Recuperar el humanismo

Presidente Petro durante discurso el 1 de mayo. Foto | Reuters
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Por | Julián David Mesa Pinto / Abogado Especialista en Gobierno y Gerencia Territorial

El ejercicio público y político siempre debe tener como faro y referente principal mejorar la calidad de vida de los habitantes. La política per se, como ciencia y actividad ejercida por humanos no es perfecta ni es practicada por santos. El deber ser, infaliblemente, debe significar en ejercer la política conservando la decencia, la coherencia y la empatía.

La naturaleza humana es intrínseca al ejercicio político, así, quien detenta el poder político, antes de prevalecer la eficacia administrativa y gobernabilidad, debe signar su capacidad de liderazgo en orientar la vida y convivencia ciudadana para alcanzar el bien común en equilibrio con el respeto a las libertades individuales y garantías sociales para las diferencias de pensamiento y opinión.

La coyuntura política colombiana no suele ser ajena al fanatismo y polarización. En democracia, la diversidad de opiniones surgidas en sectores oficialistas como de oposición resultan, no sólo obvias, sino necesarias. El punto álgido y lamentable aparece cuando el debate se torna en una disputa egocéntrica con un desafortunado deseo de hartar las ansias incontenibles de poder banalizando así la condición humana de los líderes a un estado de soberbia y obsolescencia frente a las nuevas dinámicas y realidades sociales que se viven en estos convulsionados tiempos.

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Aterrizando en nuestra realidad, advertimos una agenda de gobierno de desacreditación hacia los poderes públicos cuando no comulgan con su línea política en materia de reformas y así mismo, una sistemática estigmatización a líderes de la oposición. Igualmente, desde el ejecutivo se ha venido catalogando a las empresas privadas y al sector productivo en general como objetivos políticos afectando todas las oportunidades de crecimiento económico y desarrollo para el país.

Quién lo creyera: el presidente Petro, quien con plenas garantías fungió por varios periodos constitucionales como experimentado y avezado congresista de la oposición, hoy preside un gobierno en el que las amenazas, las descalificaciones a sectores de la oposición y el desconocimiento constante y provocador a la independencia de poderes públicos marcan la agenda política de un jefe de Estado inmerso en un constante y creciente delirio conspirativo.

Bien precisó Hannah Arendt que el poder no puede almacenarse y mantenerse en reserva como instrumentos de violencia: “El poder sólo es realidad donde palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades”.[1]

Las premisas de “cambio” y “potencia mundial de la vida” distan enormemente de la realidad nacional que vivimos frente a las acostumbradas improvisaciones del gobierno nacional y a los constantes ataques a diversos sectores y líderes políticos de oposición y a los medios de comunicación independientes. Al decir de Arendt, la falta de garantías y diálogo en medio de las diferencias atribuyen al presidente Petro un poder concentrado en perseguir, estigmatizar y muy lejano de crear nuevas y mejores realidades para la Nación.

«¿Pero ¿qué era el humanismo? El amor de los hombres, nada más, y por eso mismo el humanismo no era otra cosa que una política, una actitud de sublevación contra todo lo que mancha y deshonra la idea del hombre.»

Thomas Mann.

[1] La condición humana, Hannah Arendt

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