Por | Silvio Avendaño
María Cecilia Velázquez López, en el escrito Hacienda Japio, de la Colonia a la República, reconstruye la historia de la hacienda en el arco comprendido entre 1584 y 1914.
La monarquía plantó la soberanía del rey y el catolicismo concedió las tierras a los españoles. En el Valle del Cauca, región de tierras y “aguas lastradas en oro”, la encomienda dio lugar a la hacienda de Japio -entre Santander de Quilichao y Caloto-, con ello la servidumbre y la esclavitud. El dominio no ha sido fácil porque la rebelión ha sido constante por parte de los indígenas, africanos y campesinos. Continuos alzamientos, rebeliones, asaltos, incendios, caos, zozobra, trazan la historia de la hacienda.
Los Jesuitas (1641-1744) consolidaron la hacienda como unidad productiva minera, agrícola, licores, e hicieron posible el Colegio, en Popayán. Pero fueron expulsados (1767) por Carlos III. Entregada la hacienda a una junta, pronto la ruina se apoderó del cultivo de caña de azúcar y la disminución de mieles y derivados. En 1777, Japio fue adquirida por Francisco Arboleda, “acaudalado minero”. Más la llegada del siglo XIX y la lucha por la independencia llevó a la zozobra, pues la promesa de abolición de la esclavitud produjo la merma de la producción. Pablo Murillo persiguió a José Rafael Arboleda, por el apoyo a la causa americana. Bolívar visitó la hacienda en 1821, necesitaba esclavos para el ejército.
La vida republicana no trajo estabilidad. En 1828, la manumisión de esclavos debilitó la fuerza de trabajo. Matilde Pombo, a la muerte de Rafael Arboleda se dedicó a la hacienda. La guerra de Los supremos (1839-1842) “configuró una contienda de caudillos.” Enfrentamientos: Pedro Alcántara Herrán y Tomás Cipriano de Mosquera contra José María Obando y Juan Gregorio Sarria, golpearon la zona de Caloto.
La pugna por la libertad de los esclavos, el derecho de levantamiento y la imposición de contribuciones a los más pudientes, minaron la heredad. Pasó a manos de Obando, pero volvió la propiedad a Sergio Arboleda, (1845). La inconformidad de Julio Arboleda, hermano de Sergio (1849), llevó a desacuerdos. La hacienda pasó al Estado por la orden de embargo contra Julio Arboleda. En la rebelión conservadora de 1851, contra el gobierno, fue derrotado Julio Arboleda. José Hilario López concedió la liberación de los esclavos. En 1857 urge montar un alambique, pero la fuerza de trabajo disminuye. En 1860, Tomas Cipriano de Mosquera ocupó las propiedades de Sergio Arboleda. De 1860-1862 menguó la producción por la escasez de la mano de obra. El gobierno devolvió la hacienda en 1865. Asaltos, robos, caos. Sergio Arboleda contribuye a los gastos de guerra, con tal de resguardar la hacienda, más no hubo cumplimiento. La sublevación (1876-1878) llevó al desconcierto. 1868: plaga de langostas. En la lucha contra Rafael Núñez se vio afectada Japio. Al morir Sergio Arboleda, 1888, la propiedad pasó a los herederos, que la vendieron. El nuevo propietario, Ignacio Muñoz Córdoba, desmembró la hacienda. En 1996 la casa de la hacienda fue declarada monumento nacional.
¿Se repite la historia? Ante la toma de la Panamericana, las marchas, los disturbios por parte de los indígenas, africanos, campesinos en sus reclamos de tierra e incumplimientos de acuerdos se escuchan expresiones: “Esos imbéciles cretinos no se dan cuenta que nos afectan a todos…”.