Por | Gonzalo J. Bohórquez / @GChalito
Además de mi vida y tranquilidad, ¿sí, en serio? Quizá unos cuantos o muchos pesos, no sé si miles o incluso hasta millones. Descansé, descansó mi familia, descansamos todos.
Quién soy para dar un sermón de cómo dejar de fumar, o cómo debe hacer sumercé para dejarlo; además, y lo sé por experiencia, que es aburridísimo que te estén diciendo: «si dejaras de fumar, tal y tal…»; simplemente les contaré, groso modo (ya que de ello estoy en la redacción de unas letras más largas) cómo fue que lo dejé.
Sí, yo, José Gonzalo, ‘fumador de fumadores’, como me decían algunos y para quienes me conocieron. O bueno, me vieron, porque ese no era este «mancito». A mí me enseñaron a quererme, por ideas turbias en mi mente dejé que ese vicio entrara en mi vida y casi que me mata.
13 años y un tanto más perdí en un oscuro laberinto. Mis dedos permanecían amarillos, ¿no le da asco? Ojalá me lo hubieran dicho así, la gente y ni siquiera mis amigos (en casa sí, solo que uno en esas no escucha) eran capaces; aunque, pilas, mi caso llegó a extremos: con la colilla del uno prendía el otro cigarrillo, y así. Matemáticamente creo que me da casi por mentiroso, pero mi bolsillo lo sabía, me estaba ‘envenenando’ con unos 120 cigarros al día, el equivalente a 6 cajetillas (pasaba en los primeros semestres que hice en la universidad). Parecía una chimenea andante.
¿Mi ropa? Olía hediondo, la boca me imagino que era igual, casi que ni lo «saboreaba», si es que a ese atropello y atentado contra mi propia salud se le puede denominar así. Y era testarudo, me atrevía a responder cuando me preguntaban que por qué lo hacía, que para mí (hoy no me lo creo que dijera eso en repetidas ocasiones), fumarme un cigarrillo era como “comerme un caramelo”. Un dulce.
¿Sería posible tal desfachatez? Ahí está lo nublados que tenía mis pulmones y mi cabeza. Tanto así que no lograba discernir con claridad… ¡Un dulce! Ni siquiera un niño fanático en un treinta y uno de octubre hubiera sido tan osado. O tan descarado. Y lo más triste: me lo creía. Me lo repetía. Lo hice una ‘realidad’.
Pues para resumir el cuento, ustedes qué creen que uno siente cuando del trabajo lo mandan como delegado a una reunión, en ese tiempo ya le había bajado a la ‘fumata’, pero seguía fumando, ya no tenía los dedos amarillos, pero no mentían… y qué les venía diciendo… ah, sí, me delegaron para una reunión de conformación del Grupo Respirarte (en aquella época trabajaba para una entidad de salud).
¿Del Grupo qué jefe? Lo que escuchó Gonzalo. Y me cuenta cómo le fue. Esa «reuniencia» como decíamos jocosamente, era en la Secretaría de Salud Departamental. Pues yo me las ‘olí’ y respondí tímidamente: ¿jefe, en serio tengo que ir? ¿Sumercé si recuerda que yo…? Vaya. ¿No puedo delegar a alguien? Que vaya Gonzalo. Me metí en la grande. O eso pensé aquella vez.
Conformación del Grupo Respirarte. Ni por imaginación me pasaba todo lo que venía. Y para más piedra y qué vergüenza: terminando la reunión se me cayó la cajetilla que obviamente todavía cargaba. ¡Qué embarrada! Levanté la cara, casi al mismo tiempo que a esa pinche caja de cartón que reflejaba mi delito, y el líder del asunto en ese tiempo, se sonrió para sí mismo, y dijo: hay algunos que tendrán que aprender más que otros, tranquilos. De eso se trata también. Acto reflejo guardé esa vaina y emprendí mi huida.
Casi que de un salto llegué a mi lugar de trabajo y con voz más fuerte (como quien tiene pleno convencimiento) le dije a mi jefe: la próxima reunión es tal día, pero sería excelente enviar a alguien más y nos vamos empapando todos del tema… ¿Cómo? ¡No señor! Va usted. Pero jefe, mire que no estoy moralmente… nada Gonzalo… usted verá.
