Por | Guillermo Velásquez Forero
La historia muestra que la sed de venganza de la bestia humana no tiene límites y atraviesa generaciones, pueblos, espacios y tiempos diversos y desconocidos, hasta venir a saciar su apetito sangriento y caníbal en otro mundo; y muchas veces o casi siempre, contra seres inocentes que fueron convertidos en enemigos por sus asesinos. Un hecho que evidencia este destino exterminador de la especie maldita es el caso de los semitas que sufrieron el exterminio sistemático desencadenado por los nazis dirigidos por Hitler, el demente militarista que pretendió invadir y dominar el mundo a sangre, fuego y cámaras de gases. Y esos exterminados, a su vez, se convirtieron en exterminadores del pueblo palestino al que han invadido, encarcelado, masacrado, destruido sus viviendas y robado su territorio, como lo publican los medios de información internacional, testimonios cinematográficos, investigadores sociales, la ONU y organizaciones humanitarias y de Derechos Humanos. En venganza contra los nazis, se dedicaron al exterminio de sus hermanos de Palestina. Otro monstruo sanguinario que llevó su venganza hasta el delirio y la demencia fue Franco, el más brillante y prolífico de los genocidas de España, todavía venerado por muchos neofascistas y asesinos encubiertos bajo la sombra sangrienta del difunto dictador. En Colombia, la sed de sangre del vampiro Álvaro Uribe ha causado y sigue cometiendo miles de asesinatos y masacres de civiles en venganza contra la guerrilla que dio de baja en combate a su padre, terrateniente matón que se enfrentó a tiros a los subversivos. Es el mismo instinto de cobardía que lleva a los matarifes, crueles e irracionales, a asesinar a cónyuge e hijos inocentes e indefensos de su víctima elegida. Estos hechos confirman la idea de que el hombre se convierte en lo que más odia, se parece cada vez más a su enemigo hasta transformarse en aquello que detesta o que combate. Se reafirma su carácter de bestia diabólica, paradójica, demente, feroz e imprevisible, de máxima peligrosidad, que no sabe lo que hace y, mucho menos, lo que deshace; y tampoco sabe que es carroña diferida, animal desechable, efímero y mortal, que tiene los días contados, que pronto va a desaparecer del planeta.
Izquierdistas en decadencia!