Residuos de plaguicidas en cultivos de tomate, un riesgo para la salud y los ecosistemas

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El hallazgo de 22 residuos de principios activos de plaguicidas de síntesis química en frutos, hojas y suelo de cultivos de tomate en Boyacá y Santander representaría un riesgo tanto para la salud humana como para polinizadores en los ecosistemas, organismos y microorganismos acuáticos y terrestres.

Por | Agencia de Noticias UN

Entre las afectaciones que pueden sufrir las personas –como los agricultores– por la exposición a estos químicos están daños en el sistema nervioso o inmunológico y enfermedades de la piel como la dermatitis o pigmentación, debido a la exposición frecuente y el contacto con hojas que tengan residuos.

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La investigación del doctor en Agroecología Luis Alejandro Arias Rodríguez, de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), evaluó el uso y destino ambiental de los plaguicidas en estas dos regiones productoras de tomate, para estimar los riesgos asociados, con un enfoque agroecológico.

Dentro de sus resultados, el investigador reveló que a estos cultivos se les da un manejo químico predominante con uso excesivo e inadecuado con 111 principios activos diferentes, en especial insecticidas y fungicidas.

“En Colombia, los sistemas productivos de tomate se desarrollan convencionalmente bajo invernadero (especialmente en Boyacá) o en campo abierto (Santander). En los dos escenarios, a estos cultivos se les da un manejo fitosanitario basado en plaguicidas de síntesis química, destinados a prevenir, destruir, atraer, repeler o combatir cualquier plaga, incluyendo vectores de enfermedades humanas o animales, a las especies no deseadas de plantas o animales que afectan tanto la producción como el almacenamiento, el transporte, la distribución y elaboración de alimentos, además de productos agrícolas o alimentos para animales”, explica el doctor Arias.

En los seres humanos se acumulan sustancias químicas presentes en organismos vivos (bioacumulación), que con el tiempo puede causar enfermedades relacionadas con el metabolismo, daño a los pulmones y al hígado, hepatitis tóxica y afecciones en el sistema nervioso o inmunológico, entre otros.

Por eso, una de las mayores preocupaciones que deja la investigación del doctor Arias es que los productores de ambas regiones no perciben ningún riesgo por el uso de estos plaguicidas, pese a que existe. Tampoco tienen información clara de a dónde están llegando los residuos después de aplicarlos.

Encuestas y toma de muestras

El estudio –que duró cerca de ocho años en su desarrollo– incluyó 252 encuestas a los agricultores sobre su información general como género, edad, tamaño de la finca, cultivos que siembra, uso de plaguicidas, y problemas fitosanitarios comunes.

También indagó acerca de su rol en la finca y si cuentan con alguna certificación; sobre hábitos, como tiempo cultivando, quién toma las decisiones de manejo, uso o no de equipos para protección y por qué; sobre el costo de plaguicidas y de bioinsumos, y cuál manejo prefieren; además de factores contextuales enfocados en capacitación y el grado de educación.

Por último, se preguntó sobre las consecuencias del uso de plaguicidas, percepción del destino ambiental, percepción del riesgo, consumo de tomate producido, expectativa de las consecuencias como enfermedades y posibles soluciones.

Así mismo, por medio de 392 muestras compuestas, se determinó el destino ambiental de los plaguicidas y se evaluó el riesgo ambiental incluyendo el ecológico y el de consumo, este último con 696 muestras de frutos de las regiones de estudio y Bogotá, donde se tomaron cerca de 400 muestras en 19 de las 20 localidades.

El investigador considera que “la agricultura es una de las actividades del hombre en la cual se aplican sustancias tóxicas de forma deliberada y se ve como una práctica ‘normal’. Y aunque no se haga de forma intencionada, es necesario involucrar y tener claro todos esos riesgos”.

Por lo anterior, plantea una transición agroecológica a través de la educación y la capacitación, sopesar otros tipos de manejo existentes y fomentar el interés por sistemas agroecológicos que también pueden producir los alimentos, pero de forma sana.

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