Siquiera se murieron los abuelos con esa muerte elemental y simple.
JORGE ROBLEDO ORTIZ.
Por: Lorena Rubiano Fajardo
Definitivamente esta pandemia del COVID-19, está generando muchas cosas, escribir, repensar la vida, reprogramar el presente, reconocer amigos, dialogar, reencuentro espiritual, hacer deporte, escuchar nuestra música, respetar nuestro planeta, admirar la naturaleza nuestra fauna y nuestra flora, y sobre todo a redescubrimos nosotros mismos y a tener un poco más de humanidad.
En lo que llevo de recorrido en esta vida, he acumulado muchas experiencias, se ha sufrido, pero he tenido también grandes satisfacciones, muchas alegrías y también he aprendido y creo que todos nosotros, a ver el mundo diferente.
A valorar lo mucho o poco que poseemos, pero sobre todo a saber que no necesitamos tanta cosa para vivir bien y en armonía con el universo.
Sobre todo estamos valorando todo a nuestro alrededor, familia, amigos, vecinos, gobernantes, dirigentes líderes, comerciantes, banqueros inescrupulosos y nos quitamos la venda de los ojos para ver la realidad.
Aprendimos que podemos vivir con lo justo y en medio de injustos. Nos volvimos expertos en internet y en redes sociales.
Aunque atravesamos un período duro por el COVID-19, además de sentir gran pesar por los que ya se fueron de este mundo, hay cosas positivas que es bueno rescatar, para tener los cimientos para seguir y estar expectantes de lo que la vida nos depare.
En Europa, Italia y España con mayor número de ancianos fallecidos, culpan a la OMS de haber dado señales equivocas y fue tarde cuando los galenos rectificaron el camino. Eso es triste, esta pandemia cogió al mundo con los calzones abajo.
Me duele que se estén yendo nuestros mayores, nuestros ancianos con toda su sabiduría y su saber, muchos de ellos sin poder trasmitirnos sus conocimientos, y no me gusta para nada, el trato que les está dando el gobierno confinándolos, cuando ellos se saben cuidar mucho más que los jóvenes.
Tuve la fortuna de aprender mucho de mi padre, Guillermo Rubiano, antes de su partida al más allá por una penosa enfermedad, contra la cual luchó y luchamos con nuestra madre Clarita, porque veníamos desde una vereda en Togüi, Boyacá, hasta Bogotá a buscar una posible cura para su mal. Pero, perdimos la batalla, muy niña lo vi partir. Pero si estuviera vivo, a sus 84 años, estaría erguido luchando contra esta pandemia y compartiéndonos sus experiencias y para que sus dos hijas pudiéramos sobrevivir en este convulsionado planeta.
Considero que en este replanteamiento de la vida humana debemos aprovechar mucho más la sabiduría de los mayores, para que no se pierdan sus conocimientos.
Debemos buscar que los jóvenes regresen al campo con mejores oportunidades, con apoyo de una gran reforma agraria y recuperemos nuestra vocación agrícola. Defendamos y protejamos nuestros indígenas y su sabiduría ancestral.
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos, con grandes anhelos y con las ganas de trabajar y unirme a la lucha mundial por mantener la creación del COVID-19: un Neohumanismo y una nueva visión del ser humano.