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Hoy, domingo 9 de octubre de 2016, en la ciudad de México ha muerto el último de los grandes maestros de la minificción: René Avilés Fabila (1940-2016). En unas semanas iba a cumplir 76 años, pero un infarto masivo fulminante detuvo su pluma. Autor de siete novelas, varios libros de ensayos, memorias, artículos periodísticos, y de una veintena de libros de cuento, su nombre es hoy un referente de la literatura iberoamericana. Discípulo de Juan José Arreola, Juan Rulfo y José Revueltas, entre otros, siendo muy joven todavía, en la década de los sesenta Avilés Fabila comenzó a publicar relatos cortos en la prestigiosa revista El Cuento dirigida por Edmundo Valadés, y en otras de España, Argentina y México. En 1967 aparece su primer libro, una novela titulada «Los juegos» en donde traza una radiografía del poder en su país y critica sin piedad al medio cultural mexicano, lo cual le acarrea enemistades, pero también admiración entre sus contemporáneos.
René Avilés Fabila, a pesar de haber escrito y publicado libros en diferentes géneros, se declaró siempre como un “obstinado narrador de brevedades”. La minificción fue para él un género mayor. Su nombre ha estado y estará siempre asociado al desarrollo del relato breve. Mucho del prestigio que tiene el microrrelato en la literatura contemporánea se le debe a Avilés Fabila, a su obra, y a su labor como profesor universitario. Él, además de ser un sobresaliente escritor de brevedades, fue también un Maestro (así, con mayúscula) para varias generaciones de escritores, en particular para quienes, como él, escribimos relatos que no abarcan más de una página.
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Su obra mayor, por llamarla de alguna manera, está compuesta por cientos de pequeñas piezas maestras de la concisión, relatos breves con los cuales René Avilés Fabila procuró “ordenar a mi gusto el universo y hacer posible lo imposible”. Así, sin prisas, durante más de medio siglo fue haciendo un registro de la vida cotidiana, viajó a través del tiempo, con humor reescribió algunos capítulos de la historia de la Humanidad, y, sin preocuparse por la verdad (materia menor para los creadores natos) configuró un mundo ficcional propio, en donde todo es posible. Veamos:
LA COMIDA DEL DISTRAIDO
Llegó al lujoso restaurante y el mesero, por descuido, en lugar de ofrecerle la carta, le entregó la cuenta.
El cliente vio la abultada suma y sin más pagó añadiendo una generosa propina.
Salió a la calle sintiéndose terriblemente satisfecho: la comida había sido magnífica, los vinos también y el postre insuperable; caminaría un poco para ayudar a la digestión.
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LA MÁQUINA DE MÁQUINAS
Supongamos que logran crear una máquina indestructible y eterna que pueda crear otras máquinas y éstas, a su vez, otras que sin ayuda exterior resuelvan todas las actividades manuales del hombre y que, incluso, piensen por él (solucionen ecuaciones, construyan cohetes, cocinen, hagan limpieza, realicen obras de arte pictóricas y literarias, filosofen, gobiernen); aún así nada ni nadie podría evitar que la mano que la ponga a funcionar e inicie el proceso sea humana.
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LA ESFINGE DE TEBAS
La otrora cruel Esfinge de Tebas, monstruo con cabeza de mujer, garras de león, cuerpo de perro y grandes alas de ave, se aburre y permanece casi silenciosa. Reposa así desde que Edipo la derrotó resolviendo el enigma que proponía a los viajeros, y que era el único en su repertorio. Ahora, escasa de ingenio, y un tanto acomplejada, la Esfinge formula adivinanzas y acertijos ingenuos, que los niños resuelven fácilmente, entre risas y burlas, cuando van a visitarla a su morada, durante el fin de semana.
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Tuve la fortuna de contar con la amistad y con la generosidad de René Avilés Fabila; también con su compañía representada en sus libros, en sus relatos, y en los artículos de prensa que publicaba con frecuencia. Hoy, él se ha ido para siempre a ese ignoto lugar en donde cada vez hay más seres queridos. Me duele su partida.
Aquí, un pequeño homenaje:
BIG BANG
Para René Avilés Fabila
Maestro querido:
Al parecer, desde el principio, todo ha sido una farsa: la Ley de gravitación universal, más antigua y constante que todos los dioses, la misma que mantiene a los planetas en sus órbitas y rige el curso de las estrellas, a diario se burla de nuestras alas de Ícaro y, sin piedad, nos condena a retornar a la tierra.
Carlos Castillo Quintero
Escritor