
‘Se alquila joven para campaña política’. Hoy, que los conservadores quieren que los pobres tengan más hijos (seguro para enlistarlos en sus políticas de derecha, o en el servicio militar, o para tener a quién disfrazar de guerrilleros), aparecen las listas de adolescentes que regalan su entusiasmo a campañas políticas, en vez de desperdiciar el tiempo y energía en las artes masturbatorias, o en el cine viendo Un poeta, y menos leyendo a Silva.
Centenares de jóvenes se hacen fotos en convenciones políticas, alzan banderas que ni siquiera saben quién ni con qué dinero se imprimieron, recitan a viva voz la consigna «nueva política». Mañana olvidarán qué era lo novedoso de ese discurso, porque lo único que les quedarán son las selfies y las promesas de un puesto. Arengan querer transformar la política, que son “la nueva generación”, pero lo que se ve es la misma oxidada maquinaria disfrazada con pintura verde, ahora también roja.
Los Verdes en Boyacá llevan más de una década reclutando muchachos en la UPTC, usándolos como carne fresca para las fotos de siempre y las votaciones más próximas. Los liberales apenas aprenden la lección de que deben reclutar bodegas de nenes y ahora montan su propio parque temático de juventudes. Para el 2026 ya habrán construido jardines infantiles de pensamiento Liberal (claro, bajo los estatutos conservadores que los rigen).
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Los viejos perros políticos venden liderazgo juvenil en las escuelas y en las universidades, y los nuevos reclutas aceptan las condiciones porque saben que en Boyacá no hay mejor futuro más allá que trabajar en alguna dependencia pública. Los muchachos quieren ser los ingenieros y/o políticos a quienes les queden las coimas de los contratos públicos del mañana (porque los políticos de hoy los decepcionaron y ellos de verdad se creen el cuento de ser la nueva esperanza del departamento).
Los reclutas de hoy no son más que una torre de hojas de vida para los rojos o los verdes de siempre. El puesto se lo gana el que esté más convencido de su papel de ‘renovador de la política’.
Los jóvenes artistas y diseñadores tampoco se quedan atrás. Soñar con arte, dicen, mientras se pintan la cara con los colores del partido político. Claro, arte entendido como pintar un mural en la fachada de una casita perdida en un pueblo recóndito, con la venia del político de turno y la foto obligada en redes sociales. La brocha y el pincel son ahora el carnet del partido político.
Eso es todo lo que pueden soñar ahora los más precoces de la política (a menos de que vivan en Tunja y sueñen no con lanzarse a la política sino del puente del viaducto), convertirse en comparsa de campaña, en peones de un ajedrez donde las piezas más ‘nobles’ nunca se mueven.