pluma de Galvis se distinguió, durante tres décadas, por su rigor y su rudeza. Ningún poder, excepto el de una letal enfermedad, logró doblegarla. Desacralizó al mítico general Gustavo Rojas Pinilla en un libro titulado ‘El jefe supremo’. Le quitó el velo a los nazis que residieron en Colombia. Indagó en la biografía de Soledad Román para hablar sin tapujos del hipócrita final del siglo XIX en esta nación. Como directora de periódico convirtió la denuncia a la corrupción administrativa en una batalla infatigable, que no detuvo ni siquiera el atentado terrorista del que fue víctima.
Si algo persiste en el recuerdo de sus lectores agradecidos es la valentía y la inobjetable ferocidad de las columnas de prensa que escribía. Sólo con columnistas tan lúcidos como ella puede comparársele en términos de profundidad y agudeza. Alberto Aguirre, Emilia Pardo Umaña (que también ha sido reeditada en la colección de escritoras colombianas), Antonio Caballero. Pocos más. Al ladrón lo llamaba ladrón, no “polémico político”. Al negocio de los gobiernos nacionales y regionales lo denominaba negocio, no “alianzas estratégicas” ni “la política es dinámica”. La muerte vino pronto para ella. Y desde su partida se echa de menos ese estilo implacable, nada complaciente.
Algo de esta labor puede leerse en ‘Notas de prensa: Silvia Galvis Ramírez’, antología breve publicada por Unilibros, hoy por desgracia fuera de circulación. Ojalá alguna editorial diera a conocer una compilación amplia de su trabajo como columnista. Además de ser lección para las nuevas generaciones se le haría justicia a su palabra beligerante, esclarecedora.
Alberto Donadío, su compañero vital y de oficio, la definió con precisión cuando dijo de ella que vivió para y por la palabra sensata, bien escrita.
Sigue con nosotros, entre las páginas de esta novela rescatada donde se advierte al inicio:
“Los personajes de este libro parecen ficticios. Cualquier parecido con la realidad colombiana no es una coincidencia sino una vergüenza nacional”.
Silvia continúa acompañándonos, despertándonos, recordando en cierta frase de la novela que “Ni Dios quiere ser colombiano”.
Porque fue, y es, la mejor.