¿Usted verá? Eso prácticamente era una sentencia en mi contra. Sí. Contra este pobre “pechito”. ¿Qué le habría hecho yo al jefe? ¿Cómo hacer para salirme de ese ‘gallo’?
Jefe, es que… es mejor que vaya alguien que no fume… Gonzalo, por favor no me haga repetirle: usted… verá. Pues no pude dormir esa noche.
Jefe, buenos días…
En fin, no me salvé; de la reunión, porque la vida te pone en donde es. Quieras o no. Y debía pasar algo más antes de ese segundo encuentro que era en la antigua sede de la Uptc, donde funciona la Facultad de Enfermería y Medicina. Sí, ahí, cerca del viaducto.
Creo que faltaba un día para ir a un segundo suplicio (eso rondaba mi mente como si se tratara de un castigo) y salía de un negocio, claro, donde se fumaba tenaz (y de ello hablaré algún día, es otro cuento más largo todavía), con la prueba en la mano y venía una de las personas que se veía que “era de las duras” en aquella ocasión en la Secretaría y, como “chino chiquito”, me puse pálido, de todos los colores, no sabía dónde meterme, en dónde metía ese ‘chicote’… pues lo boté como pude… qué más Gonzalito, me dijo, lo esperamos mañana. Estaba todo consumado.
El famoso ‘Grupo Respirarte’ me enamoró, me mostró, o de pronto me recordó, ese amor tan grande en el mundo. El amor propio. Llegaron una cantidad de ángeles a mi vida que en medio de mi negación iban desenredando la pita, desatando nudos, despejando el sendero.
El 25 de junio de 2011 dejé de fumar (y que me perdonen de por Dios en el grupo). Ojo, no fue el primer intento, ya que, si uno la embarra, hay que volver a contar de ceros (caí después de un partido de fútbol al son de unas polas. Ahora tampoco tomo, pero esa es harina de otro costal aparentemente). Vaya coincidencia, un 25 de junio murió mi abuelita, solo que, en el 98, cuando absurdamente dije, con rabia, impotencia, dolor: si el cigarrillo acabó con mi abuelita (cáncer), yo acabaré con él. “Es tan sabio el camino, tan cruel el destino”, dice un dicho o una canción… algo así.
En la foto que encabeza este artículo sale este bello ejemplar (o sea yo, jejeje), a la derecha. En esa toma se me ve la felicidad. Fácil, no tenía cara, todavía cargaba la misma caja que se me cayó en la Secretaría.
Esto no ha sido sencillo. Es una lucha diaria. Nadie le para bolas. A ninguno le importa… hasta que se enferma, o algún integrante de su familia, seres queridos y demás; y en otras tantas, ni siquiera por eso. Ni porque le afecte a uno su economía o la del hogar, el gasto diario y mensual es impresionante. Obvio, a la Philip Morris International, Imperial Brands o a la British American Tobacco, no les interesa eso. Es más, aceleran sus estrategias y han cambiado de público objetivo. Mandan, tienen dinero. Pero créanme, no hay plata que le pague a un ser humano su bienestar, la salud. Una cajetilla está como por los 6 o 7 mil pesos… ni para que hacer cuentas, cenizas vuelan.
Esta semana que va culminando conmemoramos el Día Mundial sin Tabaco (eso fuel el miércoles 31 de mayo), y como lo dije en una publicación en mis redes sociales personales donde enlacé un muy buen video: «No fumo, no quiero, porque me quierooo»… y no me cansaré de compartir ésta, que considero una de las mejores campañas que se han hecho… Y sin bobadas, sin institucionalismos, esto va más allá de una simple publicidad. Eso va en uno.
¿Se imaginan cuánto $$$ me ahorré?
PD: La imagen principal fue usada por un amigo, que obviamente sabía que yo fumaba y aún así posé, para encerrar con un círculo, grande, con aquellos editores de fotos, mi cara con un texto que decía: Chalo le dice “no” al cigarrillo. Deje así.